Acompañando un “apagón” 

[…] Pensé, entonces, que tenía que cambiar de estrategia. Para mí, era importante que se despidiera bien de sus amigas, y que no se quedara con mal sabor de boca. Pero esa angustia que yo sentía hacia su estado —estaba sintiendo y actuando lo que ella no podía— me impedía ir por un camino mejor. […] 

Sólo se había equivocado, pero le había sentado fatal.  

Había ido a darme un abrazo y, en vez de dármelo a mí, se lo había dado al aita de una amiga suya que iba vestido parecido. Al darse cuenta, ¡pum!, la vergüenza y un súbito apagón vagal-dorsal:  

—Quiero ir a la cama —repetía, siempre con las mismas palabras.  

—Vamos a esperar un momento, Amara. Es importante que te despidas de tus amigas —contestaba yo.  

—¡Quiero ir a la cama! —gritaba entonces ella, rígida como un palo.  

Era evidente que habíamos entrado en un bucle sin fin. Cuanto más me pedía apartarse y dejar que le tragara la tierra, más insistía yo en que tenía que reaccionar. Y cuanto más insistía en sacarla del pozo, más se refugiaba en él.  

Íbamos como el culo.  

Pensé, entonces, que tenía que cambiar de estrategia. Para mí, era importante que se despidiera bien de sus amigas, y que no se quedara con mal sabor de boca. Pero esa angustia que yo sentía hacia su estado —estaba sintiendo y actuando lo que ella no podía— me impedía ir por un camino mejor.  

Así que respiré profundamente y traté de conectar con tantas sesiones en las que había ayudado a otras personas a transitar de la desesperanza y la impotencia, a un estado de mayor seguridad.  

De repente, se hizo la luz.  

—Escucha, Amara, tengo una idea.  

Ni me miraba.  

Le giré la cabeza con toda la sensibilidad de que fui capaz, encajando sus ojos en los míos.  

—Es una idea muy buena. Y creo que puede ayudar a que te sientas un poco mejor.  

—Quiero ir a la cama.  

—¿Puedes, al menos, escucharme un momento? 

Asintió. Era la primera respuesta algo diferente. Una pequeña pero buena señal.  

—Estupendo. Quería decirte una cosa que estoy pensando, ¿me dejas? 

—Sí —dijo, manteniendo su mirada en la mía. 

—Igual me equivoco, pero creo que ahora tus nervios están de color gris —el gris es la metáfora que usamos en casa para referirnos a un reflejo vagal-dorsal—. Ya sabes que, cuando están grises, la sensación que tenemos es de que nunca vamos a poder estar bien, pero eso no es verdad. Hay muchas veces en las que tus nervios han estado de color gris y, luego, han pasado al rojo o al rosa, ¿recuerdas? 

Algo cambió en sus ojitos. Me sugirió que estaba mirando hacia sus recuerdos o hacia su interior.  

—No estoy diciendo ninguna mentira, ¿verdad? 

Bajó la cabeza, en lo que pude interpretar como que intentaba asentir.  

—Bien… podemos hacer una cosa que es buena para los dos —dije —. Yo estaré contigo en todo momento. Vamos a colocar toda atención en esos nervios que están de color gris y que resultan tan desagradables. Y sólo vamos a esperar a que se pasen. Sin hacer nada para que se vayan.  

Le coloqué la mano en la parte alta de la espalda, a la altura de las primeras costillas. Algo me decía que allí había algo que cuidar.  

—Estaremos pendientes, también —propuse—, de cualquier sensación que aparezca en el cuerpo que nos recuerde, aunque sea un poquito, al rojo o el rosa. En cuanto aparezcan, me avisas, ¿vale? O igual me doy cuenta yo… 

Con el rojo nos referimos a la activación simpática que energiza el cuerpo para pasar a la huida o la lucha; y con el rosa —ella prefirió el rosa al verde— al estado de calma y seguridad, que permite a las personas conectar consigo mismas y con los demás.  

Se hizo el silencio.  

Y en ese silencio, empecé a notar cómo la tensión de su cuerpo se aflojaba. A pesar de lo que le había prometido, no dije nada. No quería intervenir.  

Instantáneamente, mi angustia y mi vergüenza traumática remitieron. Sentí que ya no estaba atascado. Que podía ayudar a mi hija a que se encontrara mejor y, lo que es mejor, que se despidiera mejor de sus amigas y se quedara a gusto y bien. Tal y como he aprendido con el tiempo y la terapia, me di un tiempo para disfrutar de esa sensación.  

Una sensación de capacidad, de estar en el centro, de esperanza.  

Mientras, veía que ella se iba reclinando progresivamente sobre mí.  

—¡Oye! —exclamé.  

—¡Qué! —gritó ella divertida.  

—¡Que te estás cayendo! 

Y se empezó a reír.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

2 comentarios en “Acompañando un “apagón” 

  1. Avatar de Raül Navarro Raül Navarro

    Gracias como siempre Gorka.

    Hay un libro que no me ha parecido ver en tu bibliografía y que me ha gustado bastante, en el que también hay un esquema básico de interpretación y actuación con los prismas de la teoria polivagal» Delahooke, Mona (2021). Más allá de la conducta. Madrid. Oberon

    Lo conoces? Qué te parece?

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