La paradoja de los Derechos Humanos y la Democracia (capitalistas)

[…] Sabemos que los sistemas complejos no permiten las narrativas que cuestionan su equilibrio. Las ocultan, las niegan, matan al mensajero, las tergiversan, las proyectan fuera, difaman a quien abre la boca y cuentan con miles de recursos para acallar a quien verdaderamente es un disidente. Y esto pasa en todos los lados, tanto en política exterior, como en nuestras propias familias. […]

Ayer me tragué una ponencia de Noam Chomsky en un seminario llamado “Ucrania: Solución negociada. Seguridad compartida”. En el canal de “Derechos sociales y agenda 2030”, que no sé muy bien lo que es, pero suena a entidad gubernamental. 

Os dejo el enlace: 

El lingüista y filósofo, fiel a su relato habitual, echa pestes en contra de la política de Estados Unidos, afeándole su falta de humanidad y moralidad en lo que a geopolítica se refiere, cosa con la que sólo puedo estar de acuerdo. 

La imagen de Noam es la de un viejito reaccionario. Un antisistema que se ha ganado el derecho a hablar donde le plazca, gracias a la calidad de su trabajo, sus fieles y su capacidad de oratoria, ¿verdad? Algo así como una especie de Che Guevara moderno, que apuesta por los derechos humanos, en vez de por la lucha armada. 

Pero, a mí, lo que me chirría no es tanto el contenido de su discurso, sino que puede hablar donde le de la gana. Me aparece con frecuencia en las sugerencias de YouTube, y le hemos visto hablar en parlamentos e incluso ante la excelentísima Organización de las Naciones Unidas. 

Sabemos que los sistemas complejos no permiten las narrativas que cuestionan su equilibrio. Las ocultan, las niegan, matan al mensajero, las tergiversan, las proyectan fuera, difaman a quien abre la boca y cuentan con miles de recursos para acallar a quien verdaderamente es un disidente. Y esto pasa en todos los lados, tanto en política exterior, como en nuestras propias familias. 

Entonces, quizás no sea lo que parece. Quizás ese discurso crítico y potente no sea un problema para el orden establecido, sino algo que conviene al propio sistema complejo del que él también es parte. Y creo que una de las claves para entender este fenómeno pasa por la defensa a ultranza de los Derechos Humanos. 

Los Derechos Humanos parecen algo muy bonito. Ideas que garantizan el bienestar de todo el mundo, que son para todas y todos, inalienables. ¿Quién puede defender lo contrario?

Yo mismo. 

Porque, en la realidad en que vivimos, la aplicación de los Derechos Humanos es un privilegio económico y de clase. Es decir, que no se aplican por igual para todo el mundo, sino que, en la práctica, sólo protegen a las clases más poderosas, que se aferrarán a ellos para impedir una revuelta que permita un reparto justo de la riqueza, los servicios, los bienes de producción y el bienestar humano. 

La paradoja de los Derechos Humanos es que hay que transgredirlos para que sirvan de garantía para todo el mundo. Porque, mientras algunas y algunos no sientan peligrar su culo, no van a ceder lo que “sienten” como suyo, pero que resta calidad de vida para tantas y tantas personas. Y lo peor de todo, es que justifican el uso de la fuerza, claro, para defender los propios intereses, a través de una narrativa justificativa de los peores actos. 

«Que no es que yo ataque, es que se están vulnerando mis derechos humanos». 

«Tenemos que intervenir, que Sadam tiene armas de destrucción masiva». 

No voy a ser yo quien salga a la calle con un Kalashnikov, haciendo mía la revolución, jugándome el tipo y disparando al cielo. No sirvo para la violencia porque soy muy blandito. Pero eso no me excluye de pensar que hay determinadas narrativas que se permiten, y son las que sirven al equilibrio imperante. Y la de los Derechos Humanos, incuestionable, encumbrada, idealizada, es una de ellas. 

Por no hablar de la democracia. Ojo quien hable en contra de ella. Pero la realidad es que el pueblo delega demasiado poder en las figuras que supuestamente lo representan, permitiendo que sus caprichos, miedos, hambre de poder, o conflictos internacionales, puedan meter al miento entero en una maldita guerra. 

Una guerra avalada, siempre, por la defensa del territorio, de la religión, de la etnia o de los malditos derechos humanos. Porque no hay forma más fácil de agredir, que protegiendo a una víctima indefensa. 

Sí, sí, como la que el mismo Chomsky critica: como la actual de Ucrania. 

En la que se encumbra a V. Zelinsky como un santo, con la motivación oculta de alargar la guerra y ganar por desgaste al bloque enemigo. Un bloque enemigo que justifica su agresión diciendo que quiere “desnazificar Ucrania” para hacer respetar la voluntad del pueblo. 

Coño, otra vez la democracia, ¡chorprecha!

Imaginad por un momento que lo digo. Hala. Y grito que estoy en contra de los Derechos Humanos y de la Democracia. Así, sin ambages. Que estoy en contra de toda esa mierda, porque ha demostrado que no funciona, y es mejor, por ejemplo, la dictadura del proletariado, en su vertiente Leninista. 

Tócate los huevos. 

Ahora sí que me crujen, me bloquean, me crucifican, me cierran todas las puertas, y va a ir tu p. madre a hablar a la ONU. 

Os juro que hacen senador a mi caballo.

Con esto no quiero decir que vaya a defender estas ideas. De hecho, mi postura es más cercana a la de Chomsky. Pero debo ser consciente de que es limpia, pacífica, blanquita y que, en ningún caso, supone un tirón de orejas a quienes les debería de doler y que tendrían que soltar cuerda. Aceptar, sin remilgos, esa postura no es revolucionario, sino que sirve al estatus quo que necesita aparentar que permite voces disonantes para justificar esos supuestos Derechos Humanos y esa supuesta Democracia, realidades ficticias que necesitan de nuestras creencias irracionales para sostener un poder que en nada nos beneficia. 

¿Merece la pena?

Cuando estemos ardiendo en Cesio 137, lo hablamos. 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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