[…] Porque las niñas y niños, progresivamente, van desarrollando mayor tolerancia a las emociones desagradables. Pero también necesitan dichas emociones desagradables para ampliar el marco de su ventana de tolerancia. Necesitan sentir de todo, hacia el contexto, hacia sus iguales y hacia sus propias madres y padres, para sentirse capaces de poder con el mundo entero. […]
«Jamás conseguirás que una niña o un niño se porte bien, haciéndole sentir mal.»
Hay frases que se repiten como un mantra, pero que llevan una luz roja intermitente, como una señal de peligro.
¡Alarm! ¡¡Alarm!!
Las redes sociales tienen muchos peligros, entre los destacan especialmente dos: simplifican la realidad, y nos vuelcan información que se ajusta a nuestras expectativas, valores y creencias. Es la forma de mantenernos enganchados.
En lo que respecta a la educación y la crianza no hay ninguna excepción. Se difunden frases bienintencionadas, pero que sólo representan una parte de la realidad, confirmando los patrones de funcionamiento que tienen las espectadoras y los espectadores.
No dudo de que hay buenas intenciones detrás de quien escribió esa frase. Imagino que es un alegato contra el autoritarismo, o contra el maltrato infantil, cosas ambas que repudio y detesto; pero, al escribir en redes sociales, debemos ser conscientes de que lo que digamos, seguramente, caiga en el público inadecuado.
En relación a esta frase, hay un colectivo que me preocupa: el de las familias sobreprotectoras. Una familia sobreprotectora es, para que nos entendamos, aquella en la que la activación de las niñas y niños —es decir, la rabia, la tristeza, el miedo, el asco, la vergüenza, etc.— sobrepasan a los adultos, que optan por invadir la mente del niño, tratando de regular con desesperación unos estados de ánimo que no son los suyos. Se produce así una indiferenciación de los afectos que dificulta la regulación afectiva, dado que, ante un episodio doloroso, nadie permanece en sus cabales para guiar con seguridad al grupo.
Si uno forma parte de uno de estos sistemas, puede entender mal la frase:
«Debemos evitar el sufrimiento que causamos a las niñas y los niños.»
Y esto es muy, pero que muy peligroso.
Porque las niñas y niños, progresivamente, van desarrollando mayor tolerancia a las emociones desagradables. Pero también necesitan dichas emociones desagradables para ampliar el marco de su ventana de tolerancia. Necesitan sentir de todo, hacia el contexto, hacia sus iguales y hacia sus propias madres y padres, para sentirse capaces de poder con el mundo entero.
Y necesitan saber que lo que sienten es suyo, y de nadie más. Y que, por muy fuerte que sientan las cosas, hay límites que no se pueden transgredir porque invaden el terreno de terceros.
Les conviene tener la experiencia recurrente de “lo que he sentido ha sido muy fuerte, pero he podido yo sola (o yo solo) con el mantecado entero”.
Por supuesto, con esto no quiero decir que haya que tratarles mal, o con distancia afectiva. Hay un punto intermedio entre la fusión y el desapego, y se llama acompañamiento. Acompañar es sentir lo que el otro siente, pero dejando clara que se trata de dos experiencias diferenciadas, en la que cada uno se hace cargo de lo propio mientras se sienten por dentro. Acompañar es sentirse de cerca, pero sin invadir el espacio de lo ajeno; sin usurpar el derecho a estar mal y, consecuentemente, a poder con ello.
Acompañar es sentarse cerca, a la distancia que resulta cómoda, con la confianza de que esta presencia, conectada, sensible y honesta, ayuda en “su” proceso. Un proceso que no tengo el derecho ni el deber de hacer mío, porque sé que, si invado ese territorio, le estoy invalidando.
No se trata de “no hacerles sentir mal”, sino de darles seguridad a medio y largo plazo, entendiendo que las emociones tienen una función y que, por eso, debemos dejarles transitar libremente por ellas, sin coartarlas, sin cuestionarlas, sin retorcerlas, y sin procurar que su experiencia nos sea a nosotros y nosotras más cómoda, porque contienen un aprendizaje esencial para la vida.
¿Ves cómo sí que puedes?
Y eso que has estado bien jodida.
Pues eso.
Lecturas recomendadas:
BENITO MORAGA, R. (2020). La regulación emocional. Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones
NARDONE, G.; GIANNOTTI, E.y ROCHI, R. (2012) Modelos de Familia. Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos. Barcelona: Herder
SIEGEL, D. (2012). El cerebro del niño. Barcelona: Alba Editorial
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
Gracias Gorka!
Me gustaLe gusta a 1 persona
De nada!
Me gustaMe gusta
Me he quedado con una sensación rara leyendo el artículo. Entiendo que a veces puedan entenderse mal frases, del consejo de que hacer daño no trae nada bueno (no se aprende a base de palos) pasar al consejo de evitar todo daño como si se pudiera crear un mundo donde no exista el daño. Pues no, y totalmente de acuerdo en que (a veces con compañía a veces solos) vayan afrontando los golpes de la vida por sí mismos. Pero la idea de que siempre pueda una persona sola con el mantecado entero, pues no lo veo… Hay situaciones (viene alguien de una violación por ejemplo) y decirle que puede sola, que se coma el mantecado el entero, pues no. Opino que hay veces que para ayudar, y no digo que durante años pero sí durante un tiempo prudente, hacemos nuestro lo del otro, porque es demasiado peso, y eso hace bien, ayuda, cura. Y de ninguna manera es decirle que es inválido o que no puede, sino que es demasiado y saber que es demasiado ayuda. Mucho. Entiendo que es un arte, como el cocinar, saber cuando poner más de esto, de lo otro, una pizca, un puñado, en este momento, o ya no más porque esta carne es más blanda que la de ayer, que se yo. Gracias por hacer reflexionar.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias. Me temo que estamos muy de acuerdo. Es posible que no me haya explicado suficientemente bien. Lo siento.
Me gustaMe gusta