Una rata muerta

[…] Hace un mes que, por las noches y de vez en cuando, escuchábamos ruidos raros en el entresuelo. A veces, eran arañazos, otras veces roer madera, e incluso alguna vez nos pareció escuchar pequeños grititos. […]

Nos ha pasado algo muy asqueroso.

Pero que, muy, muy asqueroso.

Hace un mes que, por las noches y de vez en cuando, escuchábamos ruidos raros en el entresuelo. A veces, eran arañazos, otras veces roer madera, e incluso alguna vez nos pareció escuchar pequeños grititos: “hi, hi”.

—Hostia tú —le dije a mi pareja—, me cago en mi vida. Es una rata.

Me resultaba súper angustioso ese ruido por las noches. Escuchar ese “ras, ras” de repente y sin previo aviso, me dejaba hecho mierda.

«Ay, que ahí anda. Justo debajo de mi cama, haciendo un agujero para entrar en mi refugio».

Al final, la situación se volvió insostenible y decidimos hacer algo a la desesperada. Ya sabéis, con la amígdala hiperactivada. Os sonará a coña, pero es que en nuestra experiencia teníamos al enemigo en casa.

Así que, así, con la función ejecutiva por los suelos, y activado el “modo lucha” tomamos la mejor decisión del mundo: veneno.

A los pocos días, los ruidos cesaron.

Joder qué bien. Hemos ganado la guerra. Güi ar de champions.

Al poco, un leve hedor empezó a subir desde el suelo.

«La venganza del Vietcong», pensé para mis adentros.

—Va a ser la rata muerta —le dije a mi compañera—, vamos a poner un poco de incienso, que en seguida se seca.

—Sí, mejor así —respondió ella—, que no hay manera de sacarla de ahí si no es descojonando toda la casa.

Pasó el tiempo y el hedor, claro, aumentaba.

Miramos en Internet, descubrimos que hay una bolsas especiales que absorben los olores. Creo que las compramos todas. También empezamos a aplicar uno tras otro, todos los consejos de la abuela: que si vinagre, que si café, que si un gorro de paja.

Cualquier mierda, con tal de sentir que hacíamos algo.

Pero ya, ni con las ventanas abiertas se podía estar en casa.

Qué ascazo. No conozco lo olor más repugnante.

—¿Pero qué vamos a hacer ahora? —nos preguntábamos, muy preocupados—. A ver, que a mí ya no me importa romper el suelo, pero si esto huele así aquí, qué va a ser ahí abajo. Vo-mi-to. No voy a soportarlo.

Al final, hablamos con el seguro de la casa, que nos mandó a un albañil muy amable.

—No sé cuanto te pagan —le dije cuando llegó—, pero fijo que es poco para lo que te toca.

—Tanquilo, hombre —me respondió—. Acabo de pasar el coronavirus y todavía no he recuperado el olfato.

Decidí quedarme con él, porque me daba apuro dejarle sólo con tan asquerosa tarea. Así que me metí 3 o 4 litros de colonia en la mascarilla, y me quedé animándole en la tarea.

El tío, con perfume en la mascarilla y sin olfato, casi pota.

300 gramos de rata común, gris, putrefacta, de alcantarilla.

«Pero cómo habéis llegado a esto, pedazo cerdos», debió de pensar, pero se despidió con una amable sonrisa.

Hay familias que, como nosotros, conviven con una rata muerta. Y esa rata está tan presente todo el rato, que provoca malestar, discusiones, y síntomas de todo tipo.

Y mientras esa rata siga presente, el malestar no puede aliviarse. Por mucho incienso que le pongamos, y por mucho que abramos las ventanas al frío a la hora de dormir.

A veces, se piensa que sacar la rata es peor, porque hay que verla, tocarla y olerla de cerca. Y sólo pensarlo, provoca arcadas y un asco atroz. Además, da miedo romper lo que tanto ha constado construir, máxime si eso es justo lo que nos da cobijo y seguridad.

Pero la realidad es que no hay destrozo que no se pueda reparar. Y que el ascazo guapo, puede terminar. Luego, con la rata precinatada en un contenedor, se puede volver con un profundo alivio a una vida más placentera, y a un mayor bienestar.

Porque, amigas y amigos míos, no hay rata que no se pueda sacar. Es peor convivir con la tensión y el malestar que provoca su hedor.

¿Se ve?


En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es image.png

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s