Preguntas [incómodas] sobre el suicidio asistido de una adolescente en Holanda

Leo el titular de una noticia que dice que una chica de 17 años, en Holanda, ha optado por la eutanasia —en realidad, suicidio asistido—. Según explica la noticia, la adolescente llevaba 10 años sufriendo, al parecer, como consecuencia de unos abusos sexuales.

Y me surgen muchas preguntas. La mayor parte incómodas.

Nadie se quita la vida [sólo] por ser víctima de abuso sexual. El trauma no se genera tanto por los hechos que hemos vivido, sino por la ausencia de una respuesta empática y protectora de las personas que sentimos que deberían protegernos.

Así que yo desplazaría el foco de atención del abuso, a la respuesta que el entorno dio a esta chica, cuando más lo necesitaba.

Me pueden surgir muchas dudas sobre cómo afectó a la familia que se desvelaran estos hechos, y cómo se posicionó cada uno de los miembros en un momento tan crucial. Pero, sobre todo, me llama la atención que, tras 10 años de tratamiento, la chica mantenga su deseo de quitarse la vida, como único remedio a su sufrimiento.

El cerebro es un órgano orientado a sentir seguridad y a proteger la vida. Y cuenta con innumerables recursos para mantener a la persona cuerda y viva. Desde síntomas sencillos, como la tendencia a la rabia, a otros más complejos, como los trastornos alimentarios, la disociación o los trastornos psicóticos. Todos ellos pueden entenderse como recursos que la persona pone en práctica en su ecología relacional, para sentir seguridad, protección y los cuidados que necesita.

La clave está en la pregunta ¿por qué no han funcionado?

Voy a lanzar una hipótesis incómoda. Que, válgame Dios, es sólo una hipótesis. Es decir, un ejercicio mental para ilustrar lo compleja que es la intervención con familias y personas a las que les afecta un gran sufrimiento.

¿Y si quienes la han matado han sido los profesionales?

Toma hostia.

Hay una tendencia en todos nosotros —psicólogos, educadores y trabajadores sociales— a empujar a las personas a lo que consideramos y sentimos que es la “salud mental”. Es decir, que existe una marcada preferencia —a menudo inconsciente— a empujar a las personas a comportarse de manera racional, y a hacer tremendos esfuerzos para conservar la salud mental. Cuando en casos de sufrimiento grave, los síntomas de enfermedad mental son lo único que, provisional o definitivamente, nos pueden mantener con vida.

Me pregunto si ese cerebro se habría suicidado en caso de haberlo dejado en paz, regulándose sólo.

Me pregunto si, de verdad, confiamos en el potencial protector de la enfermedad mental.

Y me pregunto si estamos utilizando al abuso sexual como mito de expiación, para no asumir la responsabilidad de haberla matado.

Pero sólo son preguntas ¿verdad?


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

6 comentarios en “Preguntas [incómodas] sobre el suicidio asistido de una adolescente en Holanda

  1. Sonia

    Que duro y cuanta empatía tiene este escrito
    Me ha emocionado y removido…y aliviado también…todo eso
    Factor de protección …tal cual…como el comportamiento que dicen disruptivo de un niño en clase.
    Me lo anoto

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  2. Eva

    Que interesante reflexión.
    Pues nunca sabremos lo q habría pasado si hubiésemos dejado a su cerebro “solo” para protegerse del dolor. Pero si sabemos q todo lo q se sale de lo frecuente o habitual (que no necesariamente normal), ponemos todo nuestro esfuerzo en reconducirlo, tal vez desde nuestra propia necesidad de control.

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