En Ribadeo, el pueblo de mis suegros, hay una senda donde se pueden ver conejos […]
En Ribadeo, el pueblo de mis suegros, hay una senda donde se pueden ver conejos.
Es un camino de tierra bastante normal, cerca del mar, por dónde suelo pasar paseando o en bicicleta.
Son muy cautos, y no permiten que nadie se les acerque. Pero como la senda es muy recta y sin apenas inclinación, se puede ver con claridad a los animales en la distancia.
Cuando paso por allí siempre me quedo un rato esperando, agazapado —nunca mejor dicho—, mirando lo que hacen. Me encanta cuando les veo caminar, a saltitos, con su culete blanco.
Siempre están ahí. Intuyo que hay unas cuantas madrigueras entre los zarzales, y que viven una vida apacible, mordisqueando plantas, y robando astutamente comida al ganado.
Me ilusiona un montón pensar en llevar a mi hija a ver a los conejos. Son fáciles de ver, y están libres, en su territorio. Ni en un zoo, ni en una granja, ni en una jaula.
Veo su expresión de ilusión al detectarlos, y su cara de bicho reptando por la hierba, midiendo las distancias para no asustarlos.
Me imagino volviendo con ella cuando tenga dos, tres y cuatro años. Y regresando un día cuando yo sea viejito y ella una mujer joven a repetir la experiencia. Sería precioso.
Pero no puedo confiar en que los conejos sigan allí. Como no siguen los mejillones que recogía con mi abuelo, ni los tritones y salamandras que cazábamos en los depósitos secretos.
Sencillamente, en este mundo terrorífico, la senda de los conejos no tiene valor alguno.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
