Acompañamiento durante una contención | dilema moral

Debatimos sobre un dilema moral al que os enfrentáis muchos y muchas los que trabajáis en contextos donde se producen contenciones físicas ¿Qué pensáis?

Trabaja en un centro cerrado, donde está al orden del día la contención física.

Es una herramienta que se ha normalizado y protocolizado. A fin de cuentas, a veces hay que retener a los chicos para que no se hagan daño a sí mismos y a los demás. Y no se puede hacer a la ligera, para evitar daños mayores.

El protocolo dice que, si un chico es contenido, debe ser trasladado a una habitación diseñada para que nada le pueda dañar. Que tiene que estar sólo, sin ninguna compañía u objeto. Es una medida diseñada para que, en ese momento de desbordamiento emocional, no pueda agredirse a sí mismo, a los compañeros o al personal.

Es lógico desde un paradigma cognitivo-conductual. Acción-respuesta, y te colocamos en un lugar donde te puedas calmar y reflexionar.

Ese día es contenido un adolescente a quien tutoriza.

Lo poco que sabe sobre su historia personal es que ha sufrido multitud de abandonos. Desde que tiene uso de razón ha vivido en la calle, mendigando, robando y comiendo de los restos que dejaban los demás. Cuando acumulaba algo de dinero, se lo llevaba a su madre y hermanos, que lo recogían y le decían con furia que vaya mierda, que consiguiera más.

Siempre se ha sentido como un objeto o una herramienta. Como algo que puede ser útil, pero de lo que se puede prescindir cuando deje de servir a los demás.

Y así fue. Cuando se hizo más mayor y empezó a ser más independiente, a diferenciarse, su madre le expulsó de casa. Vete con tu padre, si vas a haber lo que quieres. Y él se marchó, sin siquiera una maleta, dejando atrás todos sus recuerdos y lo que le ataba a la vida.

Vivió dos años con su padre. Un hombre permanentemente alcoholizado, que vivía en una chabola en el extrarradio. Un día, en pleno síndrome de abstinencia, mantuvieron una discusión. La pelea se les fue de las manos, y el hombre trató de estrangularlo. Intervinieron los vecinos en la escena y, de churro, consiguió escapar.

Pasó días en la calle, hasta que tropezó con la policía. Que le mandaron a un centro de acogida. Traumatizado y con severas dificultades de autorregulación, fué incapaz de asumir las normas. Así que fue expulsado y trasladado a otro centro con mayor capacidad de contención.

Poco importó que allí hubiera una educadora firme y amable con la que empezaba a vincular.

No soportaba estar encerrado. Sencillamente, eso era demasiado diferente a lo que estaba acostumbrado. Así que huyó, se escapó, y provocó más contenciones, en un intento irracional para que aparezca esa educadora y le llevara con ella. Sin embargo, nadie apareció.

Así es como entró en escalada. En su mente, cuanto peor hiciera las cosas más probable es que se escuchara su grito de dolor, y que esa persona a la que supo querer y por quien se sintió querido, llegara para rescatarlo, adoptarlo, o tomar un maldito café.

En una de sus escapadas, borracho de soledad, apuñaló a otro chico. Lo asesinó.

No tardó en ser localizado por la policía, que lo metió en el centro cerrado como medida cautelar.

Allí, encerrado a la fuerza, y sometido a constantes contenciones, amenaza con suicidarse y matar a los demás. Es como una bestia incontrolada, desesperada, desprovista de cualquier tipo de empatía hacia los demás. Insulta, muerde, pega, rompe cosas, y da miedo a los educadores y educadoras y al personal de seguridad. Cuidado, mirad lo que hizo. Mano dura es lo que va a necesitar.

Pero este educador sabe algo de su historia. Y entiende que esa violencia es una solución desesperada para mantener la única vinculación sana que le ata a la realidad. Prevé que si esa esperanza loca se hundiese, sólo quedaba la alternativa de la psicosis o el suicidio. Y siente a ese chico loco pero sensible, al que ve como un adolescente que sufre y no como un peligro para él y para los demás.

Sabe que el equipo educativo no entiende las necesidades de este chico. Porque, cada vez que ha tratado de hacer una valoración comprensiva de un caso, se le ha tachado de blandito, comeflores o de loco sin fundamento profesional. A fin de cuentas funcionan desde una perspectiva conductista, en el que el régimen de premios y castigos es el fundamento de su práctica profesional.

Así que decide acompañarle. No dejarle sólo. A pesar de que los protocolos y el equipo educativo diga lo contrario. Y cuando es contenido, encerrado y abandonado a su suerte, permanece al otro lado de la puerta. Hablando con él o tocando a intervalos para que sienta que alguien le acompaña. Entiende su comportamiento como un sufrimiento legítimo, y no como maldad. Esta vez le va a tratar como una persona, y no como un objeto que se pueda apartar.

Deja de lado sus tareas, y permanece allí. Enfrentándose con su actitud al resto del equipo, y posponiendo sus responsabilidades. Pero no por capricho, sino porque entiende que así protege al chico e, indirectamente, al resto de educadores/as y chicos.

¿Hace bien? ¿Cómo debería actuar?

Responded desde el PUNTO DE VISTA ÉTICO.

NO desde el práctico y NO desde el código deontológico profesional.


Es un debate complicado. Pido leer con curiosidad las aportaciones de los y las compañeras, y máximo respeto a las aportaciones de los demás.

Gracias.

¡A por ello!


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

10 comentarios en “Acompañamiento durante una contención | dilema moral

  1. Olga

    Creo que está actuando correctamente, ya que al ver al chico como una víctima de su propia historia personal y no como una bestia sin sentimientos, al entender que, por encima de todo hay una persona que sufre, va a intentar encauzar la situación. Será difícil, pero pienso que lo más duro será cambiar mentalidades. Lo típico en casos de problemas de conducta.

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  2. Por lo que entiendo este es un centro de rehabilitación y reinserción, no se si de tipo psiquiátrico, pareciera que si, no un sitio de confinamiento con una condena penal, cierto?, para mi en un lugar donde hayan profesionales comprometidos con el cambio y evolución de sus usuarios, debe hacer todo lo que esté en sus manos para ayudarlo, inlcuso a expensas de normas y protocolos que históricamente se obedecen porque si, porque siempre se ha hecho así, revisa los datos sobre el “experimento de Milgram” donde encontraron que los humanos podemos seguir órdenes ciegamente incluso si éstas son absurdas y lesionan la integridad de otros seres humanos, en conclusión creo que el acompañamiento es lo indicado, esta persona no ha podido crear ningún tipo de vínculos, por tanto no sabe lo que es la empatía y aprendió a relacionarse desde la violencia, así ha tenido un lugar en la vida, su desconfianza en el mundo debe ser enorme.

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      1. Juan Antonio Torralba

        Ufff. Desde el punto de vista ético el menor necesita a alguien a su lado, cuanto menos a través de una puerta de metal grueso con ventanita en la parte alta. Muchas serían las personas que pedirían castigo por su acto de sangre y su conducta de permanente agresión, pero creo que no serían tantas las personas que cumplirían ese castigo (el aislamiento) sin un mínimo de humanidad. Para mí un mínimo de humanidad en esa situación es estar ahí al otro lado tener un par de ojos a los que mirar o una voz que escuchar para no sentirse absolutamente abandonado.
        Creo que todas las personas al ver o saber de un delito o agresión a otras personas tendemos a dar una primera reacción muy dura que busca el castigo. Ocurrió lo mismo con la “manada”, con Sandra Palo, con variedad de casos y delitos; yo me incluyo entre las personas que deseaban y exigían una justicia desmesurada… “cortarles lo genitales”, “darles una paliza”…. Ahora ¿Quién hace eso? ¿ quien cumple ese castigo? ¿se buscan verdugos?.
        Cuando se está al otro lado de la celda o de la habitación de “reflexión”; y creas un vínculo o simplemente compartes un espacio-tiempo con ese “culpable” “paciente” “interno”… comienzas a conocer a esa persona y ves sufrimiento. Así pues desde un punto de vista ético la humanidad debería trabajar para acompañar a las personas que sufren y sienten dolor, indiferentemente de si se lo merecen o no; puesto que esto de “merecer” es muy ambiguo.
        Conclusión indiferentemente de las medidas educativas-restrictivas y del cumplimiento de sanciones, medidas psicoeducativas, castigos, penas…….las personas necesitan de otras personas para vivir y de oportunidades para tomar las riendas de si mismas en armonía con otras.

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  3. Vicky Barral Pérez

    Desde mi punto de vista no cabe duda de que está haciendo lo correcto, si no fuera así nuestra profesión pierde todo el sentido, estamos para establecer una relación de ayuda y acompañar en el desarrollo integral de las personas, no para moldear a personas con protocolos que faciliten el trabajo a los profesionales, aunque definitivamente no se está autocuidando y seguramente tenga consecuencias que van a repercutir en su trabajo y por ende en su vida personal.
    Es muy difícil que sea comprendida su posición pero es un ejemplo de buenos tratos que me parece sumamente valiente.

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  4. curra

    Hola, suscribo prácticamente todo lo que apuntan las personas que han opinado anteriormente.
    Cuando veo estos problemas tan complejos, no puedo dejar de pensar, qué tipo de vida han tenido que soportar estas personas. Cuando responden de estas formas, poca gente se plantea qué le ha ocurrido para que llegue a comportarse así. Todo el mundo quiere venganza. Y esto es un error, sé que es muy difícil, imagina que el asesinado en nuestro hijo, pero no debemos inclinarnos por la venganza.
    En fin estoy de acuerdo con lo que decís.

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