[…] Lo maravilloso de la lucidez es que, al contrario de lo que pasa con las formas tradicionales de concebir el aprendizaje, está íntimamente conectada con el deseo, a saber, con nuestros anhelos más íntimos y con las historias que nos contamos para dar sentido a nuestras vidas y sobrevivir. […]
«Al comienzo de The Prestige, de Christopher Nolan, un mago realiza un truco con un pequeño pájaro que desaparece dentro de una jaula aplastada sobre la mesa. Un niño del público empieza a llorar, angustiado porque cree que el pájaro ha sido asesinado. El mago se le acerca y completa el truco, sacando suavemente de su mano un pájaro vivo. Pero el niño no se convence: insiste en que debe de ser otro pájaro, el hermano del pájaro muerto. Tras el espectáculo, vemos al mago a solas, tirando un pájaro muerto y aplastado a la basura, donde yacen muchos otros. El niño tenía razón. El truco no podía realizarse sin violencia y muerte, pero su eficacia depende de ocultar el mísero y destrozado residuo de lo que ha sido sacrificado, deshaciéndose de él donde nadie importante pueda verlo. En esto reside la premisa básica de una noción dialéctica del progreso: cuando aparece una etapa nueva y más elevada, en alguna parte debe de haber un pájaro aplastado.»
Žižek, S. (2025). Progress and its vicissitudes. En Against Progress. Londres: Bloomsbury Academic.
A pesar de todas las críticas que vertemos sobre el sistema educativo, existe cierto consenso en relación a que la ciencia (los estudios, su replicación por pares, la construcción y reconstrucción de teorías basadas en la evidencia, etc.) ha mejorado sustancialmente los procesos de enseñanza – aprendizaje, y casi todo lo que llevan asociado.
Podría ser. No diré yo lo contrario. Pero también hay otra pregunta que procede: ¿qué hemos sacrificado —quizás conscientemente, quizás no— para que este supuesto progreso sea posible? ¿Qué pájaro muerto hemos dejado atrás, oculto ante esa infancia metafórica (o no) que nos sigue el juego con ingenuidad?
Pensemos que el progreso casi nunca se produce en beneficio de la mayoría, sino en respuesta a los intereses de los grupos de poder. Y eso lleva aparejada cierta perversión: se oculta sistemáticamente todo lo que pueda cuestionar esos movimientos.
Os invito a abrir la basura. A meter las manos y rebuscar en la podredumbre. A mirar los pájaros muertos que ha dejado la idea moderna (técnificada, ordenada, cientificista, cognitivocéntrica, etc.) de la educación. Que cada una y cada uno encuentren lo suyo. ¿Sabéis cuál me he encontrado yo? La LU-CI-DEZ.
Hemos matado la lucidez. Y esto es un drama muy gordo.
Por lucidez me refiero al procesamiento complejo —dijo “complejo” para no confundirla con la intuición— de la información que acontece a nivel inconsciente, durante la vigilia y durante el sueño, y que nos devuelve, casi sin pretenderlo, repentino acceso a nuevas capas de la realidad.
Es una modalidad de procesamiento de la información que choca con las ideas habituales de la ciencia cognitiva, y de lo que supuestamente es la función ejecutiva (coordinación de medios y fines), porque, en gran medida, acontece fuera del dominio de la voluntad.
Por ejemplo, activamos el pensamiento lúcido cuando una idea nos llama poderosamente la atención y, lejos de acudir a los libros, a Google o a ChatGPT, la dejamos en “barbecho”, para que se vaya impregnando, poco a poco, de nuestro deseo, de nuestra experiencia de vida, de lo que nos sugiere el mundo y las personas, sin hacer esfuerzos para ir ni hacia allí, ni hacia acá.
Sólo dejarla estar. Como una semilla que emergerá a su debido tiempo y que, a lo sumo, hay que echar un vistazo de vez en cuando, y regar.
Y, de repente, un día te despiertas y ¡hostia! ahí está. Un árbol majestuoso, gigantesco, formidable, complejo y perfectamente funcional. Y tú gritas ¡eureka! ¡la madre que me parió!
Lo maravilloso de la lucidez es que, al contrario de lo que pasa con las formas tradicionales de concebir el aprendizaje, está íntimamente conectada con el deseo, a saber, con nuestros anhelos más íntimos y con las historias que nos contamos para dar sentido a nuestras vidas y sobrevivir. La lucidez se convierte así en recurso de prevención formidable en relación al sufrimiento, y a favor de la salud mental, pero implica, también, una fuerza formidable de diferenciación en relación a un sistema que evalúa para agrupar a la población en la mediana estadística.
Frente a la lucidez sólo caben dos opciones. O se reconoce y se potencia, o se oculta y se anula, tachándola —como tantas veces se hace— de “ensoñaciones que no caben en los libros de texto, por lo que son una pérdida de tiempo”. Pero en esta lucha contra la lucidez, tan frecuente en nuestras instituciones, también se pierde la conexión con el propio deseo y, en consecuencia, con el deseo de aprender.
En consecuencia, acabamos empujando a la infancia con frases de mierda, en plan, “si te esfuerzas lo conseguirás”, sin ser conscientes de que hemos sido nosotros quienes les hemos apartado de sus anhelos, desconfiando de su lucidez natural.
Toca pregunta retórica: ¿no será la anulación de la lucidez también un recurso perverso de control social? Porque, al privar a la infancia de este recurso, parece que se crean las condiciones perfectas para la dominación: anda, tú, déjate de hostias, y coordina bien los medios con los fines, aunque los fines te la resbalen o sean impuestos, a módico precio, por un mercado perfectamente capaz de crear sustitutos para calmar falsamente nuestro malestar.
¿Puede, entonces, que la tecnificación de la educación haya implicado un pájaro muerto tan evidente, y un descenso a los infiernos tan flagrante para nuestra población infantil?
¿Puede ser que el capitalismo nos esté proporcionando un acceso tan inmediato a la información que esté matando nuestra capacidad de acceder a nuestra propia lucidez?
¿Puede que estén matando nuestro deseo, y con él, nuestras motivaciones más profundas para avanzar?
¿Cómo sería una educación que contemplara o, lo que sería mejor, pusiera en el centro la Lucidez?
Ni idea tengo yo de estas cosas. Pero igual, digo igual, hay que hacérselo mirar.
Tomemos conciencia de que quedan personas que, como el niño del relato de Zizek rompen a llorar porque intuyen al pájaro muerto. Que no compran el relato del mago, aun viendo las bondades que la nueva educación supuestamente trae. Que no están convencidos. Y quizás tanga razón.
Sí, he escrito “tanga”.
El maldito inconsciente que nos cuela el deseo.
Ya ves tú.
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
