Una clase de surf

[…] Porque para reconocer la seguridad cuando llega hay que esperarla. Y hay que esperarla con esa curiosidad casi infantil que nos aleja de los propios esquemas y aprendizajes, haciendo caso a cómo los pequeños matices resuenan en nuestras tripas y nuestro corazón. Porque la seguridad, al igual que las olas, a veces no dura demasiado, y hay un momento crítico para poderlas pillar: esa cresta de la ola, en su perfecto momento, con su espumita en la cumbre, las llamamos transiciones de estado hacia una mayor seguridad. […]

Puedes generar pequeñas olas con las manos, pero nunca alcanzarán la talla ni la potencia de las que provienen del océano. 

Nunca. 

Nuestro trabajo tiene mucho que ver con el surf. Uno puede pasar minutos, horas, ahí en medio de la nada, esperando a que llegue la ola y que aparezca con la inclinación perfecta para poderla surfear. Y, entonces, sólo entonces, toca hacer un breve pero intenso esfuerzo, dejarse llevar y disfrutar del momento. 

Qué gozada, chaval. 

Porque lo guay de pillar una ola y disfrutarla es que uno acaba confiando en poder repetir, ¿no? Por eso se vuelve al océano, con una sonrisa en la cara, sintiendo que la vida sigue teniendo cosas maravillosas que ofrecer. 

Pues con la seguridad pasa algo parecido. A veces, uno se empeña en generarla haciendo esfuerzos inútiles, como si fuésemos un surfista que hace aspavientos con los brazos para crear las ondas por las que se pretende deslizar, pero, por mucho esfuerzo que haga, esas olas nunca van a ser tan formidables como las que llegan desde otro sitio, de manera natural. Y claro, uno se acaba cansando y frustrando porque las cosas no son como esperaba que fueran a ser. 

«Nada funciona», parece ser algo asumido entre las profesiones que atienden a las personas que lo pasan peor. 

Así de absurdos somos. Y así de absurdos son los imperativos que, a modo de “objetivos de trabajo” nos imponen las administraciones o empresas para las que trabajamos, muchas veces, a sabiendas de que no se van a conseguir. 

Porque la seguridad, la verdadera seguridad que mueve a las personas, no llega a través de los esfuerzos de las figuras profesionales, ni de las personas a las que estas acompañan, sino que emerge como las olas, desde un infinito desconocido, y de manera natural. Pero, si estamos empeñados en darnos cabezazos contra el dique del puerto, difícilmente podremos reconocer las olas buenas cuando nos eleven sobre el mar. 

Y creo que este es uno de los grandes errores que cometemos en servicios sociales. Estamos tan fascinados por las historia de dolor, tan impelidos por la urgencia, que no vemos las olas de seguridad que, sin prácticamente esfuerzo, y disfrutando como niñas o niños, podríamos surfear. 

Porque para reconocer la seguridad cuando llega hay que esperarla. Y hay que esperarla con esa curiosidad casi infantil que nos aleja de los propios esquemas y aprendizajes, haciendo caso a cómo los pequeños matices resuenan en nuestras tripas y nuestro corazón. Porque la seguridad, al igual que las olas, a veces no dura demasiado, y hay un momento crítico para poderlas pillar: esa cresta de la ola, en su perfecto momento, con su espumita en la cumbre, las llamamos TRANSICIONES DE ESTADO HACIA UNA MAYOR SEGURIDAD

Claro, digo esto y hay quien se estará tirando de los pelos. Nos han enseñado durante años y años de carrera, que “hay que hacer cosas” para llegar a la excelencia o currar como es debido. Que hay que estudiar, saber mucho, conocer muchas técnicas, hacer unos informes estupendos, para que las cosas vayan bien…

Y lo que es peor: tener algo parecido a una bola de cristal que nos permita ver el futuro y hacer pronósticos, negando todo lo que sabemos sobre los sistemas y el caos. 

Pero, ¿y si fuera todo mucho más sencillo?

¿Y si la prioridad no fuera tanto los conceptos, procedimientos y actitudes que hemos aprendido, como la resonancia empática que permite esperar la ola, verla a tiempo, pillarla en su debido momento, disfrutarla hasta la orilla, y bajarse de la tabla con la ilusión de que van a venir más?

¿Cómo te hace sentir esta idea?

Porque a veces, los problemas que se expresan tienen un trasfondo común: profesionales y personas a las que acompañan empeñadas en generar con sus solas fuerzas, en solitario, las ondas que les deberían llevar. 

Mientras, las olas grandes, preciosas, majestuosas, con toda su fuerza, pasan bajo ellos como perturbaciones sin sentido, porque toda la atención está puesta en los esfuerzos realizados para su imposible misión. 

¿Te vienes al agua conmigo?

Es hora de jugar. 

Gorka Saitua | edcuacion-familiar.com

2 comentarios en “Una clase de surf

  1. Avatar de Maria Delgado Maria Delgado

    Piel de gallina. Totalmente identificada, tanto cuando soy la que espera luchando con mis creencias de profesional como la que, cuando, del otro lado, recuerda que consiste en surfear, a veces lo hace.

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