[…] El crítico interno tiene dos facetas. Por un lado, nos recuerda todas las cosas que hacemos regular o mal, llenándonos de energía para que tengamos fuerzas para enfrentar todos estos retos; pero, por otro, nos repite todo lo que hacemos especialmente bien en relación a los demás, colocándonos en un pedestal e inflando nuestro orgullo más superficial. […]
En nuestra mente habita un personaje particular. Alguien que se muestra habitualmente muy angustiado, y que suele aparecer para recordarnos que debemos estar alerta para no perder en la competición con nuestros iguales: vamos a llamarle el “critico interno”.
El crítico interno tiene dos facetas. Por un lado, nos recuerda todas las cosas que hacemos regular o mal, llenándonos de energía para que tengamos fuerzas para enfrentar todos estos retos; pero, por otro, nos repite todo lo que hacemos especialmente bien en relación a los demás, colocándonos en un pedestal e inflando nuestro orgullo más superficial.
Sea como sea, nos mantiene en perpetua comparación con la gente de nuestro alrededor y con otros personajes más o menos ilustres a los que tenemos acceso a través de otros medios, como libros, películas o redes sociales, en una constante competición en la que a veces salimos ganando, y otras veces no.
Prácticamente todas y todos tenemos un “critico interno”, e imagino que casi siempre ha sido así. Pero hoy en día, se dan las condiciones para que cobre más fuerza y relevancia: estamos sumergidos en un contexto neoliberal en el que se pone en valor la competitividad, el esfuerzo por lograr las propias metas y se ensalza la diferenciación sobre las y los demás; y hemos aceptado un acceso al prestigio que se basa en “likes” o “me gustas” como forma de medir la aceptación real y el prestigio personal o profesional.
Si te ha venido a la cabeza “Tu Primer Millón”, voy por ahí.
Es decir, que, nos guste o no, valoramos a la gente y les atribuímos poder y pertenencia a al grupo por su capacidad o habilidad para diferenciarse de los demás, normalizando la autoexhibición como forma de competencia legítima contra todas y contra todos, estimulando a esa parte que trata de protegernos comparándonos compulsivamente con las personas que sentimos cercanas y que, a veces, no lo son.
En un primer contacto con esta parte que, en efecto, trata de protegernos, veremos que desea posicionarnos más o menos bien entre las y los demás, pero su naturaleza es mucho más compleja. Porque esa voz que nos dice «tienes que ser mejor que los demás»,«esfuérzate, tía (o tío)» o «mira que guay eres en comparación con ése», está muy conectada con la VERGÜENZA TRAUMÁTICA, es decir, con esa sensación tan dolorosa y poderosa que nos transmite que no somos suficiente a la vista de los demás.
Y es que, cuando una o uno ha sido expulsado de un grupo o ha vivido con la amenaza de quedarse solo, ha tenido que protegerse necesariamente de esa soledad. Y no es extraño que el “crítico interno” haya tenido, entonces, un lugar especialmente relevante. Porque, si alguien está en riesgo de ser rechazado y de quedarse solo, necesita que algo o alguien acuda el rescate para no cometer errores que lo expongan más o que le dejen aislado en un contexto del que no hay escapatoria, como suelen ser el contexto escolar o el familiar. Cuando una o uno puede ser humillado, no es infrecuente que se machaque a sí mismo para minimizar el daño de los golpes que puedan llegar: «si me lo digo yo primero, puede que esto calme o deje sin recursos al agresor; o puede que me ayude a amortiguar el impacto de la agresión al resultarme algo familiar». Y, cuando se ha sufrido ya este rechazo y uno está solo —con toda la angustia y la desesperación que ello conlleva— necesita a alguien que le diga que, a pesar de lo que todo el mundo piensa, él sigue siendo una persona capaz de conservar su dignidad.
Vivan las resistencias, carajo.
Y, al final, cuando la amenaza ha sido demasiado intensa o ha estado presente durante demasiado tiempo, es habitual que esta forma de funcionar se enraíce en nuestra forma de ser. Es entonces cuando caemos en la trampa de la comparación social, que viene a ser, con sus complejidades y matices, algo así:
1. Aparece el “crítico interno”, como forma de sentirnos con valor y asegurar la pertenencia.
2. Nos movilizamos para mejorar en la comparación con las y los demás.
3. Conseguimos mejorar.
4. Sentimos cierta satisfacción o alivio por ser mejores que los demás (soy parte privilegiada en el grupo).
5. En coherencia con este individualismo: nos sentimos solos y desconectados de la humanidad.
6. Necesitamos algo para salir del colapso y volver a sentir pertenencia.
7. Desde ese colapso, sentimos que la única solución posible para este sufrimiento es colocarnos en la cúspide de la pirámide y tener la aprobación de las y los demás.
8. Y vuelta a empezar.
Y las cosas no cambian demasiado si el “crítico interno” llega con su mejor cara —cara de narcisista— y nos dice que somos el amo de la barraca y el no va más. Nos proporciona la ilusión de ser aceptadas o aceptados, precipitándonos paradójicamente a la más absoluta soledad.
Llegados a este punto, seguramente te estés preguntando «joder, Gorka, yo también tengo esa movida dentro, ¿qué puedo hacer?».
Bien, pues el primer paso ya lo hemos dado, que es tomar conciencia de cuál es la trampa. Ahora podemos ir un poco más allá.
Quizás lo primero pueda ser entender que ese “crítico interno” no sólo es un pensamiento o una voz, sino todo un personaje que aparece asociado a una experiencia somática, acompañado de una visión del mundo, asociado a determinados recuerdos y con una propuesta casi ineludible de acción.
Es tan potente y persistente que ignorarlo no sirve de nada. Y tampoco sirve de nada intentar ponerlo bajo control. Cuanto más luchamos contra nuestro “crítico interno” más fuerte se hace, porque en muchas ocasiones está vinculado a la necesidad de pertenencia, que es una necesidad vital.
Por tanto, la solución no pasa por la lucha, sino por mejorar la relación con él. Y para ello, se hacen necesarias dos cosas: una mirada curiosa, compasiva, sin juicio; y un diálogo integrador.
Pero, Gorka, ¿cómo voy a relacionarme sin juicio con un personaje cuya identidad se basa en juzgarme y calificarme en términos de bien o mal? No parece fácil, la verdad.
Te doy alguna pista.
A veces, puede ayudar mucho reconocer la experiencia somática asociada a este “critico interno”: ¿qué partes del cuerpo se activan y cómo son esas sensaciones? Es decir, movilizar a ese “observador interno”, que esté pendiente del estado de nuestro cuerpo, permitiéndonos identificar esas sensaciones incluso cuando su intensidad es media baja, de manera que podamos activar nuestros mecanismos de regulación emocional de “abajo-arriba”, es decir, que se produce principalmente a través de la propia experiencia somática, sin apenas intervención del pensamiento o del córtex prefrontal (la parte más consciente).
Y esto seguramente va a funcionar, porque la mejor forma de parar las “rumiaciones” o “pensamientos recurrentes” es colocar la atención en las sensaciones del cuerpo, con curiosidad y compasión.
Funciona. Lo verás.
Poco a poco, iremos tomando conciencia de qué pasa en esas transiciones de estado: cuando pasamos de la crítica a la seguridad. Y de cómo todo eso afecta a nuestro entorno y a nuestro tono vital, en un proceso libre de exploración.
Porque ahí, justo ahí, puede que emerjan también otro tipo de experiencias extrañas o que hace tiempo que no experimentábamos, a saber, esa sensación de amor propio “basado en la oxitocina”, y no en la adrenalina y la dopamina que nos proporcione, progresivamente, una sensación profunda de paz. Una paz real que llegará, sin duda, a las personas que respetamos y queremos en nuestro entorno cercano, con quienes sentiremos una mejor conexión y amor.
Miraremos, entonces, atrás, y nos veremos fuera de “la matrix” —ja, ja, ja—, en un sistema paralelo, en el que no es necesaria la competición para sentirse parte de la humanidad.
En la que la dignidad se mantiene sin esfuerzo, sólo por ser parte de la experiencia humana; y donde se disfrutan las relaciones con otras personas de manera más compasiva y curiosa, desde la seguridad, la tranquilidad y el alivio.
Ya sabes, son las relaciones lo que nos sana. Nada más.
Y esa, amigas y amigos, es una sensación maravillosa, en la que nos podemos recrear. Porque, cuanto más estemos en ella, más nos podremos mirar de manera compasiva, entendiendo que ése “crítico interno”, que sigue apareciendo a veces —claro que sí—, sólo está asustado, angustiado, tratando de protegernos y ayudar.
Pero, ahora, lo podemos ver y reconocer desde la seguridad.
La seguridad lo cambia todo.
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Referencias:
DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
NEIF, K. (2016). Sé amable contigo mismo. El arte de la compasión hacia uno mismo. Barcelona: Paidós.
SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria
WHITE, M. y EPSON, D. (1990). Medios Narrativos para fines terapéuticos. México: Paidós
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
