La lógica de la nada aplicada a la educación familiar

[…] Y, claro, a mí, que soy parte de esta cultura tan limitada, me ha petado el sistema operativo. Pantallazo azul y pa casa. […]

Hay una idea que me lleva jodiendo vivo desde hace un par de semanas. 

Ya sabes lo que pasa cuando te entra el veneno en la azotea y lo revuelve todo. 

La escuché en un vídeo de Darin McNabb, un filósofo que tiene un canal cojonudo en Youtube. 

“Kitaro Nishida y la lógica de la nada”, se llama. Y, de momento, hay 3 partes. No sé si subirá más contenido relacionado. Ojalá.

Pero, vamos, al turrón. ¿Qué es lo que me ha dejado el ojete del revés?

Hay un momento en el que Darin explica que, mientras en occidente hemos basado nuestra tradición de pensamiento en la pregunta por el ser (¿qué es lo que es?, ¿qué diferentes formas existen de ser?, etc.), en oriente todo parece girar en torno a la idea de la nada. 

Y, claro, a mí, que soy parte de esta cultura tan limitada, me ha petado el sistema operativo. Pantallazo azul y pa casa. 

Si lo piensas un poco, el tío tiene, al menos, parte de razón. Las filosofías y religiones orientales, en cierto modo, están enfocadas a que la persona se despoje de cosas, y no tanto a que las adquiera. Es una forma muy coherente de acercarse a la muerte y “al todo” durante la vida, sabiendo que, tengamos lo que tengamos (riquezas, poder, relaciones, ego…), vamos a perderlo cuando transitemos la frontera de la muerte. 

Sin embargo, nuestra tradición religiosa está enfocada, de alguna manera, a la mejora de uno mismo como medio para acceder a una relación más plena con un dios trascendente (que existe fuera de la realidad objetiva y material). Un dios que no sólo es la fuente de la verdad, sino también certeza de moralidad. 

Eso obliga a las personas a llevar una vida que va desde la ausencia (el bebé implica ignorancia) a la máxima sabiduría posible, que se obtiene en la medida que el sujeto haya podido añadir elementos y características asociadas a ese ser superior.

Para nosotras y nosotros, evolucionar es sumar; pero para otras y otros, la evolución pasa por renunciar, perder o restar. Es decir, por contactar con esa nada. 

El este sentido, el acceso a la realidad “tal y como es” (el noúmeno), no es posible desde la aplicación de los conceptos, sino desde un estado mental caracterizado por la ausencia: es la percepción desprovista de las manchas que impone nuestra existencia, la que nos puede acercar asintóticamente a una realidad de la que formamos parte. 

Llegados a este punto, nos podemos preguntar, ¿qué pasaría si incorporásemos algo de esta tradición oriental a nuestra psicología o educación? 

Porque nosotras y nosotros, como personas condicionadas por nuestra cultura, hemos basado estás “materias” —nótense las comillas— en la suma y la adición. Por eso, cuando nos acercamos a las personas que sufren, automáticamente pensamos en qué podemos añadir para superar una carencia; pero en raras ocasiones consideramos que quizás nuestro apoyo pueda basarse en restar o desprenderse para acceder a un estado más puro de comunión con el cosmos, considerando que somos un instante entre dos nadas. Y que nuestro destino es retornar a ese misterio que no se puede resolver. 

Sí, ya sé lo que estáis pensando: que me estoy poniendo espiritual en plan rollo la Familia Manson, pero ¿es que nuestra existencia es ajena a todo esto? 

¿Por qué disociamos nuestro trabajo de esta idea fundamental? 

A fin de cuentas, y por lo que a mí me toca, ser padre es, en gran medida, anticipar una despedida que no se puede evitar. Vivir ajeno a ello, implica negar o falsear la realidad. 

Sé que Heidegger le va a dar like. 

Es la nada la que da sentido a la vida, y la ausencia la que nos permite acceder a algo que se parezca un poquito —sólo se puede un poquito— a esa última verdad. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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