El trauma como problema de relación

[…] El trauma es, prioritariamente, una fragmentación en la relación con una o uno mismo, al percibirse partes que emergen sin control y que actúan de manera tan desesperada que devuelven la sensación de que no están, ni podrán estar jamás, bajo control. […]

El trauma es esencialmente un problema de relación.

Me vale para su sentido más amplio (impactos recurrentes que afectan a los procesos de neurocepción) y para sus sentidos más concretos (el resultado de experiencias que, debido a la respuesta inadecuada del entorno no se han podido integrar; o las estructuras protectoras como resultado de toda una vida dominada por la retraumatización): el trauma es, esencialmente, una alteración de la relación que la persona mantiene con su propio sufrimiento, y en mirada que el entorno deposita sobre la persona y sus partes protectoras como resultado de la vulneración que ha sufrido.

Hay quien ve el trauma como una herida o como la respuesta protectora y automática que la persona activa para proteger ese núcleo vulnerable. Y no dudo de que esa mirada es válida para otros contextos como, por ejemplo, la intervención clínica; pero nos SIRVE DE POCO para los que acompañamos a las personas en su CONTEXTO NATURAL. A fin de cuentas, si el trauma es la herida o la respuesta protectora hacia dicha herida, y no contamos con buenos recursos, corremos el riesgo de culpar a la víctima del daño sufrido, y eso es una forma muy cruel de violencia en la que participamos con demasiada frecuencia el sistema educativo y el sistema de protección.

No me digas que no. En nuestra sociedad el trauma se utiliza habitualmente como un insulto o un arma arrojadiza, como cuando se dice: «Y a ése, ¿qué le pasa? ¿Tiene algún tipo de trauma o qué?». Ya sabes, como si el trauma fuera una mancha o una lacra de la que renegar, y que, además, legitima procesos de exclusión.

Toma ya.

Conociendo ese riesgo, y habiendo sido testigo tantas veces del más que frecuente maltrato institucional ejercido hacia las personas que siguen sufriendo por su pasado y por lo que pudieron hacer con él, propongo otra definición del trauma, quizás, un poco más válida para el sistema educativo y el de protección a la infancia, que implica asumir que el trauma es, ante todo, una RUPTURA o FRAGMENTACIÓN de la ESTRUCTURA INTERNA, motivada por la VERGÜENZA que implica verse a una o a uno mismo como un sujeto DESPRECIABLE, con caras o aspectos que se deben repudiar.

Probablemente sea una mirada parcial —¿cuál no lo es?—, pero tengo la sensación de que esta mirada ayuda mucho a crear, confiar y sostener una narrativa que nos permita acercarnos con curiosidad y compasión a las personas a quienes acompañamos, devolviéndoles una mirada apreciativa sobre su propia vulnerabilidad. Porque, si el trauma es un problema de relación, es algo que, sin duda, puede estar bajo cierto control. Y eso cambia radicalmente la experiencia de las personas que se han visto atrapadas en esos charcos de lodo a los que nos expone el dolor, generando la esperanza de volver a ser, de alguna manera, protagonistas que pueden tener un impacto en sus vivencias más íntimas, y no meros espectadores impotentes e incapaces de avanzar.

El trauma es, prioritariamente, una FRAGMENTACIÓN EN LA RELACIÓN CON UNO MISMO, al percibirse partes que emergen sin control y que actúan de manera tan desesperada que devuelven la sensación de que no están, ni podrán estar jamás, bajo control. Partes que no nos gustan o nos gustan tan poco como para mantenerlas disociadas, en un intento abocado al fracaso de que no vuelvan a reaparecer. Y que, al mantenerse alejadas de nosotros y de nuestra conciencia, no pueden contar con la mirada y el buen trato que les permita evolucionar, permaneciendo una fase primaria, infantil, que es justo lo que nos conecta con la vergüenza al privarnos, de cara al público, del privilegio de la madurez.

Porque en una sociedad de productores, en la que la valía se mide por lo que uno tiene o uno puede tener, es deshonroso comportarse como una niña o un niño: le destierra a uno al ostracismo de la inmadurez, la dependencia y, lo que es peor, la locura, entendida ésta como el insulto que las personas arrojan a otras para privarles de toda su dignidad.

Además, una mirada que comprenda el trauma como problema de relación equilibra muchas balanzas, colocando a cada uno en su lugar. Porque el sufrimiento de las personas no sólo recibe un impacto por parte de la persona que lo sufre, sino, también, por parte de OTRAS PERSONAS que reaccionan a su alrededor, tratando de evitar, controlar, someter o paliar lo que nuestra protagonista pueda sentir. Y eso, amigas y amigos, normalmente empeora las cosas porque la persona protagonista acaba sintiendo que su sufrimiento no sólo no es legítimo, sino un problema o una carga para los demás.

«Si mantengo a todas y todos pendientes de resolver mis problemas, si les estoy amargando la vida porque soy una carga, ¿qué dice eso sobre mí?»

Hasta ahora, hemos visto que el trauma implica problemas en la relación que una persona mantiene consigo misma, y en la forma en la que otras personas se relacionan con su dolor, devolviéndole, en muchas ocasiones, que es alguien sin valor o una carga para los demás, pero el trauma —ya sabéis, en su sentido amplio— también implica alteraciones en la RELACIÓN CON EL UN CONTEXTO al que no queda más narices que pertenecer. En nuestro caso, un contexto que ensalza valores como la autonomía («puedo mucho y puedo solo») y la capacidad de producción («nada me frena para pelear en los modernos ejércitos que son las corporaciones y empresas a las que pertenezco)», valores todos ellos, que revientan y saltan por los aires cuando interceden desbocados los procesos de neurocepción. Porque una persona que se siente en peligro o bajo amenaza no puede, en ningún caso, enfrentar la vida en solitario, o tener la sangre fría necesaria para guerrear en formación.

Por eso se fusilaba en 1918 a los soldados que entraban en pánico: eran un riesgo para el salto de la trinchera. El miedo se contagia y da lugar a respuestas que no se pueden predecir. ¿Te suena? En efecto, es lo mismo que hacemos hoy en día simbólicamente, sin manchar de sangre y tripas el suelo, con las personas que sufren en el contexto de nuestra organización.

Pero calla ya, Gorka, y deja de generar mal rollo. Di algo que nos permita trabajar.

Claro. Allá voy.

A mí, lo que me mola de esta mirada son tres cosas. La primera, es que coloca el sufrimiento de las personas en el centro. La segunda, es que coloca la relación de las diferentes personas significativas (uno mismo y sus refrentes) alrededor, permitiendo explorar qué está pasando en las líneas que los unen en forma de relación. Y la tercera es que ayuda —y créeme si te digo que ayuda un huevo— a restaurar los RECURSOS que pueden ayudar a INTEGRAR ese sufrimiento y las respuestas protectoras mejor. Porque el sufrimiento ya no es responsabilidad exclusiva de la persona que lo padece, sino también de las personas que se relacionan con él a su alrededor. Personas que, en muchas ocasiones, están en MEJOR DISPOSICIÓN para contemplar con curiosidad y compasión ese dolor, porque no les afecta la misma vergüenza que tortura a la persona que sufre en sus proximidades.

Es curioso, pero tendemos a minusvalorar el impacto que tiene una mirada compasiva y curiosa cuando esas partes protectoras exiliadas emergen. Porque aparecen con la esperanza de resolver algo y de disfrutar, por fin, de que alguien las mire reconociendo el dolor que acarrean, el esfuerzo que están haciendo, o la multitud de veces que sirvieron, como pudieron, para proteger a la persona, a otras de sus partes protectoras, o a las personas cercanas cuyo sufrimiento no podían gestionar.

Porque sí, las partes protectoras también emergen para PROTEGER a nuestros amigos, a nuestros padres, a nuestras hijas e hijos, cuando ELLOS CLAPSAN y sentimos que no se pueden proteger. Porque, por mucho que algunos se empeñen, no somos individuos autónomos, sino tribales, que se influyen para protegerse en ÍNTIMA RESONANCIA a través de los procesos de neurocepción.

Nuestras historias están entrelazadas. No se narran de manera aislada. Es terrible que se nos imponga un individualismo feroz que, también, vulnere nuestros procesos naturales de integración.

—No sé qué me pasa, Gorka —dijo—. Por mucho que me esfuerzo, siempre acabo gritándole. Es como si me saliera un monstruo de mi interior.

Antes, me había contado que su hijo permanecía día tras día desconectado, sin emociones aparentes, jugando a la videoconsola y sin salir de su habitación.

—¿Y cómo sientes que le impacta eso a él?

Se quedó pensando. Me pareció que era la primera vez que se lo preguntaba en serio.

—Me acaba gritando —reconoció, agachando la cabeza—. Me monta unos pollos de la pera.

Me quedé pensando. ¿Era buen momento para decir lo que estaba pensando?

—Estoy pensando una cosa. Pero no sé si es buen momento…

—Dime —y lo dijo con tanta firmeza que me dejé llevar:

—No lo sé… dime si a ti te cuadra —le anticipé—. Por un lado, me parece lógico que tú te actives para proteger a tu hijo cuando todas las señales que emite indican que él no lo puede hacer… Cargarse de energía es muy sano y coherente en una situación así.

Hice y se hizo un silencio grave.

—Por otro lado, siento que, a pesar de lo que te estás diciendo, puede ser que tu actitud le esté haciendo bien a tu hijo…

Me cortó con una mirada de extrañeza.

—Sí, no estoy borracho. Te lo juro —sonrió—. Igual cuando discute contigo es de las pocas ocasiones en las que se siente fuerte y competente para gestionar su estado de ánimo y su realidad. Quizás él tenga que agradecer algo a tu “ogro interior”.

Se quedó un buen rato procesando la información.

—Al menos, creo que es una pregunta que procede, ¿no?


Referencias:

DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria

DANGERFIELD, M. (2017). Aportaciones del tratamiento basado en la mentalización para adolescentes que han sufrido adversidades en la infancia. Cuadernos de psiquiatría y psicoterapia del niño y del adolescente. SEPIPNA, nº 63.

GONZÁLEZ, A. (2017). No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego, y la disociación: una guía para pacientes y profesionales. Editado por Amazon

SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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