[…] Pero las cosas son todavía peor, porque esa respuesta caracterizada por desinflarse en una aparente apatía también es objeto de sanciones. Porque, ante los ojos que no saben nada de los movimientos del sistema nervioso autónomo —por muy “profesionales” que supuestamente sean—, pasa por negligencia ante las necesidades básicas. […]
Vamos a poner las cosas encima de la mesa, y que cada uno coja lo que quiera:
La repuesta del sistema nervioso sano ante la “intervención” —olé con la palabrita; no ayuda en nada— de los servicios sociales es el vagal-dorsal, a saber, la desconexión, el bloqueo o el colapso.
Piénsalo, anda. La peña que acude o debe acudir a los servicios sociales, especialmente si se trata de los especializados —que de especiales no tienen nada, salvo la posibilidad de amenazar con una separación forzosa— se encuentra en una situación de mierda. Por un lado, se trata de una relación de ayuda forzada, en la que, si uno no la acepta, puede ser sancionado; pero si la acepta, corre riesgo de perder uno de sus bienes más preciados: el protagonismo en sus propios problemas y en su propia historia. Además, la amenaza implícita no es baladí: puedes perder la convivencia con tus hijas o hijos y padecer la vergüenza de ser expuesta o expuesto al público, porque, tarde o temprano, tus familiares, vecinos, padres y madres de tus hijos y amigos, van a saber la que supuestamente “has liado”. Pero, para más cojones, es una situación perversa y sin salida. Perversa, porque se habla de ayuda, cuando en realidad están implícitos castigos si no te pliegas a las condiciones que la administración establece; y sin salida, porque por mucho que te esfuerces, no te los puedes quitar de encima.
La respuesta normal, esperable y natural al encontrarte en una de ésas, es quedarte paralizada o paralizado, sin fuerzas. A fin de cuentas, estás ante una amenaza formidable y no hay posibilidad alguna de protegerse. Más si, como suele ser habitual, la persona o la familia ha sufrido, a lo largo de diferentes contactos con profesionales incompetentes, un HISTORIAL DE AGRAVIOS.
Pero las cosas son todavía peor, porque esa respuesta caracterizada por desinflarse en una aparente apatía también es objeto de sanciones. Porque, ante los ojos que no saben nada de los movimientos del sistema nervioso autónomo —por muy “profesionales” que supuestamente sean—, pasa por negligencia ante las necesidades básicas. Y hostia al canto.
Pregunta para listos: cuando se pierde el derecho al bajón, ¿qué nos queda?
Sabemos que este tipo de impactos son profundamente dolorosos, a veces incapacitantes, y que tienden a perpetuarse en el tiempo. Ya sabes, si una o uno no puede protegerse y le repiten por activa o por pasiva que no está haciendo bien las cosas, la autopercepción queda profundamente dañada. Y desde esa imagen alterada de uno mismo, es muy complicado sacar esperanzas para poder revertir las cosas, cayendo en la desesperación y la impotencia.
Vagal-dorsal al canto.
No lo neguemos, la actuación de las y los profesionales forma parte de los síntomas que observamos en personas y familias, con todo lo que ello implica.
Pero, ahora viene lo mejor, porque, de esta situación nerviosa, en los casos más graves caracterizada por una sensación de despersonalización e irrealidad, no hay salidas fáciles. La más común una de las más saludables, es identificar y cargar la responsabilidad en un chivo expiatorio, a saber, una persona o acontecimiento, que tenga la culpa de todo. Algo en lo que cargar la vergüenza que no se soporta.
Ya sabes, la salida desde el bloqueo hacia la lucha.
Y ahí es donde quería llegar.
Los malos formadores sistémicos nos han dicho que los mistos familiares son los garantes de un equilibrio que hay que romper para ayudar a las personas a las que acompañamos. Y eso es una maldita patraña. Porque esos mitos, en muchas ocasiones, no tienen que ver con caprichos sino con la supervivencia al trauma.
Sí, con la SUPERVIVENCIA AL TRAUMA. Así que ojo con cómo vas a tocarlos.
Mira:
El MITO DE ARMONÍA, normalmente se resume con la frase “estamos bien”, pero también podría traducirse como “somos competentes” o como “podemos tener el protagonismo y el control de nuestra propia historia”.
El MITO DE SALVACIÓN, normalmente se identifica con la frase “algo mágico pasará y resolverá las cosas”, pero también podría verse como “tengo esperanza en salir de esta situación, con mis medios, o con la ayuda necesaria”.
Hostia.
Y el MITO DE EXPIACIÓN, es decir, lo que normalmente se conoce como chivo expiatorio, es habitualmente resumido en la premisa “yo no tengo la culpa, sino que la tiene este otro”, cuando, si lo piensas un poco, también podría reflejar algo así: “no sólo es lo que yo he hecho, sino también el impacto que han tenido en mí otras personas y las circunstancias”.
Cosas todas ellas no sólo reales, sino saludables que te cagas. No sólo porque son un fiel reflejo de, al menos, una parte de la realidad, sino porque permiten que, en casos extremos y excepcionales, las personas mantengan la ESPERANZA, la DIGNIDAD y el SENTIDO DE AGENCIA: los tres pilares básicos contra el trauma. Un trauma que muchas veces tiene que ver con la relación ponzoñosa y perturbadora con unos servicios sociales que piensan que hacen bien cuando reprochan a la gente que culpe a otros, que sueñe con soluciones y que sienta que hay algo que sigue bien, a pesar de toda la mierda que han tragado.
Miraos eso.
Por tanto, una intervención sistémica-narrativa no va a luchar contra estas creencias, sino tratar de enriquecerlas volverlas más fuertes, complejas y poderosas, porque son, repito, los cimientos que estructuran y potencian las primeras defensas contra el trauma. Lo que, en paralelo, va a permitir a las personas que se protejan, con sus propios recursos, de las intervenciones potencialmente traumáticas y desgarradoras de los servicios sociales de base o especializados.
Porque claro que puedes restaurar el protagonismo en tu historia, claro que no eres el único responsable y claro que tienes todo el derecho del mundo a sostener la esperanza.
Y a quien te diga que no, patada en boca. Y a tomar por culo.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
