[…] Paula sintió como su pecho reaccionaba. No podía ser. Llegarían tarde a la carrera y la posicionarían como la última. A Paula siempre le había desagradado un montón ser la última: o sentía como un fracaso y una humillación ante sus compañeras. ¡Eso no podía pasar! ¡Por nada del mundo! […]
Aquel día, Paula se despertó temprano. Era el día de la gran carrera, para el que tanto había estado entrenando.
Se iba a enfrentar a las mejores corredoras del mundo. El estadio estaría lleno. Toda la ciudad estaba pendiente del evento. En las paredes había carteles que lo anunciaban, se hacían apuestas, y todo el mundo hablaba de lo importante que era todo esto.
Paula hizo su mochila, y salió de casa con su madre y su padre. Iban con mucho tiempo por delante. Querían llegar pronto al estadio, evitando contratiempos.
Llegaron a la parada del autobús y esperaron. Pasó la hora, y el cacharro ese no llegaba.
Paula empezó a ponerse nerviosa. Miró a su aita y a su ama buscando seguridad, pero no intuyó nada bueno. Ambos parecían nerviosos: estaban rígidos como palos y cuando les preguntó si había algún problema le respondieron titubeando, con un hilo de voz:
—Todo va a salir bien, Paula. Descuida.
Sin embargo, el autobús no llegaba. ¿Se le habría pinchado una rueda? ¿Habría tenido un golpe? ¿Se habría averiado? No podía quitarse esas preguntas de la cabeza. Cuando más se las preguntaba, más grande se hacía una bola fría y dura en su pecho.
Por fin, vio a lo lejos un reflejo rojo. ¡Era el autobús! Todos se relajaron. Todavía estaban a tiempo.
El chófer se disculpó por el retraso. Dijo que había muchas manifestaciones por la ciudad, que la policía municipal había cambiado algunas direcciones, y que el tráfico estaba loco.
Apenas le escucharon. Pasaron su tarjeta, y se acomodaron agarrados a los tubos, entre los viajeros.
Cuando el autobús emprendió el viaje, las cosas empeoraron.
En efecto, lo que decía el señor era cierto. El tráfico apenas se movía. Pasaban demasiado tiempo quietos.
Paula sintió como su pecho reaccionaba. No podía ser. Llegarían tarde a la carrera y la posicionarían como la última. A Paula siempre le había desagradado un montón ser la última: o sentía como un fracaso y una humillación ante sus compañeras. ¡Eso no podía pasar! ¡Por nada del mundo!
Al decirse eso, el dolor de su pecho aumentó. Sintió como la respiración se le cortaba. Se vio sola, en medio del estadio, ante la mirada de un mundo hostil, que se reía de ella.
—La última no, por favor. Por favor… —llegó a decir en alto, pero el murmullo de los pasajeros ocultó su voz entre alientos y sudores fétidos.
Por fin, llegaron al estadio. Era tarde. Demasiado tarde.
Paula se salió disparada hacia la pista, sin apenas despedirse de sus padres. No pasó por el vestuario. Iba con sus leggins negros, y su camiseta con un dibujo de sirena. Pero, lo peor de todo, es que no llevaba sus zapatos de correr, sino unas zapatillas normales.
Al llegar al estadio, comprobó lo peor. La carrera había empezado, y sus contrincantes ya le sacaban una vuelta de las 12 que había que completar.
Le llevaban demasiada ventaja. Estaba perdida.
Iba a quedar la última.
La última no, ¡por favor!
Diciéndose eso, se lanzó a la pista. Todo el mundo se sorprendió al ver a esa niña, vestida de calle y corriendo.
Desde megafonía aclararon las cosas:
—La corredora que se acaba de incorporar con ropa de calle es Paula. Estaba inscrita, así que la carrera continúa.
Paula sintió que las piernas le flaqueaban, y hasta tropezó un poco. Ahora todo el mundo tenía la atención puesta en ella. Y lo peor es que iba la última. Era una pesadilla, no podía creer lo que estaba pasando.
Apretó el ritmo. Las piernas le dolían, los pulmones le quemaban, y el corazón amenazaba con salirse de su pecho. Tenía que llegar hasta sus contrincantes y superarlas. No quería ganar, pero necesitaba no ser la última.
Había sido la última en demasiadas ocasiones, y no quería volver a pasar por eso.
Era la vuelta número 6 y empezó a ver que recortaba distancias. Eso le dio un poco de esperanza. A la vuelta 8 sintió que, igual, las podía igualar; y en la 10 creyó, incluso, que podía superarlas. Lo dio todo, se esforzó al máximo, pero en la vuelta número 11 todas apretaron el paso, y ella se sintió desfallecer: jamás las alcanzaría… sería la última y de nuevo sería avergonzada y humillada ante la mirada del mundo entero.
Cuando Paula pasó la línea de meta, sintió que el suelo perdía consistencia bajo sus pies. Y quiso que la tierra la tragara.
Era su peor pesadilla: había sido la última ante la mirada de la ciudad entera.
Se acurrucó en una esquina y tapó su cara con las manos. Si no veía a nadie, quizás pudiera sentirse un poco protegida. Entonces, esa bola de su pecho subió hasta su garganta y, luego, hacia sus ojos, haciéndola estallar en llanto.
Ojalá su aita y su ama pudieran estar allí, con ella.
Por el rabillo del ojo, pudo ver retazos de la entrega de premios. La tercera, recibió una copa de bronce; la segunda, una de plata; y la primera, una preciosa copa de oro. Todo el mundo aplaudía y se divertía.
Bajó la cabeza y miró hacia la hierba del suelo.
De repente, unos zapatos relucientes aparecieron junto a ella. Le llamó la atención que eran blancos y preciosos.
Levantó la vista, y vio a una mujer inmaculada. Velada por las lágrimas, su cara se le hizo familiar. ¿Quién era?
De repente, su corazón dio un vuelo.
Era Valentina Kuznetsova, la más galardonada corredora de todos los tiempos. Una verdadera heroína para ella y para todas las niñas que participaban en este tipo de carreras.
—Veo que me has reconocido —dijo la mujer—. Me encantaría que me acompañaras.
Paula pensó que le iba a echar la bronca por su mal desempeño. Y le acompañó visiblemente abatida y fatigada. Segúia mirando al suelo.
—Sube las escaleras —dijo Valentina cuando se toparon con unos escalones de rejilla y Paula obedeció sumisa y obediente.
Paula se sentía protagonista de una película que no era la suya. Extraña para el mundo entero.
—Mírame, Paula. Y mira el sitio en el que estás ahora.
Paula levantó la vista. Estaba en medio de la elipse que formaba la pista de carreras, en una especie de escenario. Y lo peor de todo, es que todo el mundo la miraba, en silencio.
«Madre mía. Me va a caer la del pulpo y, encima, delante de toda esta gente», se dijo, horrorizada.
Valentina tomó un micrófono muy grande, como los que se utilizan en los reportajes de la tele. Una enorme cámara estaba ante ellas. Entonces, habló para el mundo entero:
—Lo que ha pasado hoy ha sido increíble. Maravilloso —su voz retumbó con eco por el anfiteatro—….
Paula no entendía nada.
—Paula, la niña aquí presente, ha llegado tarde, cuando sus compañeras le sacaban una vuelta de ventaja, ha competido en ropa de calle y, aun así, ha logrado llegar casi junto a ellas.
El silencio era solemne. Nadie decía nada.
—Para mí y para el mundo entero —continuó firmemente Valentina— sólo hay una verdadera ganadora de este evento. Y esa ganadora ha sido Paula. A pesar de haber pasado la línea de meta la última, ha demostrado una fuerza, una determinación y un coraje que nos tendrían que servir a todos de ejemplo.
Paula no se podía creer lo que estaba pasando. ¿De verdad Valentina, la mujer más rápida de todos los tiempos, estaba hablando así de ella?
—A las verdaderas heroínas no se les conoce en la victoria, sino en la derrota —concluyó Valentina—. Y hoy el ejemplo para todas nosotras ha sido Paula. Por eso, quiero premiarle con algo mejor que una copa, con una beca en mi centro de alto rendimiento. ¿Te vienes conmigo?
Paula casi se marea. ¡Se trataba de una escuela especial para las mejores corredoras del mundo!
Asintió tímidamente, pero segura de lo que estaba haciendo.
Sonó una música épica, y todo el estadio se levantó, mirando hacia ella y aplaudiendo.
Valentina se agachó y se dirigió a ella. Parecía haberle leído el pensamiento:
—No ha sido casualidad ni magia, sino tu esfuerzo. Hoy has sido un ejemplo para el mundo entero.
Se le saltaron las lágrimas, entrecerró los ojos y pudo ver a su madre y a su padre, emocionados, orgullosos de lo que había logrado a pesar de su desventaja o, quizás, gracias a ella.
* Empieza el curso y son muchas las niñas y los niños que empiezan esa carrera con desventaja. Pero eso no limita, en nada, su valor, su esfuerzo o el futuro al que puedan aspirar lejos de la competición contra el resto.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
