[…] Y es que el mimetismo, que consiste en imitar al otro para desactivar su impulso de agresión, es una forma válida de protección. […]
«No te creas mucho lo que dice, que tiene el culo pelao», suele decirse, haciendo referencia a que la persona con quién vamos a trabajar sabe adaptarse al discurso de los múltiples profesionales con los que ha estado, dando una impresión de falsa normalidad.
Frases como ésta son un claro ejemplo de la VIOLENCIA INSTITUCIONAL que sufren las personas sometidas a los servicios sociales de base o especializados.
¿Violencia, Gorka? A ver, ¿no te estás pasando un poco?
No, amigo, ni un pelo.
Lo primero que hay que considerar es que todas y todos adaptamos necesariamente nuestro discurso a los contextos en los que nos desenvolvemos —de hecho, no hacerlo es un indicio de que algo marcha mal—, pero lo hacemos más si cabe cuando estamos en un contexto coercitivo frente a personas que tienen frente a nosotras o nosotros algún tipo de autoridad.
¿Acaso te sientes con tu jefa o con tu jefe libre para expresarte y hablar?
Claro que no. Entre otras cosas, porque te puede joder. En estos contextos se impone una jerga caracterizada por unos límites bien claros que distinguen lo que es seguro, inseguro, peligroso o amenazante para hablar.
Y está bien que así sea. Las personas tenemos derecho a protegernos tanto de los peligros que son evidentes, como de los que sentimos que lo pueden ser.
El problema de estas relaciones —con un componente abusivo, ya ves— es que, cuando perduran el tiempo, suelen derivar en patrones que se generalizan más allá de la relación original, afectando a los contactos con otras personas que ocupan una posición o un puesto parecido.
Coño, claro, es que también tienen el poder y la oportunidad de comportarse igual.
Tenemos que entender que gran parte de las personas que son atendidas por los servicios sociales han estado mucho tiempo en este modelo de relación. Y es normal que se protejan activando el mimetismo, especialmente si han tenido una historia jodida de vida, en la que fueron dañadas por las personas que les debían haber protegido.
Y es que el mimetismo, que consiste en imitar al otro para desactivar su impulso de agresión, es una formaperféctamente válida de protección.
Sí, coño, igual que cuando tú das al jefe la razón, aunque te parezca una bobada lo que ha dicho. Porque es muy chungo discutir con alguien que te puede aplastar.
Por eso quiebran las empresas: por la falsa infalibilidad del poder, sostenida por un montón de subordinados acojonados, que dicen al gran jefe espalda plateada lo que quiere oír.
La putada del mimetismo es que, cuanto más se practica, más se enajena uno, hasta perder el contacto con lo que siente o piensa de verdad. Y es que es muy jodido vivir en una disonancia cognitiva, en la que uno hace lo contrario a lo que siente o cree.
Es una forma de ir perdiendo, poco a poco, y sin darse cuenta, pedacitos de DIGNIDAD.
Porque, si no soy capaz de afirmar y defender lo que es importante, ¿qué dice eso de mí?
Igual que en los servicios sociales, dónde siempre existe la amenaza implícita de una derivación, o medidas de protección que impliquen la separación familiar. Y donde las personas sufren, en consecuencia, paulatina pero inexorablemente el menoscabo de su sentido de agencia y —como hemos dicho— su dignidad.
Sometiéndose y mimetizándose para aplacar la agresión.
Por eso es tan importante conocer estos procesos, amigas y amigos; y aceptar que, si alguien nos da la imagen que, supuestamente, nosotros podemos esperar, no suele ser porque trate perversamente de manipularnos, no señor, es más probable que haya tenido que protegerse sistemáticamente a un ABUSO DE PODER.
Una actitud, que, por tanto, podrá relajarse un poco siempre y cuando tengamos la seguridad y confianza suficientes como para devolver a las personas afectadas el protagonismo de sus vidas, entendiendo que cuentan con recursos suficientes para recuperar los recursos que otras y otros como nosotros les han hecho perder.
Pero, claro, esto va en contra de lo que implícitamente se supone que tenemos que hacer, ¿no?
Sea como sea, no hay nada más perverso que reprochar a alguien el daño que le hemos podido causar.
Y no hay nada más estúpido y dañino que negar estas formas de maltrato institucional.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
