[…] No es ningún secreto que un exceso de intelectualismo invita al nihilismo. Cuánto más sabemos, más conscientes somos de nuestras limitaciones y más difícil es posicionarse y decidir. Pero, en nuestro trabajo hay que tomar decisiones rápidas, porque también se puede provocar un severo daño por quedar paralizado por las dudas y omitir nuestra responsabilidad. […]
A ver si soy capaz de transmitir bien lo que voy a decir, porque me temo que se puede malinterpretar.
No estoy en contra de las tutelas administrativas. Hay veces en las que los servicios de protección a la infancia tienen que separar a niñas, niños y adolescentes de sus familias para evitar un daño significativo e incluso vital. Pero mucho me temo que no lo estamos haciendo del todo bien o, al menos, con el nivel de profundidad que requiere abordar una temática así.
Ay, madre mía, en qué berenjenal me voy a meter 😅
Simplificando mucho, la clave para declarar una situación de desamparo es que pueda acreditarse, de alguna manera, que haya un daño significativo y perdurable en determinada persona menor de edad, y que este daño esté provocado o desatendido por parte de las personas que tienen el deber y la responsabilidad de cuidar de ella. Supuestamente, es eso lo que legitima a los servicios sociales a intervenir y decretar medidas de separación hasta que los problemas se resuelvan y se pueda producir una reagrupación familiar.
Así lo define, al menos, el instrumento BALORA —sí, es con “b”—, en el que basamos muchos organismos las decisiones que vamos a tomar.
Esto implica necesariamente y en casi todas las ocasiones una forma simplista de analizar la realidad, basado en un PENSAMIENTO LINEAL. Esta modalidad de pensamiento se define como una sucesión de premisas que llevan a una conclusión o, lo que es lo mismo, una secuencia que desemboca en determinados resultados, sin la cual, éstos no podrían ser.
Sin embargo, las relaciones humanas nunca —o casi nunca— funcionan así. No responden a una lógica SIIMPLE y LINEAL, sino COMPLEJA y CIRCULAR. En la que entra en juego cómo una persona reacciona, cómo piensa, cómo siente, cómo comunica y qué modelos de relación establece o puede establecer con el mundo y los demás. Pero también el impacto que todo eso tiene en la persona que escucha y cómo reacciona ante ello, en función de sus narrativas personales y los significados que pueda articular. Lo cual, a su vez tendrá un impacto en las diferentes facetas de la primera persona. Y así hasta el infinito, especialmente si hay más personas implicadas allí.
Hostia, ¿y qué podemos hacer?
No es ningún secreto que un exceso de INTELECTUALISMO invita al NIHILISMO. Cuánto más sabemos, más conscientes somos de nuestras limitaciones y más difícil es posicionarse y decidir. Pero, en nuestro trabajo hay que tomar decisiones rápidas, porque también se puede provocar un severo daño por quedar paralizado por las dudas y omitir nuestra responsabilidad.
Sin embargo, la realidad es que, a nada que escarbemos, la mayor parte de las medidas de protección NO ESTÁN SUFICIENTEMENTE JUSTIFICADAS, aunque sepamos argumentarlas en nuestros informes fenomenal. Y es que es literalmente imposible describir la experiencia real de una infancia a la que sólo se conoce a través de una serie de entrevistas en las que, muchas veces, no están en condiciones de sincerarse ni comunicar. No estamos en su cuerpo ni en su mente, y describir su situación desde fuera es una IRRUPCIÓN FLAGRANTE en su experiencia y su intimidad.
Además de en el sistema de protección a la infancia, he trabajado en consulta privada, y creedme que JAMÁS se me ocurriría en ese contexto tratar de decir a una persona lo que está viviendo o hacer una previsión acerca de su futuro, porque sencillamente eso es una BURRADA y NO SE PUEDA HACER. Sin embargo, es una práctica común en nuestras discusiones e informes, como si el hecho de acceder a los servicios sociales impusiera a las personas afectadas y que sufren un estatus inferior que implica sumisión.
Rescato aquí la idea tan maniquea como la del INTERÉS SUPERIOR DE MENOR. Que en muchos de nosotros cobra el significado de que todo vale para que las niñas, niños y adolescentes estén suficientemente bien. Pero, ¿quién decide, entonces, por ellos y por sus familias qué es estar suficientemente bien? ¿Nosotros? ¿Unos agentes externos que se afanan en destacar lo malo para evitar que en el futuro alguien nos pueda reprochar que no lo hemos hecho bien? Porque, coño, no es raro que sea así, y que incluso se sancione tácita o implícitamente a los profesionales que en los informes hablan de elementos o factores protectores, a saber, de lo que las personas están haciendo sobradamente bien.
Hace tiempo me cabreaba un huevo leyendo una sentencia judicial. A grandes rasgos, la señora jueza —sí, además era una mujer— dictaba que una niña iba a estar mejor con su padre maltratador, condenado a prisión por apuñalar a su madre en su presencia, porque estimaba que con él iba a estar suficientemente bien, dado que había dejado de consumir drogas y ahora tenía el apoyo de su familia extensa. Una familia extensa a la que se presumía suficientemente protectora y capaz, porque esa niña tenía una valoración previa de los servicios sociales de base —hace tres malditos años— de riesgo moderado, mientras que la hija mayor —resultado de una relación anterior— era valorada con un riesgo grave. Y eso, hostiaputa, les llevaba a concluir en sentencia ante la que no cabía recurso, salvo de casación, llevaba a la conclusión de que el entorno de ese padre era un entorno protector.
No sé si me he explicado. Me temblaban los dedos, y no sé si he podido teclear bien.
Pero, si somos un poco críticos y humildes —cosa que no se estila en cualquier tipo de profesión—, y nos salimos del tiesto, tenemos que reconocer que, aunque un poquito más elaborados, nuestros informes son un poco así. Es decir, una serie de descripciones (subjetivas, alteradas por los intereses de los profesionales, etc.) que derivan LINEALMENTE y SIMPLISTAMENTE en una o varias conclusiones.
Es decir, que a nada que los lea una mente un poquito preclara —no hace falta un supermán— sentiría seguramente la misma INDIGNACIÓN. La indignación de sentir que los servicios sociales están en manos de cafres sin estudios, o de gente ignorante que vive bajo la OBLIGACIÓN DE INTERVENIR. Una obligación que nos lleva, a menudo, a tomar decisiones insuficientemente justificadas para que nadie mate a nadie y te echen la culpa a ti.
Muy profesional, amigos. Muy “pofesioná”.
Es un maldito problema. Un problema que yo sé formular, y que me llevo comiendo hace 20 años, pero ante el que no tengo una respuesta suficientemente buena.
Y eso, gente, no es todo. Porque también podemos aplicarnos a nosotros mismos la lógica que sabemos válida para los sistemas humanos, y hacernos la siguiente pregunta: ¿qué pasaría, qué movimientos cabría esperar si se suprimiesen de un plumazo y para siempre las tutelas administrativas? Es decir, que no se pudieran hacer.
Me temo que la respuesta puede ser muy esclarecedora. Que cada uno la complete a su gusto y a su manera. Pero, por de pronto cesarían las amenazas implícitas que sufren muchas de las familias con las que trabajamos, y se alargarían los tiempos de intervención, mucho me temo que orientando las intervenciones más hacia el apoyo que necesitan, en vez de a ese control que muchas y muchos sabemos nefasto para su bienestar, y una forma de violencia o maltrato institucional.
Quizás todo el sistema de protección a la infancia se vendría abajo… Todas y todos a la puta calle. Y desde mi lado más punki —nihilista, he dicho antes—, puedo verlo bastante bien.
Sea como sea, vemos obligados a tomar decisiones con información insuficiente. Con mejor o peor intención. Pero, siempre, colegas, siempre, corremos el riesgo de cagarla y tener que reparar. Pero es muy complicado hacerlo cuando las cosas se han puesto por escrito y mandado a la fiscalía, y tenemos encima un CONFLICTO —tema tabú— entre el sistema de protección a la infancia y el sistema judicial.
Joder, hay demasiado por revisar. Tanto que creo que podría salir más barato quemarlo todo y reconstruir. Pero, claro, eso no puede ser. Muere gente y te calzan unas hostias, y no apetece demasiado lo de que se te escurra el jabón en prisión.
Y aquí me declaro en quiebra. No sé qué hacer. No me gusta estar en este conflicto de intereses, valores o misiones incompatibles. Detesto lidiar con esto. Me asquea ver qué diferentemente se trata a las personas en los servicios privados y públicos, aunque muchas y muchos profesionales de los nuestros lo hagan con cuidado y buena intención.
Y la única salida que veo es mandarlo todo a tomar por culo e irme a la privada. Pero no tengo huevos —ni apoyos económicos— que me impulsen a arriesgar.
Pero a lo que iba…
¿Cómo lo ves tú?
¿Me puedes ayudar?
Al menos, hacedme sentir un poco acompañado aquí 😜
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
que bien escribes!! gracias😍
¿hasta donde los hogares que proporcionan estabilidad lo son? ¿Quién no arrastra heridas de la infancia ocasionadas en familias no intervenidas? Cuando el sistema decida educar para educar, entonces habrá posibilidad de cuidar a niños que serán adultos sanos. Feliz día
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Gracias!
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