[…] En ausencia de esa interacción con lo real, serás, seré, seremos y cualquier persona será víctima de los prejuicios, para bien o para mal. Y los prejuicios tienen una cualidad extraña: se vuelven cada vez más grandes y rígidos si no se confrontar vivamente con la realidad. […]
Ten cuidado con lo que escribo, porque tiene sus riesgos.
Sin ir más lejos, hostia, ya me he dado cuenta de dos. Así que lo lógico, lo justo, y lo sano, es que trate de reparar las cagadas que he hecho, ¿no?
Ten cuidado con lo que escribo, porque tiene sus riesgos.
Pero, antes, deja que te haga una pregunta: ¿los has visto?
Seguramente no. Quizás porque no forman parte de la trama principal, pero eso no resta ni por asomo un ápice de su gravedad.
A ver si me sé explicar.
En el primer capítulo he dicho algo así —disculpa si no soy preciso— como que la sociedad te quiere en el rol de consumidor u objeto de consumo. Y, tanto en ése como en el segundo he asumido un rol que detesto porque sólo trae mucha caca: el rol de salvador.
Venga. Vamos a darle un par de vueltas al tarro, que ambas cosas están muy relacionadas.
Es peligroso hablar de “la sociedad”, casi en cualquiera de sus acepciones. Cuando oigas a alguien que dice “la culpa es de la sociedad”, o algo parecido, huye de allí porque está vertiendo veneno. El concepto de “sociedad” es una de las herramientas más cutres y básicas para rehuir la responsabilidad: está claro que la cosa anda chunga, mira alrededor, la culpa la tiene siempre otro y ese otro es tan grande que es imposible que nada pueda cambiar.
¿Se ve?
Paraliza, bloquea una acción correctora y además te deja con una sensación guapa, porque tú eres una o uno de los pocos elegidos, capaces de ver la luz.
En mi experiencia, casi sin excepciones, las personas que atribuyen la culpa a “la sociedad” están asumiendo una actitud tóxica, tanto hacia sí mismos, como hacia las y los demás. Hacia sí mismos, porque están resignándose a una actitud pasiva, inflando artificialmente su ego; y hacia los demás porque inflados como panes difícilmente dejarán a los demás trabajar a favor de un mundo mejor.
Pero existe un segundo golpe. El que se queda rumiando, diciéndose a sí mismo que todo está mal y que nada se puede hacer, es carne de cañón para dos de los grandes males de la humanidad: el radicalismo y las teorías de la conspiración.
Vamos a verlo un poco más despacio.
¿Qué es el radicalismo? La polarización de la ideología hacia los extremos porque nada consigue frenarla. Y, ¿qué es lo que suele poner freno a la ideología? No suelen ser otras ideas, como se suele decir, sino la investigación-acción.
La investigación-acción no es la fuente más fiable de conocimiento, pero sí es muy eficiente para mantener a la mente en contacto con la realidad. Para que nos entendamos, es el proceso mediante el que traducimos nuestras ideas (e ideología) a la práctica, convirtiéndolas en acción.
Por ejemplo, si yo creo que las personas inmigrantes deben tener los mismos derechos que los autóctonos, y están sometidas a violencia estructural, haré algo para cambiar esa situación: quizás participar en asociaciones para la defensa de sus derechos, o algo más sencillo como prestar especial cuidado a mis actitudes racistas cuando interactúe con personas racializadas o que padezcan xenofobia, ¿no? Pues bien, es esta interacción de las ideas con la realidad la que me permite mantener cierto contacto con la realidad, porque me permitirá conocer a personas buenas y personas malas, y en este devenir de los acontecimientos mi mente se sentirá obligada a formular nuevas hipótesis que me ayuden a profundizar en mi conocimiento y actitud hacia esa realidad.
En ausencia de esa interacción con lo real, serás, seré, seremos y cualquier persona será víctima de los prejuicios, para bien o para mal. Y los prejuicios tienen una cualidad extraña: se vuelven cada vez más grandes y rígidos si no se confrontar vivamente con la realidad.
Pero hay realidades con las que no es tan fácil activar estos procesos de investigación-acción, ¿verdad?
Imagina que te digo que el mundo entero está gobernado por una élite que nos utiliza para sus fines, que el coronavirus no existe, o que el holocausto judío fue una historia inventada por los vencedores de la segunda guerra mundial para proteger a la raza dominante, ¿cómo actúas e investigas sobre eso?
No se puede. Por eso es el caldo de cultivo perfecto para el radicalismo. Poque forma parte de otro planeta que nosotras y nosotros, simples morales, ni siguiera podemos aspirar a pisar. Pero en el que, con diferentes matices (la defensa de las fronteras o la cultura, de la raza, del puritanismo moral, etc.) está anclada gran parte de la sociedad, aferrándose a una serie de ideas completamente ajenas a lo que dicta la realidad.
Te lo digo, porque en la edad en la que estás eres carne de cañón.
Hay algo en el cerebro adolescente y joven que lo hace especialmente vulnerable a este tipo de sesgos. Por eso hay tanto radicalismo entre la juventud. Pero, no me entiendas mal, ese espíritu radical, en sí mismo, no es censurable, sino la fuente de toda la energía que necesita la sociedad. El problema acontece cuando los cerebros se enquistan en la rumia, sin acceder a procesos de investigación-acción.
Porque, déjame que te pregunte, ¿sobre qué aspectos de la realidad actúas con conciencia de quererla mejorar?
¿Cuesta responder?
Si es así, es probable que estés iniciándote en un proceso de radicalización, en el que tú te sientas parte de la raza iluminada (los Jedi), que lucha contra el mal (los Sith), esperando la acción de un mesías o salvador. Y eso es un indicador que vas torcido colega. Vas mal.
Porque prácticamente todos los conflictos entre las personas se basan en este triángulo perverso o dramático, en el que los roles de unos y otros se confunden, alimentando la violencia verbal (la que se dice), física (la que se ejecuta) y estructural (la que hace prevalecer injustas relaciones de poder).
Porque el que se siente bueno, iluminado y tocado por Dios, con una misión trascendente en la tierra, también se siente con derecho a dañar a los demás, ocupando entonces el rol de agresor. Y el que actúa para salvar al débil e indefenso —un rol que las pelis nos han llevado a amar con locura— tiene la excusa perfecta para agredir a quien ha identificado como enemigo, a fin de cuentas, lo hace por un bien superior.
Huye, colega, huye como de la peste de las relaciones en las que te sientas bueno, malo o salvador; y huye de los grupos donde esta narrativa esté presente, porque son el caldo de cultivo para la radicalización. Lo comprobarás porque impedirán por todos los medios que ejecutes acciones de investigación-acción, es decir, que verifiques o descartes tus hipótesis con acciones sobre la realidad.
La realidad siempre es más compleja de lo que se ve. Y nuestro cerebro sólo puede empatizar con otra persona, teniendo que elegir muy bien su foco de interés o atención.
Se ve claro con un ejemplo.
Tres tíos acosan a otro en el colegio porque está gordito y no se sabe defender. Le roban el bocadillo, le insultan por el pasillo, le pegan cuando los adultos no miran y le acosan por redes sociales.
A simple vista, son unos hijosdeputa, ¿verdad? Y el colega gordito es el bueno, y ya está, ¿no?
No tengo ninguna duda de que hay que proteger a la víctima, con acciones contundentes hacia los agresores, porque eso nunca, repito, nunca, se puede permitir.
Pero quizás, toca ver toda la realidad.
Que los agresores fueron —como suele pasar muchas veces— agredidos en sus propias casas, aprendiendo que el mundo es un lugar hostil, donde sólo el ejercicio de la violencia les puede proteger.
Que el agredido está anclado en la inacción, no sólo por la gravedad del daño sufrido, o su mayor o mejor capacidad, sino por la idea mágica de que su dolor es tan evidente que, de alguna manera, activará a una salvadora o un salvador (un amigo, una profesora, etc.) que, por fin, hará justicia y colocará a los agresores en su sitio, causándoles el daño que se merecen.
O que el agredido, en este caso, lleva años rumiando su venganza y, ahora, cada vez que va al colegio, acude con un cuchillo de grandes dimensiones entre sus libros, que cada día tiene más intención de usar, no sólo contra sus agresores, sino contra tantas y tantos de sus compañeros que conocen lo que pasa y, hostia, se niegan a ayudar.
La historia que ahora es evidente, cambiaría substancialmente si nuestro amigo agredido atentara contra la comunidad escolar, como ocurrió en instituto norteamericano de Columbine, donde, según recuerdo, las víctimas se tornado agresores, ejecutando una matanza brutal.
Y eso no ocurrió porque había buenos y malos, sino porque el círculo se cerró una y otra vez, sin que nadie le pusiera freno, hasta que distorsionó brutalmente la realidad.
Piénsalo: cuando hay un problema de violencia irresuelto, normalmente está sustentado en una historia (narrativa), en la que buenos, malos y salvadores, se alternan en sus roles, para dejarlo todo como está.
Escapa siempre de allí.
Pero escapa haciendo algo con eso. Actúa para comprender la realidad con la debida profundidad.
Cada vez que decides quedarte quieto te radicalizas un poco más.
¿Qué piensas tú? ¿Tengo razón o se me ha ido la pinza?
Te escucho, hablamos, intercambiamos ideas para no caer en la trampa del pensamiento radical.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
«Cuando oigas a alguien que dice “la culpa es de la sociedad”, o algo parecido, huye de allí porque está vertiendo veneno. El concepto de “sociedad” es una de las herramientas más cutres y básicas para rehuir la responsabilidad: está claro que la cosa anda chunga, mira alrededor, la culpa la tiene siempre otro y ese otro es tan grande que es imposible que nada pueda cambiar»
En mi percepción, esta persona se está posicionando como víctima ¿no?
Igual es que no, pero a mí me parece que va a ser que sí.
Si le damos una vuelta a la «supuesta» afirmación de Bert Helliger que decías en otro artículo, desde esta perspectiva que explicas en este (y con la que estoy muy de acuerdo), igual resulta que no era tan absurda…no sé, por darle una vuelta.
Por otra parte, has reflejado punto por punto la actitud en la que tengo a mi adolescente de 18: todos estamos equivocados menos él, esta sociedad se va a la mierda porque todo está mal, él es el único que tiene razón, los demás somos malos (especialmente su hermana, muy mala), él es el bueno…y encuentra justificaciones en su entorno para probarlo….y así estamos.
Gracias por ponerlo en palabras.
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En efecto, Amparo. Justo iba por ahí. Cuando echamos la culpa a la sociedad nos estamos victimizando de alguna manera, es decir, poniendo la responsabilidad en los demás. Es parte de ese juego perverso que, a veces, lleva a la radicalización, que es la justificación cognitiva e ideológica de la violencia, y una trampa que es muy difícil evitar.
Respecto a la frase de Bert Hellinger, tengo que admitir que, desde una perspectiva meramente racional, tiene algo de razón. Lo que pasa es que la gente que trabajamos en esto debemos ser capaces de interpretar el relato o el texto entre líneas, porque es ahí, justo ahí, donde se entretejen los significados que finalmente van a impactar en las personas.
Respecto a la adolescencia, debemos entender que el radicalismo y el victimismo también tienen una parte funcional, a saber, distanciarse de la autoridad y la forma de ser de los progenitores, y ayudarles a desarrollar su autonomía y hacer ejercicio de su libertad, pero es una arma de doble filo de la que se alimentan todas esas personas que desean ejércitos de adolescentes para una causa que apenas pueden comprender.
Un saludo y gracias por comentar. Mantienes vivo el blog.
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