[…] —Toda pirata que se precie tiene que tener un barco —continuó su aita—. Un barco que sea un lugar seguro, es decir, un sitio sólo para ella. Donde pueda tener sus cosas piratas, como juguetes, dibujos y ¡el cofre del tesoro! […]
Había una vez una niña pirata que se llamaba Amara.
A Amara le gustaba mucho dormir con su Ama, porque se sentía a salvo, calentita, y además podía tener tetín siempre que quería.
Pero Amara se estaba haciendo mayor. Cada era más grande y tenía más fuerza en los brazos y en las piernas. Aunque le daba un poco de miedo, sentía que estaba preparada para vivir aventuras sola.
Un día, Amara le dijo a su Ama:
—¡Ama!
—¿Qué quieres, cariño? —respondió su ama.
—Ya soy mayor. Soy fuerte como un oso, rápida como una flecha y sigilosa como las serpientes —dijo con seguridad—. Me gustaría vivir una aventura sola.
—Es verdad —respondió su ama—. Tenemos que pensar en una aventura para ti. Pero no puede ser una aventura cualquiera, sino una aventura de niña mayor y muy pirata.
—¡Vale! —dijo Amara muy ilusionada.
Aquella noche cenaron muy rico: ensalada de tomate, aguacate, maíz y aceitunas verdes. Mientras comían, su aita habló:
—¡Se me acaba de ocurrir una aventura para Amara! —grito, de repente.
—¿Qué aventura? —preguntó su ama.
—Eso es, ¿qué aventura? —se interesó también Amara.
—Amara es una niña pirata —dijo su aita—. Pero para ser una pirata completa, como Daniela y Orejacortada, necesita una cosa. Una cosa muy especial e importante.
Madre e hija se quedaron mirando, muy atentas.
—Toda pirata que se precie tiene que tener un barco —continuó su aita—. Un barco que sea un lugar seguro, es decir, un sitio sólo para ella. Donde pueda tener sus cosas piratas, como juguetes, dibujos y ¡el cofre del tesoro!
Amara miraba con los ojos muy abiertos. Su aita tenía razón. Ella era una pirata, pero le faltaba un barco que sea sólo soyo, en el que poder surcar los mares y vivir historias asombrosas.
—Yo no tengo un barco —dijo Amara, un poco apesadumbrada.
—Pero ¡puedes tenerlo!
A Amara se le abrieron los ojos mucho.
«¿Un barco? ¿Yo?», pensó, sin creérselo todavía.
—Sí. Ven conmigo.
Su aita la tomó de la mano, y la llevó al piso de arriba. Su ama les seguía muy ilusionada. Parece que sabía de qué se trataba.
—Abre la puerta —dijo su Ama, señalando hacia su habitación.
Amara tomó el pomo, hizo click, y abrió la puerta.
¡No se lo podía creer!
Su habitación había cambiado. De los palos, colgaban velas. Las sábanas tenían dibujos piratas, y el suelo parecía el mar. En la popa, esto es, a los pies de la cama, había un timón para dirigir el navío. La hamaca, ahora, parecía exclusiva de una gran capitana. Pero, lo mejor de todo, es que había un cofre con llave para guardar los más valiosos tesoros.
Amara flipaba pepinillos de colores.
—Es tu barco. Nadie puede entrar sin tu permiso. Si esta puerta se cierra, sabremos que te has ido lejos, a correr aventuras, navegando —dijo su ama—. Si de nuevo se abre, sabremos que has retornado al puerto, donde siempre te esperará tu familia con los brazos abiertos.
—Una habitación para dormir solita es el primer barco de toda niña pirata —continuó su Aita—. Dormir sola no es fácil, por eso es una aventura pirata. A veces, puedes sentirte sola o echar de menos a Ama, estar inquieta o ponerte triste, pero siempre hay una solución para eso.
—¡Volver al puerto! —adivinó Amara.
—Eso es: volver a puerto —confirmó su Aita—. Poner rumbo a tierra, atracar, abrir la puerta e ir donde Aita y Ama, que estarán en su habitación o en otro lugar de la casa.
—¿Qué hago si no les veo? —Preguntó Amara, un poco preocupada.
—Tienes que saber que nunca estarás sola —dijo su ama—. Puedes salir y buscarnos. Si no estamos en el piso de arriba, estaremos en el piso de abajo. Y si no nos encuentras rápido puedes gritar fuerte, muy fuerte, como los vigías que se suben a los palos: ¡Ama! ¡Aita! Y seguro que aparecemos.
—¿Y así volveré a estar en calma?
—Claro. Te daremos mimito y estarás a gustito. Y si quieres, podrás quedarte un ratito en nuestra cama. Ya sabes que entre nosotros siempre tienes un sitio.
Aquella noche, Amara abrió la puerta y se metió sola en la su camita. Le costó un poco dormir porque era todo un poco raro, pero pronto se dejó llevar por los sueñitos. Se elevó entonces por encima de la casa, y surcó el mar volando, como una brujita buena. Cuando vió un barco que le gustó se posó sobre él, tomó el timón y puso rumbo a…
Bueno, le quedaban muchas aventuras por vivir, pero esos son otros cuentos y otras historias.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com