No sé si Sísifo siente que se merece esta tortura. Pero de lo que estoy seguro que se merece un descanso.
—Ahora mismo, ¿qué es lo que más te preocupa? —pregunté—, ¿qué te provoca más malestar en el cuerpo?
—Los estudios de mi hijo —respondió firmemente ella.
—¿Puedes concretar un poco?
—La verdad, estoy desesperada —siguió—. Tengo que estar siempre pendiente de sus cosas, Gorka. Si no, no hace nada.
—¿Qué crees que te lleva a estar tan pendiente de sus cosas?
—Pues no lo sé —dijo—. Imagino que quiero que tenga una vida mejor a la que he podido llevar yo, y que pueda salir de este maldito barrio, donde sólo hay pobreza y delincuencia.
Se le quebró un poco la voz.
—Me gustaría preguntarte algo, si me lo permites.
Se hizo un silencio.
—Vale —dijo mirando hacia abajo.
—Cuando dices eso, ¿dónde se ha activado tu cuerpo?
—Aquí —respondió, llevando su mano al pecho.
—¿Puedes describirme cómo es esa sensación?
—Es como una bola dura y grande, que me ocupa toda la caja —dijo—. Apenas me deja respirar.
—¿En qué otros momentos se activa esa sensación en tu cuerpo? —pregunté.
Se quedó mirando hacia la izquierda, ensimismada.
—Creo que en cualquier cosa que tenga que ver con sus estudios —concluyó.
—Debe ser muy doloroso vivir con eso.
—Lo es. Te aseguro que lo es.
Se hizo un silencio.
—Me ha venido a la cabeza una cosa muy friki, que me gustaría compartir contigo —hablé—, ¿me dejas?
—Claro, Gorka.
—El mito de Sísifo.
—No sé de qué me hablas.
—Sísifo es un personaje de la mitología griega —expliqué—. La cosa es que hizo algo muy chungo, y fue condenado a empujar por toda la eternidad una enorme roca por una ladera, cuesta arriba. La jodienda era que, cada vez que llegaba a la cima, la roca rodaba cuesta abajo, y Sísifo debía retomar el tormento.
—Pues sí, un poco así me siento yo —reconoció—, y es agotador.
Se quedó callada un buen rato.
—No sé cuál fue el pecado de Sísifo —continué—, pero estoy seguro que no se trataba de algo tan grave como para sufrir toda la eternidad de esa manera.
Se echó las manos a la cara.
—No sé si Sísifo siente que merece esa tortura —dije— pero, de lo que sí estoy seguro, es de que se merece un descanso.
Empezó a llorar en silencio, con la cara tapada.
—Eso es —le dije muy bajito—, descansa.
En muchas ocasiones, la angustia de las madres y los padres se traslada a las hijas y los hijos. Nosotros, como educadoras y educadores familiares, podemos proporcionar experiencias que permitan aliviarla, para que pueda también relajarse el resto del sistema.
Referencias: GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta MINUCHIN, S. (2009) Familias y terapia familiar. Barcelona: Gedisa NARDONE, G. (2015). Ayudar a los padres a ayudar a los hijos: problemas y soluciones para el ciclo de la vida. Barcelona: Herder NARDONE, G. (2009). Psicosoluciones. Barcelona: Herder WHITE, M. y EPSON, D. (1990). Medios Narrativos para fines terapéuticos. México: Paidós
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com