Juicio a un educador | el perdón sentido

Empujé al chico hacia una esquina, y ocupé su lugar. 

«Juzgadme a mí. Uno a uno». 

—¿Sabéis lo que pasa?

Nadie contestó. Se palpaba mucha tensión en el ambiente.

—Que esto es justo lo que me esperaba —continué—. Mirad cómo estamos sentados, todos alrededor de él, como si fuera un juicio.

El chico estaba en el centro de la habitación, en una silla con ruedas, con su padre, su madre y su hermano sentados a su alrededor. La pasada tarde había tenido un episodio grave de desregulación emocional, rompiendo la televisión y algunos muebles. Ahora miraba al suelo, sobrepasado.

—Dejadme hacer —dije con firmeza.

Me levanté despacio y me situé delante del chico. Cuando levantó la mirada le tomé de los hombros y le empujé hacia una esquina de la sala.

Me senté en el suelo, ocupando su lugar, mirando al chico, en el centro de todos.

—Quiero ser yo el acusado.

Ahora había sorpresa en el ambiente.

—Me gustaría que cada uno de vosotros me diga los errores que he cometido con él, y con toda la familia —continué, muy serio.

Silencio largo y espeso.

—Vamos —les provoqué—. A mí se me ocurren unos cuantos.

El chico negó con la cabeza. Se le veía más relajado.

Su madre rompió el silencio:

—A mí no se me ocurre nada, Gorka —dijo.

Miré a su padre y a su hermano, formulándoles en silencio la pregunta. Negaron con la cabeza.

—Bien. Voy a decir uno, para romper el hielo —concedí—, pero quiero que luego continuéis vosotros.

Hice una pausa.

—¿Te acuerdas del primer día que coincidimos en el cole? —miré al adolescente.

—Sí —respondió tímidamente.

—Me parece una burrada haber ido al colegio, a hablar con la tutora, la orientadora y la profesora de apoyo sin haberte pedido permiso —sentencié.

—Es igual —respondió, mirando al suelo.

—No, no es igual —continué—. ¿Recuerdas cómo te sentiste cuando me viste?

—Estoy acostumbrado a que nadie me tenga en cuenta. A que todo el mundo hable de mí en todos los sitios. De mis impulsos. No pasa nada —dijo, visiblemente afectado.

—Puede que estés acostumbrado, pero eso no está bien —seguí—. Se han cometido muchos errores contigo, y se han normalizado muchas cosas que hacen daño.

Nuevo silencio.

—¿Y sabes qué es lo peor de lo que hice? —pregunté-

Me miraba que parecía que en el mundo sólo estábamos él y yo.

—Que han pasado 8 meses desde entonces. Y que, en todo este tiempo, no he tenido la decencia de pedirte disculpas. Y ahora que lo veo, me siento profundamente avergonzado —concluí—. Y no soy  la primera persona con la que te pasa ¿verdad?

Se quedó clavado.

—Ojalá no hubieras tenido que pasar por eso.

Sus pies tamborileaban, y lloraba mirando hacia ellos.


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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