Cuenta una mujer que, horas después de la explosión, los supervivientes esperaban sentados, tumbados, agotados por el dolor, en el extrarradio de la zona cero […]
Huían de los incendios que se extendían por la ciudad y de la destrucción que la bomba nuclear había generado.
El gobierno de Japón había enviado camiones para evacuar a los heridos y llevarlos a los hospitales que todavía estaban en pie, dando prioridad absoluta al rescate de los hombres jóvenes que todavía pudieran empuñar un arma.
Las mujeres y los niños debían esperar. Agonizando por el dolor y la desesperación de no recibir ningún alivio o ayuda.
Entonces fijó su atención en una niña de unos 4 años. Andaba con los brazos hacia delante, como un zombie, en un intento de minimizar el dolor que le producían las quemaduras. Parecía hacer tremendos esfuerzos por contener el llanto.
En un momento dado, trepó a uno de los camiones. Y el soldado que estaba al mando le gritó con voz áspera y seca: ¡Fuera!
Ella bajó, obediente. Y se alejó con cuidado. Empezó a caminar en dirección contraria a la muchedumbre, hacia el fuego.
Quizás esperaba un milagro y encontrar su casa intacta. O a sus padres, que la recibieran con mimo y un abrazo. La cosa es que ahora tenía una mirada ausente, y había bajado los brazos.
Ojalá no fuera así, pero todas y todos hemos actuado alguna vez de manera parecida a la de aquel soldado.
Esta vez no vamos a activar el mito de armonía ¿Nos lo miramos?
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com