[…] Porque para reconocer la seguridad cuando llega hay que esperarla. Y hay que esperarla con esa curiosidad casi infantil que nos aleja de los propios esquemas y aprendizajes, haciendo caso a cómo los pequeños matices resuenan en nuestras tripas y nuestro corazón. Porque la seguridad, al igual que las olas, a veces no dura demasiado, y hay un momento crítico para poderlas pillar: esa cresta de la ola, en su perfecto momento, con su espumita en la cumbre, las llamamos transiciones de estado hacia una mayor seguridad. […]
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