A favor de la indecencia profesional

[…] lo que a veces se nos escapa es el número, a saber, la cantidad bruta de profesionales indecentes que han decidido anular su voz […]

La indecencia se puede ver como la marca que un grupo impone a uno de sus miembros, señalándolo como perteneciente a otro sistema con el que entra en conflicto o competición.

Es un estigma saturado de vergüenza que, automáticamente, priva de su voz a la persona afectada, a fin de cuentas, “si eres el enemigo, todo lo que digas cabe en la sospecha de que podría ser una maniobra hostil”.

Esto es válido para las clases sociales —los pudientes llaman indecentes a quienes comen en una tasca de barrio, pero los pobres aplican el mismo término a los suyos cuando pretenden subir de escalafón social—, pero también para cualquier otro sistema al que pertenezcamos. Pasa en las familias, en las escuelas y, a lo que vamos, entre los profesionales de la mal llamada intervención social.

Por ejemplo, en el contexto en el que yo trabajo —que se cimenta en la dicotomía entre profesionales y “usuarios”— es tachado de indecente aquel profesional que se posiciona a favor de las personas a quienes acompaña, y hace visible la violencia institucional que éstas padecen, y el impacto que ésta tiene en su forma de estar en el mundo y funcionar. Es decir, que es indecente, por ejemplo, decir que no vemos la verdadera cara de las personas sino la que éstas ponen en presencia del sufrimiento, incluído el que nosotros les podemos causar.

Defender el valor securizante del síntoma, por ejemplo, nos coloca en una posición compleja frente a otras y otros profesionales que se empeñan en luchar contra él. Y no es extraño que sintamos mucha vergüenza a pesar de estar profundamente convencidos de la mirada que depositamos sobre la situación.

Estas presiones asociadas a la indecencia no se transmiten con palabras con un significado limpio y claro. Nadie te va a decir “eres indecente por apoyar esta idea, a esta persona o está posición, y te vamos a tratar como a un enemigo”. Pero se sienten muy intensas. Claro que sí. Se sienten cuando alguien te desvía la mirada, suspira cuando defiendes tu postura —ya está dando la tabarra el rarito o el pesado—, o guarda silencio cuando podría y tendría que apoyar tu posición.

Es muy complicado protegerse de estos silencios y estas microinteracciones incómodas porque, al ser de baja intensidad, no justifican la intensidad de la reacción, por lo que, si una o uno las evidencian, puede ser fácilmente tildado de tener la piel muy fina y haber perdido la razón. Lo que cerraría el círculo, anulando ya sin remedio su voz.

Está anulación sutil de la voz, o el retiro de la misma —cuántos profesionales se callan para no sentir esa vergüenza—, cumple una doble función: neutraliza la amenaza inmediata, y lanza al grupo un mensaje claro: sólo vale la unicidad.

La rigidez se acaba tornando así mensaje: “no es posible discrepar, y quien lo haga se expone a algo tan horrible que nadie es capaz de nombrar”. El dogma se adueña de la institución.

Te suena, ¿verdad?

Hasta aquí el relato de lo visible. Nada que no sepas. Pero recordad que todo relato visible oculta casi necesariamente otra realidad que permanece en el terreno de lo invisible, por lo que cabe preguntarse: ¿qué nos está pasando desapercibido? y ¿cómo sirve al sistema que esa parte no tenga nuestra atención?

Porque aquí lo que a veces se nos escapa es el número, a saber, la cantidad bruta de PROFESIONALES INDECENTES que han decidido anular su voz, o a los que se les ha arrebatado la misma a golpes silenciosos, y que han quedado paralizados por esa indefensión aprendida y doble vínculo con los que nos trata la institución. La formidable masa de profesionales que siguen, en secreto, luchando porque prevalezca su deseo a pesar de pertenecer a estas estructuras que les tratan como enemigos, deslegitimando su palabra.

Están por todas partes. Y a tu lado, también. Puede que pienses que forman parte de las estructuras de poder predominantes, porque no les queda más remedio que disimular y hacerlo bien, pero créeme que te digo que están ahí, en huelga, formando parte de una rebeldía silenciosa, y sufriendo la violencia institucional con la misma intensidad que tú.

Por eso, el primer acto de justicia narrativa es afirmar, sin ambages, que reconocemos está realidad. Que estamos orgullosos de formar parte de esa masa de PROFESIONALES INDECENTES con el potencial de ser sistema y, desde ahí, reclamar la voz, el deseo y el poder que le ha sido negado.

Y tú, ¿también comes con las manos?

Y con los pies.

Porque la indecencia es mi pasión.



Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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