El Centinela de la Honestidad

[…] no es extraño que las decisiones que tomamos para protegernos […] impliquen una decisión entre dos caminos: el del vínculo, que nos acerca a las personas que necesitamos para sobrevivir, y el de la autonomía, que nos permite preservar la integridad […]

La #neurocepción es un mecanismo sumamente fascinante, pero, a veces, lo interpretamos de una manera demasiado simplista que no hace justicia a su valor. 

Ya sabéis, me refiero a ese radar que actúa todo el rato en un plano inconsciente, y que nos permite captar, con más o menos acierto, los estímulos externos o internos —repito, externos o internos— que nos llevan a un mayor estado de inseguridad (gatilladores) o de seguridad (destellos). 

Lo que he ido viendo, en el ejercicio de mi profesión, es que todas y todos nosotros tenemos cierta tendencia —sabe dios por qué— a priorizar los estímulos externos sobre los que provienen del interior. Y eso tiene una cosa muy buena: nos facilita la reparación o cierta justicia social; pero, también, condiciona sustancialmente la narrativa que ponemos en marcha para explicar nuestras circunstancias, los problemas, obviando gran parte de los fenómenos que, también interfieren en nuestro sufrimiento y que forman, al menos de igual manera, parte de la realidad. 

Es como si viviésemos el espíritu de una época sumamente materialista en el que lo que es palpable, material y manipulable, tuviera más entidad o valor. 

Porque, colegas, un destello (transición de estado hacia una mayor seguridad) o un gatillador (transición de estado hacia una mayor inseguridad), se ven muchas veces motivados por partes protectoras que emergen para protegernos de un mal mayor. Y aquí, amigüitos, nos perdemos un huevo, porque apenas contamos con recursos para nombrar, describir y valorar la experiencia subjetiva cuando confluye con el deseo o con la necesidad de protección. 

Por ejemplo, no es extraño que las decisiones que tomamos para protegernos (dentro del márgen que nos permiten nuestros estados del sistema nervioso autónomo) impliquen una decisión entre dos caminos: el del vínculo, que nos acerca a las personas que necesitamos para sobrevivir, y el de la autonomía, que nos permite preservar la integridad, la dignidad y la diferenciación que los grupos, muchas veces, no pueden sostener. 

Y, en el contexto de estas decisiones, que implican una tensión, una angustia, emergen partes que velan porque no perdamos la conexión (el Centinela del Vínculo, sobrecargado de vergüenza) o que conservemos nuestros valores y nuestra identidad (el Centinela de la Honestidad, sobrecargado con una energía de lucha brutal). Ambas partes a las que enfrenta estar en contacto con la realidad, dado que, en muchas ocasiones, es materialmente imposible sostener los mandatos del grupo y nuestra integridad. 

Por ejemplo, si me remonto a un tiempo durante mi adolescencia en el que me encontré muy sólo, puedo ver con suma claridad este conflicto interior: “si me someto al grupo para pertenecer, me pierdo; pero, si defiendo mi postura con la vehemencia que la situación requiere, pierdo al único grupo donde ahora me puedo refugiar”. La consecuencia de este conflicto irresoluble era el colapso, pero no un colapso cualquiera, sino un colapso —ojo al dato— que TOMABA PARTIDO a favor de afirmar la propia ética y la honestidad. Por eso, quizás, ese colapso me alejó paulatinamente de aquel grupo, dándome la oportunidad de encontrar un refugio sustancialmente mejor, y donde se preservaba mejor mi autonomía e identidad.  

Ojo con lo que acabo de decir. Que, igual, sí que se puede generalizar. 

Porque, aquí el #trauma, si de trauma se puede hablar, no queda tanto definido por las experiencias potencialmente traumáticas que ha vivido la persona —a mí no me hicieron nada sumamente terrible, menos mal—, y la respuesta del entorno, sino por las CARGAS que estas partes soportaron durante demasiado tiempo y que, al no poder simbolizarse, al no poder hablarse, no se han podido liberar, digerir, procesar o sublimar.  

Y, en parte, son cosas que no se hablan porque el contexto en el que estamos determina que lo que no es material no es valioso y, por tanto, es una pérdida de tiempo, en la que el contexto no se va a querer implicar. Zeitgeist, episteme, paradigma de una época, o como lo quieras llamar. 

Así que, en ese momento de la vida, aparecen dos centinelas bien cargados, en un conflicto enconado, que necesita de cierto mediador. Un mediador que difícilmente mirará hacia esa angustia, tomando partido por una de esas partes —ya sabes que la historia la escriben los vencedores—, y denostando a la otra, que también necesita, co*o, que se escuche su voz. 

No hace falta que te diga, ahora, que eso es el origen –real, muy real— de muchos gatilladores que acontecen en los procesos de neurocepción. Y que difícilmente van a remitir, a no ser que uno se implique, con curiosidad sincera, en explorar esa angustia que emerge, a veces no se sabe bien cómo, de ese núcleo tan humano: el que implica decidir entre pertenecer o diferenciarse, entre refugiarse o afirmarse, entre dar prioridad al grupo o a la propia identidad. 

Pero, mientras no se haga, en su código y en su lenguaje (fantasía, cuentos, metáforas, narrativas, etc.), estamos malditamente condenados a la repetición. 

Y recuerda… a veces, el síntoma, también es una decisión en un conflicto de misiones incompatibles: entre la lealtad y la diferenciación. Una decisión que calla, para no provocar un mal mayor. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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