Libertad epistémica: cuando el asombro compromete el poder establecido

[…] Esta forma de libertad, utilizada conscientemente, está íntimamente ligada a la duda. Cuando una persona se hace una “paja mental” —la forma popular de honrar con nuestros genitales a tan magnífico prodigio—, lo hace sabiendo que se puede equivocar, que es una apreciación suya, y que no necesariamente se corresponde con lo que la mayoría están pensando. Por eso, el uso de la libertad epistémica tiene un transfondo de honestidad y humildad severas, en el sentido de que una o uno se reconoce como alguien que piensa en soledad y, por tanto, con miedo a estar equivocado. […]

Llamaremos LIBERTAD EPISTÉMICA a la oportunidad o posibilidad —que no capacidad— de pensar integrando coherentemente —y no necesariamente a través la lógica tradicional— diferentes fuentes o formas de conocimiento. 

Como habrás podido imaginar, la libertad epistémica no tiene tanto que ver con converger hacia una determinada verdad, como con ampliar el territorio del conocimiento. Implica una capacidad formidable para formular hipótesis que suplan las carencias o vacíos que resultan inevitables, porque no podemos conocer ni integrar toda la ciencia que nos gustaría, o porque hay territorios que todavía nadie ha explorado. 

Esta forma de libertad, utilizada con la debida consciencia, está íntimamente ligada a la duda. Cuando una persona se hace una “paja mental” o tiene un “desbarre teórico”—ambas formas populares de honrar tan magnífico prodigio—, lo hace sabiendo que se puede equivocar, que es una apreciación suya, y que no necesariamente se corresponde con lo que la mayoría están pensando. Por eso, el uso de la libertad epistémica tiene un transfondo de honestidad y humildad severas, en el sentido de que una o uno se reconoce como alguien que piensa en soledad y, por tanto, con miedo a estar equivocado. 

Porque, no lo dudes, equivocarse cuando uno compromete las supuestas verdades que sostienen el grupo, es arriesgarse al rechazo y la expulsión, real o simbólica. 

Bendito miedo si nos ayuda a ser prudentes con lo que pensamos, decimos y hacemos. 

Parece que esta libertad epistémica es, hasta cierto punto, inversamente proporcional a la SEGURIDAD EPISTÉMICA, entendida ésta como la adhesión a un modelo de pensamiento que, por su propia naturaleza, garantiza determinadas cotas de verdad, al haber sido validada por la comunidad en la que se habita. 

Ya sabéis que la seguridad no tiene tanto que ver con no estar expuesto a estresores, sino con pertenecer a un grupo que te proteja cuando estés sobrepasado y/o jodido. 

Hoy en día, en la sociedad mercantil – capitalista, existe una forma de conocimiento que se ha erigido como la narrativa preponderante, quizás porque garantiza un aprovechamiento óptimo de la materia. Me refiero al método científico, con su observación, elaboración de hipótesis, experimentación, refutación o confirmación de hipótesis, la revisión por pares y la integración del nuevo conocimiento en el marco de una teoría ahora un poco más completa. 

Es como si la única manera de validar un conocimiento como valioso fuera por su capacidad para coordinar medios y fines, voluntad y materia, deseo y satisfacción, o para ensalzar al sujeto conocedor como alguien con valía y poder legítimo respecto a sus iguales. 

La ciencia tiene un gran valor, sin duda. Pero también se ha convertido en el marco casi exclusivo en el que “se debe pensar” y que es avalado no sólo por la comunidad científica, sino también por las personas que no entienden un carajo de esta materia. Y esto es un verdadero problema, porque a menudo se dan por hecho “verdades científicas” sólo por el hecho de haberse visto confirmadas en un estudio; o lo que es peor, por haberlas leído en un libro firmado por la autoridad que supuestamente sabe del tema. 

Y eso, amigas y amigos, no es ciencia. Pertenece a un terreno desconocido, entre la seguridad (la certeza avalada por la comunidad y los métodos que ésta ha reconocido como legítimos) y la libertad epistémica (el pensamiento arborescente que emerge de un lugar y se ramifica de manera más o menos coherente, tapando los huecos que no ha logrado rellenar esa certeza, pero con la conciencia de los límites que este acceso a la realidad inherentemente conlleva). 

Es el ámbito de la pseudociencia. Porque la pseudociencia implica una utilización parcial o interesada del método científico, tomando lo que conviene, dando por supuesto que se ha tenido acceso a la verdad, y omitiendo lo que no interesa. Y esto tiene lo malo de la ciencia, a saber, la confianza ciega en una verdad y la adhesión acrítica a los criterios de la comunidad; y lo malo de la libertad epistémica: irse por peteneras sin el miedo a equivocarse, sin dudar, y sin conectar con la soledad que conlleva el pensamiento independiente, o fuera del terreno abonado por la tradición filosófica occidental, que se autoaprueba casi exclusívamente por haber logrado el control de la materia. 

Y eso es, justo, lo que hacemos tanto desde la psiquiatría, la psicología, la educación, el trabajo social y todas las profesiones que implican conexión con las personas que sufren y sus cuidados: pseudociencia. Es la maldita norma. Es la forma como tantas y tantas figuras profesionales integramos la necesidad de saber, de tener seguridad en nuestros planteamientos y métodos, sin cuestionar el criterio de la comunidad a la que pertenecemos. 

Porque pseudociencia es un término que no aplica a las materias que no pretenden ser ciencia (al psicoanálisis o a la sociología filosófica, por citar un par de ejemplos) sino a las pajas mentales que no somos conscientes que lo son, porque supuestamente se corresponden con materias que aspiran a científicas. Como, por ejemplo, cuando los terapeutas cognitivo conductuales aplican a la complejidad de las sesiones, los datos obtenidos en condiciones controladas. 

Eso sí que es pseudociencia. Creer que se está haciendo ciencia, que se tiene certeza, cuando, en realidad, estás actuando como un mono puesto de farlopa, con dos pistolas. 

Es lo que ocurre cuando abrazamos el MODELO EXPERTO, es decir, la idea de que el título que acumula polvo el el desván nos da acceso a una realidad que, para el resto del mundo, es desconocida: que nos enseña sobre la naturaleza de los problemas y las soluciones que efectivamente funcionan. 

Creo que toca empezar a abrazar la idea de que la seguridad epistémica, sencillamente, NO ES POSIBLE, entre otras cosas, porque el método científico —y más en lo que respecta a las personas y los sistemas complejos— no sirve para explicar, ni mucho menos para acompañar la conducta que emerge en el aquí y el ahora. Puede servir como base o como marco que ponga límites a nuestra libertad epistémica, desde el principio de no contradicción —y eso es genial, porque tampoco se trata de desbarrar sin método ni sentido—, pero difícilmente va a constituir un canal de comunicación con la realidad compleja tay y como se está expresando en el momento presente, adaptándose a las circunstancias del momento. 

Y toca, también, abrazar la LIBERTAD EPISTÉMICA, entendiendo que hay formas de aprehender la realidad que pasan por el conocimiento situado, por los significados compartidos, por la información que nos devuelve el cuerpo, por la espiritualidad, por la antropología, por la sabiduría popular, por la filosofía, por la ideología, por la experiencia que una o uno ha tenido en la vida, por la búsqueda de los relatos subyugados, por las dialécticas que construyen significados, por la dialéctica que opera prácticamente siempre entre la forma y contenido, o por lo que queda oculto entre el significante y el supuesto significado, etc. Entendiendo que estas fuentes de información son tanto o más valiosas que las que reporta el método científico, que pasaría a ser un mero constructo más o menos sólido desde el que edificar un edificio de paja, de pajas mentales a merced del viento. Un edificio que reporta poca seguridad, pero garantiza la flexibilidad y el aire fresco. 

Quizás, ahora, tengas la impresión de que las personas que disfrutan de altas cotas de libertad epistémica son héroes o algo por el estilo. Que estar en el lado derecho del espectro es cosa de fuerza de voluntad, o de sus genitales bien plantados en la mesa o en el suelo.  

Nada más lejos de la realidad, amiga o amigo. 

Existe el mito del HÉROE DEL PENSAMIENTO. Esto es, alguien que primero ha hecho el esfuerzo de llegar a la noble verdad y que, imbuido de la fuerza de la revelación, se lanza a predicarla como un profeta, desoyendo las advertencias de sus amigos, y las amenazas de sus enemigos. Como si primero fuera el pensamiento y luego la expresión. Lo damos por hecho. 

Pero todo apunta a que la libertad epistémica no funciona así, sino que, en muchas ocasiones, opera al contrario. Es decir, que una persona necesita poder expresarse desde ese lugar para nutrir luego su pensamiento. 

Madre mía lo que acabo de soltar. Madre mía. 

Porque la libertad epistémica —os recuerdo: la posibilidad de pensar con recursos diferentes a los que son habituales, aceptando la soledad y la vergüenza que implica la amenaza de expulsión del pensamiento único—, se basa en condiciones estructurales y materiales. 

¿Por qué no suele observarse prácticamente ningún atisbo libertad epistémica en los mandos intermedios de las administraciones públicas o empresas? Yo qué sé, pero podría ser porque, según se asciende en la cadena de mando, hay más complementos salariales que se pueden perder; o porque los roles que se desempeñan implican una necesidad de “coherencia” (de verdades) que permitan lidiar entre la jefatura y las personas trabajadoras, es decir, que para sostener el poder se requieren narrativas rígidas auto impuestas. O porque sostener ciertas cotas de poder implica una adhesión fanática al pensamiento de quien te las ha facilitado. 

Sea como sea, la libertad epistémica es una cuestión de PODER. De poder mirar la realidad con otros ojos, y de confiar en la complejidad inherente a las personas y los sistemas que conforman. Es una actitud existencial que implica abrazar la duda, la ignorancia, la sorpresa y la curiosidad, como una niña o un niño que desvela la realidad con asombro manifiesto. Y eso sólo es posible desde abajo, desde posiciones que implican RENUNCIAR AL PODER con el que se premia a quienes sostienen la estructura. 

Renunciar al poder para aprehender el mundo. Como un eremita joputa, que se alimenta de los frutos de su maldito huerto. 

Es una actitud vital, y un síntoma evidente de resistencia. 

De justicia hacia el conocimiento que la razón instrumental ha subyugado. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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