Revisando la “herida primaria”

[…] no vamos a negar las dificultades que, a menudo, aparecen ligadas a la adversidad temprana, pero igual nos toca, también, reconocer que esas carencias están ligadas a los formidables esfuerzos que las personas adoptadas han tenido que hacer para sobreponerse a amenazas formidables, a una realidad abrumadora y/o a la amenaza de la aniquilación. […]

Si eres una persona adulta adoptante, seguro que te suena eso de la “herida primaria”, es decir, ese hándicap que tienen las niñas y niños adoptados por el hecho de haber sido expuestos en edades tempranas e incluso preverbales, a la terrible experiencia de la ruptura del vínculo con sus referentes significativos, especialmente la madre.

Abro disclaimer: 

Por supuesto, la “herida primaria” existe. Hay una afectación neurobiológica y somática significativa como resultado directo e indirecto de la adversidad temprana. Y, además, conviene tenerla en cuenta, no sólo para dar sentido al comportamiento de las niñas y niños que han tenido que sobrevivir a este y seguramente a otros traumas, sino para aportarles las ayudas y adaptaciones que necesitan. 

Cierro disclaimer. 

Pero, a mí, lo que me preocupa es que esa metáfora —por mucha justificación científica que subyazca, no deja de ser una metáfora— cope toda la narrativa acerca de la adopción, y se convierta en algo así como las únicas lentes con las cuales ver la realidad. Porque unas lentes que ponen en el centro el daño neurobiológico que han sufrido las niñas y niños adoptados, a veces no ayudan demasiado a verles como personas que sufren otro tipo de violencias que no necesariamente están relacionadas con que haya algo en ellas o ellas que esté dañado, o funcione mal. 

Hay una pregunta que procede: ¿qué pasa cuando le decimos a una persona que teme ser abandonada —porque ya le ha pasado— que hay algo en ella que funciona mal? No hace falta ser muy listo para ver que, seguramente, sienta que puede volver a ser abandonada o abandonado, porque hay alguien que está viendo y exponiendo el público que, en efecto, hay algo significativo y negativo en ella o él. 

Y si hay algo chungo en ella —o así lo percibe, tanto me da—, es lógico que active cosas para protegerse y para sostener su sentido agencia, motivar que se haga justicia y hacer valer su dignidad. 

Porque no vamos a negar las dificultades que, a menudo, aparecen ligadas a la adversidad temprana, pero igual nos toca, también, reconocer que esas carencias están ligadas a los formidables esfuerzos que las personas adoptadas han tenido que hacer para sobreponerse a amenazas formidables, a una realidad abrumadora y/o a la amenaza de la aniquilación. 

Tengo la hipótesis de que la metáfora de la “herida primaria” —sin negarla— no ayuda demasiado a que las niñas y niños que han sufrido adversidad temprana reciban el trato que necesitan, entre otras cosas, porque las familias, al comprarnos el discurso, y coherentemente con él, suelen pedirnos recetas, programas o intervenciones orientadas a que esa herida pueda cicatrizar, y corren el riesgo de perder algo sumamente valioso en ese camino de sometimiento al criterio profesional: la frescura de su familia, es decir, el placer que implica ser uno mismo, en libertad; es decir, fluir con el ritmo natural de la regulación emocional (de peor a mejor, de mejor a peor, en un movimiento constante que se asemeja mucho, muchísimo, a la seguridad). 

No creo que esté demasiado equivocado. He trabajado con muchas familias adoptantes, y esto parece un patrón: cuanto más actúan los adultos de manera rígida para contener, eliminar, reparar o curar la herida, más se revuelven las chavalas y los chavales, como si, detrás de su conducta existiera el deseo de desregular a las figuras adultas. ¿Por qué este comportamiento? ¿Puede ser que en su fuero interno estén buscando la desregulación del adulto porque así motivan estados en los es más fácil sentirles vivos, conectados o mostrándose como realmente son?

Dicho así, no parece tontería, ¿verdad?

Porque, en el fondo, ¿qué es la herida primaria? La herida primaria no es tanto el daño recibido, como el resultado de una violencia padecida en unos momentos en los que el niño o la niña no se podía proteger. No tiene tanto que ver con el estatus de víctima, como con todos los esfuerzos, resistencias e intentos que movilizó para tener la protección, seguridad y cuidados que necesitaba en esos momentos tan críticos, y que el mundo, la sociedad o las personas que debían cuidar y/o proteger frustraron voluntariamente o no, dejándole en situación de absoluta indefensión frente a amenazas que no podía gestionar. 

No me digáis que no. Es muy diferente acercarse a una niña o a un niño adoptado con la mirada de “estás herido” o con la mirada de “me doy cuenta de lo que debiste movilizarte para resistir”, honrándolo genuinamente. Entre otras cosas porque, si comprendemos los esfuerzos que el niño hizo para enfrentarse a una situación sumamente excepcional, quizás podamos acercarnos con más empatía y cariño a los recursos que está movilizando hoy. 

Que son muy parecidos, o los mismos, ya te lo digo yo. 

Porque, no nos engañemos, los conceptos no son meras palabras que se acomodan a una definición de diccionario, sino entes adaptativos que también tienen una historia que les arraiga en el pasado, llega al presente y se proyecta en el futuro como una declaración de intenciones. La “herida primaria” no es ninguna excepción: fue creada en un momento determinado para poner en valor la importancia que tiene el trauma por abandono en el contexto de la adopción, y por eso se le dio un sustrato biologicista, para apelar a la autoridad médica y que, así, tuviera suficiente reconocimiento y entidad. 

Porque si esa herida tiene correlatos —que los tiene— en la arquitectura del cerebro, del sistema nervioso autónomo, en el sistema inmunitario, cardiovascular y endocrino, y además hay gente con bata blanca poniéndola en valor, pues nadie la puede negar. 

Cojonudo, ¿no?

Suele pasar que cuando resolvemos un problema —como, por ejemplo, la invisibilización de la adversidad temprana—, creamos otro, pero, como nos sentimos satisfechos de nuestro esfuerzo, nos lleva tiempo percatarnos de las consecuencias negativas que, desde ese momento, estuvieron allí. 

Semos asín. 

Y al apostar todas nuestras fichas a la neurobiología interpersonal —al decirlo así, alguien se va a revolver en su sillón—, o a la idea del trauma —ay, cómo duele—, nos estamos, de nuevo, olvidando que todo sufrimiento tiene también y principalmente, un componente social. Y, en el caso de la herida primaria, este factor interpersonal tiene mucho que ver con esa historia de resistencia y esfuerzos que la persona ha transitado no sólo para sobrevivir, sino también para sentirse con valor, hacer justicia, ser protagonista de su propia vida, sentir que puede, pertenecer al mundo y a los suyos, y sostener la esperanza de que cabe un futuro mejor. Intentos, todos ellos, invisibilizados porque las conductas asociadas a la activación simpática, o al vagal-dorsal, como consecuencia del miedo (al rechazo, a la locura, al abandono, al vacío, a la aniquilación física y mental, etc.) no se expresaron bien, o en los términos que sus figuras de referencia podían captar. 

De lo que no se puede simbolizar ni procesar con el lenguaje, pero que sigue siendo real hasta que alguien más sabio, fuerte y amable, lo pueda nombrar,a aceptar y acoger con el cuidado y cariño que merece. 

Porque esa es la historia que hay tras mucho sufrimiento en adopción: la historia de esfuerzos gigantes, descomunales, que el mundo no supo, no sabe, no puede y, a veces, tampoco quiere, poner en valor. Quizás porque hacerlo implica un salto al vacío y la pérdida de toda seguridad. 

Y la “herida primaria”, al menos, tal y como la estamos conceptualizando ahora, no ayuda demasiado a ponerlos en valor, comunicarlos, ni a que los adultos significativos (padres, madres, tutores, guardadores, profesionales intervinientes, etc) se puedan acercar a ella con suficiente curiosidad, interés y genuina compasión. 

Y, así, no queda nadie que pueda digerirlo. Porque el problema no es el dolor de la persona que ha sufrido adversidad temprana, sino un mundo que no lo capta, o que lo percibe, pero no es capaz de procesarlo, por miedo a una indigestión. 

Nos lo tenemos que mirar. 

Si la “herida primaria” es trauma, es ante todo, un PROBLEMA DE RELACIÓN. 

Y se repara EN RELACIÓN. 

Pues bien, de esto irá la conferencia del Sábado, a las 11,00 h, OnLine, en Apananá.

No digáis que no me mojo. 

Menudo tinglao. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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