[…] Para las personas que sufren ancladas en estados que impiden acceder a la seguridad de “casa” es muy importante tener cierta sensación de control, dignidad y agencia, precisamente porque éste es el modelo de seguridad en el que se puede confiar cuando no se siente como disponible un refugio seguro. […]
La mayor parte de las teorías, incluida la del apego, fracasan con personas que se han quedado “atascadas” en la respuesta de lucha o en la desesperanza asociada al bloqueo o el colapso.
Cuando alguien está atrapado en un círculo vicioso en el que predomina la neurocepción del peligro y, por tanto, la respuesta de lucha, es prácticamente imposible que sienta como disponible o confiable un refugio seguro. Si la intensidad es suficientemente elevada, cada célula de su cuerpo afirmará que el mundo es hostil, que las personas albergan malas intenciones, y que las únicas soluciones posibles pasan por el control punitivo de los demás y de la propia mente. Con el añadido de que, al quedar atrapado en “la rueda del hámster”, la sensación suele ser de que no hay salida y de que no la va a haber, a no ser que sea a través de la pelea que para la que el cuerpo se prepara y que el cuerpo pide.
Y, cuando una persona queda atrapada en un círculo vicioso de color gris, asociado al bloqueo o el colapso, la sensación predominante es de debilidad, entumecimiento y asencia de esperanza. Se suele sentir cómo todo el mundo alrededor tiembla o se hunde en la oscuridad más absoluta. La gente suele percibirse como lejana, pequeña, incapaz de llegar a nosotras y nosotros; o —lo que es peor— como monstruos enormes sin escrúpulos que devoraran a la víctima en cualquier momento, sin que sea posible protegerse de ellos. En estos casos, la persona también está prácticamente incapacitada para confiar en que un refugio seguro sea suficiente para regular su estado de ánimo, o para conectar con la seguridad y los cuidados que, sin duda, necesita. En los peores casos, la sensación de impotencia y desesperanza puede ser tan abrumadora que incluso puede llegar a desaparecer de la mente la conciencia de que esos cuidados serán posible, o han existido en el pasado.
Las y los profesionales que trabajamos en el sistema especializado de servicios sociales —que de “especializado” no tiene nada—, es decir, en protección a la infancia, nos encontramos muchas veces con personas y familias que sufren sin tener acceso a un refugio o base segura. Es decir, que, por su propio estado nervioso, son incapaces de confiar en que haya un espacio, una persona, o una actividad que pueda constituir, como dice Ade Navaridas, su “casa”, a saber, un lugar suficientemente disponible para reencontrarse con la seguridad y, si hay suerte, con cierta calma. Y el hecho de no ver cerca ni lejos esa posibilidad, es una de las razones que es ancla, más si cabe, en el mismo estado nervioso en el que han quedado atascados, porque, cuando no hay un puerto disponible, sólo queda luchar contra la tormenta y las olas, o dejarse engullir por la oscuridad del océano.
Hace tiempo, hablaba con una madre que estaba muy deprimida. Me decía que tenía que hacer un esfuerzo terrible para levantarse de la cama y atender a su hija.
—Es que estoy fatal, no puedo con mi vida.
—¿Puedo decirte una cosa?
Apenas se movió como respuesta.
—Estoy convencido de una cosa, pero intuyo que no me vas a creer en este momento.
—Dime —dijo, y bajó la mirada.
—Estoy pensando en que nadie está deprimido todo el rato. En que, seguramente, haya pequeños momentos en los que levantes cabeza.
—No, Gorka, no es así —me respondió, noté una nota de tristeza en su voz y sentí que íbamos por buen camino—. Cuando estoy cuidando de ella también estoy deseando meterme en la cama.
Sentí una punzada de compasión honesta. Qué duro es estar cuidando de la persona a la que más quieres y sentir que te puedes derrumbar y que no estás a la altura. Intentarlo con todas tus fuerzas y sentir que no llegas. A pesar de todo, insistí, sabiendo que jugaba en terreno resbaladizo:
—Seguro que estás a menudo así, apagada, hundida. No lo pongo en duda. Pero, con tu permiso me gustaría seguir preguntándote por esos momentos, pequeños momentos, en los que vuelves a conectarte con la vida. Sé que estoy insistiendo mucho, pero puedes ponerme un límite si sientes que me estoy pasando con las preguntas, ¿vale? Tienes el control del proceso.
Para las personas que sufren ancladas en estados que impiden acceder a la seguridad de “casa” es muy importante tener cierta sensación de control, dignidad y agencia, precisamente porque éste es el modelo de seguridad en el que se puede confiar cuando no se siente como disponible un refugio seguro.
—No sé… —se quedó pensando.
—Estaba pensando que, igual me pasa un poco en los momentos en los que estoy con la niña en el parque —sentí como tomaba aire, y casi pude escuchar el rumor de esos pulmones acartonados— y ella juega con sus amigas. Si le veo reír así, feliz, es cómo si me diera una tregua la vida.
—Qué bonito, ¿verdad? —me apresuré a decir, y me di cuenta de que no era el momento.
—Ya, pero eso no depende de mí. Yo no hago nada.
—¿Nada? —me salió casi como si me hubiera escandalizado—. ¿Y los esfuerzos que has hecho para llegar hasta eso? Ni de lo importante que es para tu hija estar allí, con sus amigas, pasándolo bien, mientras su madre disfruta también de ese momento.
—Es verdad… he sido yo quien lo ha conseguido —reconoció con la boca muy pequeña.
—¿Te apetece que me hables un poco de cómo te afecta ver a tu hija así, a pesar de todo?
—No sé, es como si se me abriera el pecho. Como si sintiera un amor profundo, no sólo hacia ella, sino hacia toda la vida.
Os juro que se me pusieron los pelos de punta.
—¿Podemos quedarnos con esa sensación un rato? Sin pretensiones de ningún tipo, sólo para darle su espacio y disfrutarla.
—Vale.
Pasamos unos cuantos minutos en silencio, para que ocurriera la magia.
Comenzó a respirar de manera más fluida. Noté como su cuerpo, miembro a miembro, se iba destensando. Llegados a determinado punto, se le humedecieron los ojos. Al rato, estaba llorando. Pero no parecía un llanto de angustia, o de liberación de tensión, sino algo que se parecía más a la conexión con el orgullo. ¿Sería eso?
Terminó ruborizada, con los ojos rojos, pero aliviada.
—No me cuentes si no quieres —le dije, contraviniendo la indicación implícita de las administraciones para las que trabajamos de que nos tenemos que enterar de todo—. No es necesario.
—Es verdad, Gorka —reconoció, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas—: he conseguido ese momento para mi hija. A pesar de la depresión, de estar completamente sola, de las recaídas con el alcohol, de los problemas económicos, de las peleas con Lanbide, del daño que me sigue haciendo Antonio, de las presiones de la escuela…
—¿Hay algo más? —pregunté, intuyendo que se había impuesto un freno.
—Sí, y a pesar de que me estéis persiguiendo los servicios sociales como malditos perros de presa.
Este diálogo muestra como una persona que estaba anclada en una respuesta vagal-dorsal sale del círculo vicioso al poner la atención, durante el tiempo necesario, en una “transición de estado hacia la seguridad” que ha acontecido de manera natural. Se observa, también, cómo emerge, se construye y se elabora un relato asociado a este evento tan importante, y cómo esa narrativa incorpora elementos que, tal y como señala F. Javier Aznar Alarcón, son fundamentales, a saber, la historia de resistencia subyugada por las sensaciones ligadas al bloqueo y/o colapso. Todo ello, sin aportar prácticamente nada, sin forzar la máquina, sólo colocando la atención, el tiempo necesario, en uno de los momentos clave de la secuencia y que, hasta la fecha, había pasado desapercibido, porque, como siempre digo, somos cojonudos para detectar las señales asociadas a la inseguridad, el peligro y la amenaza, pero profundamente incompetentes para centrarnos en la seguridad, y darle la importancia que tiene en nuestra vida.
¿Qué pasará a partir de ahora?
Nadie lo sabe. Seguramente cosas buenas y cosas malas. Pero, de lo que sí estamos prácticamente seguros, es que no será exactamente lo mismo.
Pero quédate con esto:
Cuando una persona no tiene acceso a un refugio seguro, son las transiciones de estado hacia la seguridad las que pueden conectarla con la competencia, la dignidad y el protagonismo, es decir, con la vida.
Y eso es una maldita maravilla.
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Lecturas recomendadas:
AZNAR, F.J. (2019). La restauración de la competencia narrativa del trauma. Análisis de un caso. Fundación Meniños. Universidad de A. Coruña
DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
METCALF, L. (2019). Terapia narrativa centrada en soluciones. Bilbao: Descleé de Brouwer
WHITE, M. y EPSON, D. (1990). Medios Narrativos para fines terapéuticos. México: Paidós
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
