Corrientes de resaca en servicios sociales

[…] —Tranqui, es una corriente de resaca —le dije a ella bloqueándola con un brazo—. Si nadamos en contra de ella nos vamos a agotar. Es mejor que nademos paralelos a la costa, hasta salir de su influencia y, luego, tratemos de llegar a tierra. […]

Pal que no lo sepa, soy como una foca monje. En tierra soy torpe que te cagas y graciosillo de ver, pero me echas al agua y soy como un torpedo letal.

Esto tiene que ver un poco con el trauma —de chaval pensaba que en lo único que podía destacar era nadando millas y millas náuticas—, y también con la naturaleza, que me dio no sé qué hostias que me permite manejarme bastante bien sobre y bajo el agua. 

Sea como sea, aquél día estábamos mi actual señora y yo haciendo snorkel en Lanzarote, en plan, mira que peces más guapos, cuando nos pilló de improviso una corriente de resaca. Pero no era una corriente pequeña, oye, sino un verdadero río que tiraba de nosotros hacia el gran azul. 

Hostias, nos dijimos los dos, pero ella se puso bastante más pálida. Tratamos de nadar hacia la orilla, pero la corriente era tan fuerte que no nos permitía avanzar y, cuanto más fuerza hacíamos, más riesgo había de agotarnos, tener calambres, y acabar alimentando a los cangrejos en el fondo del mar. 

—Tranqui, es una corriente de resaca —le dije a ella bloqueándola con un brazo—. Si nadamos en contra de ella nos vamos a agotar. Es mejor que nademos paralelos a la costa, hasta salir de su influencia y, luego, tratemos de llegar a tierra. 

Me miró como si la estuviera condenando a muerte. 

—Hazme caso, que no es la primera vez que me pasa, y siempre funcionan igual —continué—. No es la primera vez que nos jode una resaca, ¿no?

Imagino que verme bromear le calmó un poco. Al menos, lo suficiente como para hacerme caso y comenzar a nadar contra lo que decía su miedo y su intuición. Al poco rato, notamos como el flujo del agua cesaba, y volvíamos a ser libres para alcanzar en línea recta la orilla. 

—Cómo tiraba pa dentro, ¿no?

Cuando trabajamos en servicios sociales nos vemos, en muchas ocasiones, atrapados en algo parecido a una corriente de resaca. Es decir, en una serie de tendencias que provocan mucho miedo o inseguridad, y que invitan a soluciones que empeoran las cosas. Por eso es tan importante pararnos —o que alguien nos pare— y nos señale que, en efecto, estamos atrapados en una corriente de resaca y que la solución no está en seguir nuestros impulsos o lo que dicta la intuición, sino en seguir un camino alternativo que, a bote pronto, no promete nada de seguridad. 

Por ejemplo, es habitual que se nos diga o nos sintamos impelidos a atender antes lo urgente que lo importante, la alarma entes que la demanda de las personas afectadas, o que tratemos de salvar nuestra dignidad como profesionales por encima y por delante de la de las personas a las que acompañamos. Todas ellas son corrientes de resaca que nos empujan, apoyadas por la narrativa imperante, a hacer cosas que no nos vienen bien a nosotras y nosotros mismos, ni a las personas a las que supuestamente tenemos que apoyar. 

Estas corrientes de resaca no son algo extraño, sino que las sentimos todos los días. Por ello, no está de más reflexionar a diario sobre las que nos han podido afectar. 

Sin ir más lejos, yo mismo ayer tuve que lidiar con un hombre que apenas me deja hablar. Me interrumpe todo el rato y me hace sentir profundamente incapaz, porque —y aquí es donde entra la narrativa predominante— “un buen educador familiar debe tener el control sobre la conversación”, ¿verdad? 

Enfrascado en mis esfuerzos por hablar, perdí de vista lo importante: que, cuando a una persona no se le ha dado voz, esa persona ha tenido que hacer ingentes esfuerzos para hacer valer su criterio y su dignidad. Que los siga haciendo y buscando lo que necesita es un signo de fortaleza, no de debilidad. Y que yo, al tratar de imponer mi voz sobre la suya, no estaba sino reproduciendo los patrones de las personas que tanto daño le han podido causar. 

Pues bien, este es un ejemplo claro de cómo operan las corrientes de resaca en los servicios sociales y en otras profesiones cuya función es supuestamente ayudar. Hay una narrativa predominante que nos hemos creído, que no se cuestiona, y que legitima una toma de decisiones contraria a lo que necesita el personal. Una narrativa que está presente en los desayunos, en los informes, en las conversaciones informales, etc. y que es peligroso contrariar porque compromete determinadas cotas de poder. 

Porque, si un buen educador debe ceder ocasionalmente o definitivamente el control de los procesos a las personas a las que acompaña, ¿qué es lo que puede pasar? Ya te digo yo que los informes no salen de la misma manera, que algunos puestos bien remunerados (coordinadores, supervisores, etc.) perderían cierto sentido, y que no sería tan fácil tomar decisiones como, por ejemplo, medidas de protección. 

Y eso sólo es el aperitivo. Para empezar. 

Pero, llegados a determinado punto, nadando hacia la orilla, cuando nuestras fuerzas empiezan a flaquear, quizás sea más inteligente pararse —o dejarse frenar—, respirar, saber que estamos en una corriente de resaca, cuestionar nuestros esfuerzos, y remar en una dirección contraria a la que nuestro miedo, nuestra intuición, nuestros esfuerzos y todo nuestro entorno nos dice que hay que seguir. 

«Tienes derecho a tener el control sobre la conversación y el proceso que te afecta y afecta a los tuyos. Hoy, y siempre. Lamento haber actuado de manera necia y negligente, al igual que otras figuras profesionales que te han atendido en el pasado. Espero que lo que haga a partir de ahora pueda reparar, en alguna medida, el daño que te haya podido causar.»

La primera vez cuesta un huevo. Ir contra la intuición cuando estamos inseguros, pasando miedo o literalmente en pánico, desregula un montón. Pero, cuando se ha roto esa barrera y visto que uno no se muere ni acaba cubierto de cangrejos ermitaños, todo se vuelve mucho más sencillo. Incluso apetece repetir ese acto de valentía para disfrutar de la esperanza que emerge cuando uno descubre, hostia, que había una salida relativamente cerca que no atinamos a percibir. 

Porque, a ver, seamos sinceras o sinceros, ¿cuántas veces obramos así?

Porque para ti, ¿cuál ha sido la última corriente de resaca por la que te ha dejado llevar?

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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