[…] Puede resultar extraño, pero la salud mental en contextos complejos, violentos, implica necesariamente cierta inestabilidad mental como recurso de base no sólo para adaptarse a las circunstancias, sino para protegerse de las múltiples violencias que las personas vulneradas y vulnerables pueden padecer. […]
Cada vez estoy más convencido de que la #salud_mental está más que condicionada por los imperativos de género asociados a la cultura y la economía. Es decir, que las formas que se nos muestran como posibles o adecuadas de ser hombre o mujer interceden no sólo en cómo nos tratamos a nosotras y nosotros mismos, sino que también en el modelo de relaciones que consideramos adecuadas o “saludables” con los demás.
Y esto se relaciona directamente con los valores que subyacen, de tapadillo, a nuestros modelos de salud mental.
Venimos de una psicología y una psicopatología que, más o menos, identifica la salud mental con la #estabilidad_emocional, a saber, con una experiencia en la que no están presentes o están poco presentes las actitudes de huída, de lucha, de sometimiento, de bloqueo o de colapso. Y, en caso de que lo estén, se presupone que son reacciones a erradicar para el éxito del tratamiento.
Tratamiento… hay palabras que me dan asco.
A pocos profesionales les escucharás decir que alguien “está bien” si está cagándose en todo, con ganas de pirarse a una isla desierta, o apagado como el Teide; sin embargo, la salud mental de las personas que están en contextos o situaciones caracterizadas por la violencia, no puede valorarse en la medida de que las personas están en calma, se sienten seguras o están en paz, entre otras cosas porque la respuesta protectora ante la violencia (por motivos de edad, género, raza, capacidad, etc.) no sólo es legítima, sino adecuada para que las personas afectadas y sus allegados, entre otras cosas, puedan hacer justicia y defender su dignidad.
A pesar de lo que pueda parecer, una persona puede “estar bien” insultando al mundo, perdiendo los nervios, corriendo hacia su casa o tirada en la cama, sin motivación para levantarse ni enfrentar el día.
Que sí.
Se hace necesario un cambio de paradigma en los sistemas legales, educativos, sociales y sanitarios, que empiece a contemplar que “estar bien” no es un estado que, más o menos, permanece, sino el MOVIMIENTO del SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO que nos permite enfrentar la realidad con el sistema de compromiso social activado —sí, vale—, pero también en la respuesta de huída, de lucha o en un colapso monumental, porque todas ellas son formas legítimas de respuesta ante una realidad que maltrata, somete, ignora y violenta a la mejor parte de las personas que componen esta sociedad.
Sí, a la mayor parte. Y puede que a ti también.
Y esto nos lleva a pensar que, hasta ahora, hemos tenido una psicología y una supuesta salud mental que, de alguna manera, refleja los VALORES CLÁSICOS MASCULINOS como, por ejemplo, el control de las emociones, la estabilidad mental, la capacidad de producir o el dominio del carácter. Valores todos ellos que para nada se corresponden con un modelo de salud mental que no está elaborado desde una posición de privilegio, desde un pedestal, y que reconozca realmente y desde la honestidad que las personas no sufren porque quieren, o porque están haciendo las cosas mal, sino porque tienen que responder a situaciones de estrés y violencia en un contexto relacional complejo, caracterizado por la inseguridad.
Si aceptamos una PSICOPATOLOGÍA DESDE EL BARRO, y no desde la academia y sus pulcras batas blancas, tendremos que entender que la salud mental no implica un destino ideal, es decir, que no se puede reducir a un objetivo de “tratamiento” o, peor aún, de “intervención” porque estar bien no es un estado, sino un sistema nervioso que se mueve, que pendula, que a veces se siente seguro y otras veces no, porque no todo el mundo tiene la suerte de vivir entre algodones y que un mayordomo le traiga café y tostadas a la cama, y la mayor parte de la gente lucha por sobrevivir.
Y señalar como enfermo o deficiente al que está sobreviviendo desde una posición de supuesta ayuda es una de las formas de violencia más perturbadas y perversas que se puedan imaginar.
La salud de los sistemas complejos —y nosotros lo somos— no está relacionada con la rigidez sino con la variabilidad. Es decir, con la capacidad de responder de manera diferencial a un entorno que también se mueve, y del que se capta y procesa la información, emitiendo un mensaje diferencial acorde con las circunstancias.
Es de primero de teoría de sistemas, no me lo he inventado yo.
Puede resultar extraño, pero la #salud_mental en contextos complejos, violentos, implica necesariamente cierta #inestabilidad_mental, como recurso de base no sólo para adaptarse a las circunstancias, sino para protegerse de las múltiples violencias que las personas vulneradas y vulnerables padecen.
Una inestabilidad que tradicionalmente se ha reprochado a las mujeres y a su biología, omitiendo el maltrato sistemático que tradicionalmente han padecido, y que ha resultado invisible, entre otras cosas, porque nos hemos creído este modelo de salud mental tendencioso arrodillado en un besamanos con el poder capitalista y patriarcal.
¿Te imaginas que pasaría si aceptásemos de verdad que el movimiento, es decir, la “inestabilidad”, es un indicador salud mental en contextos que han sido o son violentos?
Por de pronto, se viene abajo la barraca.
Ya te digo yo.
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
