[…] En la historia de la gente que ha sufrido acoso, los grandes héroes, las grandes heroínas, no lideran ejércitos, ni tienen superpoderes. No visten calzoncillos por encima de las mallas, ni llevan capa. No se necesita demasiado coraje para salvar una vida. […]
Éste es un mensaje para ti, que comienzas en breve un nuevo curso:
Como todas y todos los alumnos, vas a ser testigo de multitud de situaciones de violencia y acoso entre compañeros. No una o dos, sino multitud.
El bullying es un fenómeno común, que se da en el día a día. A veces, resulta muy evidente porque hay puñetazos, insultos y patadas; y otras veces, es sutil, casi imperceptible, porque se manifiesta con palabras que se dicen en bajito, y silencios que condenan a una soledad profunda.
Sin embargo, no existe un bullying de “baja intensidad”, tal y como nos han hecho creer, sino que todo acoso escolar provoca un enorme sufrimiento a quien lo padece. Un sufrimiento enorme que, a veces, dura toda una vida; y en el peor de los casos, lleva a las personas a poner fin a tan tremendo dolor suicidándose.
Sí, el suicidio. Porque no hay nada peor para una persona que sentirse en soledad, señalada, denigrada y apuñalada por la espalda, especialmente por parte de las personas que deberían haberla protegido.
Y aquí es donde entras tú en juego, amiga o amigo, que seguramente no te consideras un acosador al no liderar el grupo que humilla, margina, golpea e indirectamente mata. Porque eres el actor o la actriz principal en este juego.
Sí, de quien depende todo.
Te han contado una historia que no es real. Una milonga. Y te la has tragado. Es una historia en la que hay alguien malo, muy malo, que hiere con saña a otra persona que es vulnerable, es decir, a la víctima, que resiste como puede. O que hace crack y acaba colgada con el cinturón de su padre en el baño. Es la clásica dicotomía entre héroes y villanos.
Pero ésa es la historia que nos contamos desde fuera, desde el rol privilegiado de los que observan, normalmente impasibles, esas escenas, restándoles responsabilidad y protagonismo, como si no fueran parte de los hechos o formaran parte de otra historia.
Sin embargo, la historia de las víctimas es bastante diferente de la que se narra desde ese pedestal, en el que se ve una película con palomitas:
Para las víctimas no sólo existe el agresor o la agresora que resulta evidente, la que insulta, aísla, o pone a la peña en su contra, sino que ese dolor se reproduce y amplifica —sí, se am-pli-fi-ca— por la impasividad de las personas que miran. Porque no hay nada más doloroso que sentirse un mono de feria, al que nadie asiste o reconforta.
Seguramente te fastidie escucharlo, pero no hacer nada te convierte en el malo o la mala de esa película. De la película que alguien va a llevar como una losa el resto de su vida, o la que le empujará algún día a cortarse las venas en la bañera.
Hay muchos motivos para mirar hacia otro sitio. Quizás pienses que quien lidera el maltrato es una persona demasiado poderosa, que si te pones al lado de la víctima te vas a convertir en el siguiente en recibir las mismas hostias, puede que desees conservar tu popularidad, o ascender en la pirámide del poder riéndo determinadas gracias.
No sé cuál es tu postura, tu historia, tus condicionantes o el rol que desempeñas en ese grupo. Y sé que todas esas cosas te empujan, casi invariablemente, a hacer de una determinada manera las cosas. Que cuesta un huevo y medio decir «no, por ahí no paso».
Pero, también, debes saber que no hace falta plantar cara al líder para ser el héroe o la heroína en esa otra historia, la que tiene el potencial de sanar, salvar o revivir a esas compañeras o compañeros tan infortunados. A veces, con muy poca cosa basta.
Quienes hemos sufrido esta modalidad de maltrato recordamos con inmenso cariño y agradecimiento a las personas que tuvieron un gesto de apoyo en nuestros momentos más vulnerables. Me refiero a unas pequeñas palabras cuando nadie nos hablaba, un gesto que reconozca nuestro dolor cuando alguien nos estaba maltratando, o que nos haga sentir con valor cuando todo el mundo decía, unánimemente, que éramos una mierda.
Sabemos que, a veces, es imposible enfrentarse al dragón. Es un enemigo demasiado formidable. No es eso lo que te estamos pidiendo. Si puedes, estupendo, pero no necesitas denunciar o vencer al dragón para ser el héroe o la heroína de una importante historia.
Sólo que reconozcas que, a veces, basta con una mirada. Porque hay palabras, gestos, miradas que salvan vidas. Que convierten una experiencia terrible, en una horrorosa pero en la que cabe cierta dignidad y esperanza.
En la historia de la gente que ha sufrido acoso, los grandes héroes, las grandes heroínas, no lideran ejércitos, ni tienen superpoderes. No visten calzoncillos por encima de las mallas, ni llevan capa. No se necesita demasiado coraje para salvar una vida.
Y eso, es lo que te lleves, amigo a amiga, en este inicio de curso.
Porque sé que muchas personas acaban mirando para otro lado, porque sienten que no pueden hacer nada, y que jamás van a estar a la altura.
Y ése no es tu caso.
Los mejores héroes y las mejores heroínas no aparecen en los tebeos.
Todavía no los ha inventado nadie.
Quizás ahora sea el momento.
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
