La trampa multipolar

[…] cuando estamos en una relación de poder corremos el riesgo de adoptar determinadas “ventajas competitivas” que nos diferencien de los demás. Pero que, cuando estas supuestas ventajas son conocidas por la competencia, les estamos empujando a adoptarlas también, llegando a un equilibrio de mierda del que es muy complicado salir. […]

Las relaciones de poder o competitividad nos predisponen a determinados errores en el juicio o la acción. Y da igual lo lista o lo listo que seas, creéme que te los vas a comer. 

Es que eso de la “voluntad de poder” —que diría Federico el del bigotón— es una necesidad muy primaria. Tan primaria que, como seres humanos, estamos predispuestos a priorizarla sobre otro tipo de necesidades. Es como si hubiera un bug en la pirámide de Maslow por el que los piratas pueden entrar. 

A fin de cuentas, la voluntad de poder no sólo tiene que ver con situarse sobre o frente a los demás, en una posición de privilegio, sino que también toca con necesidades más primarias cómo la reproducción (quien se hace visible tiene más probabilidades de mojar) o la protección (quien tiene un séquito es más complicado de derribar), entre otras.

Pero vamos a lo que vemos… 

Quería yo decir que, cuando estamos en una relación de poder —y pocas relaciones humanas no lo son— corremos el riesgo de adoptar determinadas “ventajas competitivas” que nos diferencien de los demás. Pero que, cuando estas supuestas ventajas son conocidas por la competencia, les estamos empujando a adoptarlas también, llegando a un equilibrio de mierda del que es muy complicado salir. 

Imagina una clase con, yo qué sé, 40 estudiantes muy motivados y competitivos, que cursan una materia compleja. La profesora les ha explicado previamente que se va a hacer una evaluación mediante la Parábola de Gauss, de manera que sólo el 10 % de las mejores notas va a aprobar. 

Durante el curso, uno de los estudiantes decide hacer los trabajos utilizando una aplicación indetectable de inteligencia artificial. Sus trabajos son tan excelentes y tan capaces de burlar las defensas del sistema educativo, que el resto de estudiantes comprenden instantáneamente que el pavo ése tiene una ventaja competitiva que no tienen los demás. Y no hace falta ser muy lista o muy listo para averiguar cuál es. Así que, poco a poco, todas y todos los estudiantes del aula van asumiendo la nueva regla del juego: se compite con el apoyo de la IA. 

Ahora todo el grupo curra con esa u otra aplicación similar, y se re-equilibran las relaciones de poder. Todos chutan más o menos igual. Pero en este nuevo equilibrio que se ha logrado, todas y todos han perdido, porque no están poniendo en pŕactica lo que saben, sino delegando esa tarea en aplicaciones que la hacen francamente bien. Y con el añadido de que nadie puede renunciar a este “modelo de soluciones”, porque tomar individualmente la decisión de abandonar esta norma del juego colocaría inmediatamente a la valiente o el valiente al final de la cola de los que van a perder. 

¿Se ve?

Toda la clase está ahora atrapada en un equilibrio peor al que tenían en el punto de partida, pero del que nadie puede salir. 

¡Oh, mai dog!

De acuerdo con Darin McNabb, podemos llamar a este fenómeno TRAMPA MULTIPOLAR —ya ves, no tengo ni idea de por qué se la denomina etimológicamente así—. Y es muy frecuente en las relaciones humanas, aunque no siempre sea fácil de detectar. 

Ocurre en las relaciones de pareja, cuando ambos contrincantes —qué feo queda llamarlos así— se encabezonan en dar donde saben que duele; en la relación entre padres (o madres) e hijos (o hijas) que se enganchan buscando reconocimiento; en los grupos de adolescentes, cuando todas o todas parecen ponerse de acuerdo en excluir o putear al más “pringao” —algo que me pasó a mí—; entre profesionales de lo nuestro cuando empezamos a postear consejos de mierda que ni nosotros nos creemos; o entre las empresas de servicios sociales, cuando parecen ponerse de acuerdo en asumir, en bloque, una actitud servilista y de sometimiento ante una administración pública de la que dependen jugosos contratos que les vienen especialmente bien. 

Abro paréntesis para que pienses un poco en la importancia que puede tener para algunas personas entender que no se trataba de algo personal, sino de una trampa en la que caemos todas y todos cuando intuimos que nos pueden doblegar o someter. Cierro paréntesis. 

La trampa multipolar está siempre ahí, como un recordatorio de nuestra incompetencia y debilidad. Y, en un sistema neoliberal, que confía en el equilibrio natural que surge de la competencia humana, puede ser uno de los jinetes del apocalipsis que, ineludiblemente, nos van a exterminar. 

Porque, amigas y amigos, analizado el problema, y asumidos sus peligros, sólo se me ocurren cuatro respuestas posibles. Sólo cuatro. 

Quien sabe, estoy un poco espeso. Igual hay más. 

Ignorarlo, confiando en que no va a pasar nada, con lo que nos vamos a la mierda en bloque, como un castillo de naipes en una tempestad. 

Reunirnos todos los implicados y regular la situación, en plan, renunciamos a ciertas ventajas competitivas que no nos hacen bien, eso sí, asumiendo la nueva crisis y las profundas incomodidades en la que nos vamos a adentrar. 

Delegar en un arbitraje que nos proteja de esta tendencia a cagarla pero bien. 

O aparece alguien que tenga los santos huevos para cargárselo todo, como dice la canción: “quién será el valiente, en todo este vaivén, capaz de hacer descarrilar el tren”. (Botellas Rotas, No Konforme). 

De momento, no está de más hacer visible el problema, ya sabes, para actuar, al menos con cierto apremio y celeridad, antes de que las cosas cristalicen y perdamos la esperanza de que algo pueda cambiar. 

Porque igual es eso también, una cuestión de esperanza. Una esperanza que quizás emerja, un poquito, al aceptar que este tipo de trampas no son algo normal o natural, sino la consecuencia de decisiones estúpidas que se toman en el contexto de sistemas complejos expuestos a los estresores excepcionales que imponen el hecho de estar inmersos en una relación de competitividad o poder. 

No es fragilidad. Es la violación de lo más íntimo por parte de un sistema neoliberal. 

¿A que sí?

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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