El foco en la seguridad: un nuevo paradigma en protección a la infancia

[…] ¿Qué provoca más daño a la infancia, la presencia de estresores o la ausencia de seguridad? ¿Qué es realmente la desprotección infantil, un cúmulo de jodiendas o la imposibilidad de recuperarse tras estos eventos? […]

Cuidado con algunas ideas, porque pueden demoler de un manotazo el castillo de naipes que llevamos años y años construyendo. 

Pero, como a mí me gusta ver el mundo arder, quiero lanzar una pregunta: 

¿Qué provoca más daño a la infancia, la presencia de estresores o la ausencia de seguridad? ¿Qué es realmente la desprotección infantil, un cúmulo de jodiendas o la imposibilidad de recuperarse tras estos eventos? 

Si hacemos confluir la teoría sistémica, la teoría del apego y la teoría polivagal —tres de los ejes vertebradores que organizan mi trabajo— vemos que el estrés tóxico está organizado en torno a ciclos de retroalimentación que mantienen al chaval o a la chavala en unos niveles de agitación o desconexión que la mente-cuerpo, con los recursos de que dispone, no puede gestionar. 

Y eso si que es chungo porque, ya sabéis, el cortisol, en elevadas dosis y sostenido en el tiempo es un veneno para el neurodesarrollo, especialmente en los periodos críticos o sensibles de la maduración humana. 

Pero, coño, la mayor o menor presencia de esta cicuta en el cuerpo, no sólo está relacionada con la adversidad en la infancia, sino con las oportunidades que tiene esa niña o ese niño de encontrarse con la seguridad, a pesar de sus circunstancias. 

Es más, yo diría que, sobre todo, con esto último, ¿no?

O echa un vistazo a tu vida. Puedes haber vivido experiencias de mierda, pero si luego te has quedado relajado, tranquilo, y te has sentido bien cuidado, es probable que la cosa no haya pasado de un disgusto. Pero si ese malestar, por lo que sea, no se ha resuelto o se ha incrementado debido a cómo lo has gestionado tú o tu entorno, seguramente se te haya colgado el windows, y te hayas quedado bien jodido. 

No sería la primera vez que me derivan un caso “super grave” desde la administración pública y que, observando lo que pasa, vemos que el malestar —que puede ser innegable— dura más bien poco. Como, por ejemplo, esa vez que me dijeron que en la relación entre una madre y su hijo las cosas andaban fatal, y observando in situ varias de las broncas, pude ver, con mis propios ojos, lo bien que resolvían su mala hostia a base de gritos. 

Que no voy a ser yo quien defienda que hay que agredir a las niñas y los niños, coño de vaca, pero no es lo mismo tener una bronca y que todo se resuelva en 5 minutos, a mantenerse con una actitud hostil y dañina de aparentemente menor intensidad durante 4 semanas. 

¿Qué es peor?

¿Qué es peor, entonces, tener un pico de intensidad de la hostia y que se resuelva, o estar con un chungo sostenido todo el rato?

Yo lo tengo claro. Prefiero un millón de veces que me griten y se repare la relación, que no sentirme en una relación que me envenena por dentro. 

Pues esto, amigas y amigos, que es tan fácil de entender, parece que no los entienden las administraciones competentes en protección a la infancia, cuyas valoraciones de gravedad se basan en la presencia de estresores —factores de riesgo los llaman— y en el supuesto impacto que estos pueden tener en las niñas o niños. Con 0 consideración de estos ciclos de retroalimentación sistémicos, ni de la seguridad que se obtiene gracias a ellos. 

A pesar de todas las formaciones que hacemos, en las que se nos dice y se nos repite que las hipótesis deben ser complejas y circulares, seguimos careciendo de herramientas que permitan comprender en estos términos el sufrimiento de la infancia. Y disponemos un “estupendo” manual para valorar el riesgo y la desprotección, que omite de manera flagrante la valoración de la seguridad, siendo ésta el elemento clave para determinar si una niña o un niño está jodido, o puede llegar a estarlo. 

No sé, tengo la intuición de que este tipo de planteamientos esconden, además, una postura clasista —puede llamarla, también, supremacista— e intereses ocultos. Clasista, porque estos factores de riesgo que se consideran en los manuales están asociados a los colectivos más marginados o pobres; y con intereses ocultos, porque es mucho más fácil justificar ante un juez una declaración de protección hablando de gritos e insultos, que de la seguridad que, igual, aparece luego en la misma secuencia. 

Vamos, que nos interesa. Bien porque nos da poder, o porque nos coloca en una posición de privilegio respecto a las personas que acompañamos. Porque, ¿qué pasaría si pusiéramos la atención en la seguridad? ¿Si sistemáticamente observaremos todos los puntos de anclaje que tiene la infancia, dentro o fuera de su familia, dándoles el valor que verdaderamente tienen en su vida? 

Nuestro trabajo sería más complicado y requeriría mucha más empatía, humildad y humanidad de la que habitualmente mostramos. Y seguramente seríamos más prudentes en nuestras decisiones, valorando con más profundidad los recursos y ajustes a los que han llegado las familias. 

Porque, como suelo repetir en las formaciones, si hay un síntoma hay algún punto de seguridad o se la espera. No es posible que hagamos estos ajustes tan extremos a cambio de nada. Y esto es algo que no se quiere ver, porque nos jode los esquemas. 

Si la desprotección no tiene tanto que ver con la presencia de estresores, como con la ausencia de seguridad, hay que cambiarlo todo. 

No puede quedar ni una coma en su sitio. 

100 kilos de goma dos y a tomar por saco. 

Yo prendo la mecha con gusto. 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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