[…] En un determinado momento, el ponente nos llegó a decir que gran parte de los síntomas que padecen las personas están muy relacionadas con el deseo, la intención o la oportunidad —no recuerdo bien— de evadir la responsabilidad sobre los propios problemas y la propia vida. […]
Tengo un radar contra la violencia institucional tan fino que, a veces, salta respecto a eventos del pasado.
Oh, qué movida.
Recuerdo un curso que hice. Era una formación cojonuda relacionada con la intervención sistémica. Mi rollo. Allí escuché una cosa que, viéndola en perspectiva, me da bastante asquito.
Qué hostias. Me provoca arcadas de las gordas.
En un determinado momento, el ponente nos llegó a decir que gran parte de los síntomas que padecen las personas están muy relacionadas con el deseo, la intención o la oportunidad —no recuerdo bien— de evadir la responsabilidad sobre los propios problemas y la propia vida.
Toma pan y mortadela.
A ver… que entiendo que, en muchas ocasiones, sea esto lo que aparentemente ocurre, pero también creo que, como profesionales, se nos presupone la capacidad, la habilidad y el esfuerzo de ver un poco más allá de las apariencias, ¿no?
Pongo un ejemplo, y luego lo explico.
La principal queja de la familia respecto a Matías, el pequeño de dos hermanos, es que miente por un tubo. Vamos, que no dice una verdad ni de casualidad, el cabronazo.
Claro, esto es algo que preocupa mucho a su padre y a su madre, no sólo porque le anticipan un futuro muy chungo como delincuente —el chaval también ha hecho sus pinitos con el menudeo—, sino también porque sienten que no pueden llegar a él, que se disgrega la familia porque no son, ni van a ser, capaces de reconducirle ni meterle en vereda.
Y desde la perspectiva de sus padres está claro: miente para escurrir el bulto. Coño, qué casualidad, lo mismo que dijo mi profe terapeuta.
Ya sabes, la vergüenza. La maldita desesperanza, y la maldita impotencia.
Pero, ¿qué podría explicar, en esa casa, un síntoma tan atronador como la mentira?
Si observamos a Matías, vemos a un chaval profundamente desconectado. Me recuerda un poco a mi “yo adolescente” que se creía capaz de vivir sin relacionarse con nadie, porque las personas sólo eran fuente de sensaciones desagradables.
Sea por lo que sea, todo apunta a que Matías ha quedado atrapado en un estado vagal-dorsal, cosa que tiene casi necesariamente que ver con un ciclo de retroalimentación en el que participa tanto él como las personas que le son cercanas. Pero qué más da. Igual no necesitamos conocer cómo funciona la sartén para dar vuelta a la tortilla.
Porque lo que sí sabemos es que, cuando una persona está en ese estado caracterizado por la desesperanza, el desprecio hacia sí misma, y la sensación de ser incapaz de salir del agujero y tomar las riendas de su vida, la percepción del mundo y de los demás queda alterada: el mundo se convierte en un lugar profundamente tenebroso y amenazante, y las personas se viven a una distancia brutal o como enemigos invencibles y fulminantes.
Ya sabes, visión de túnel, sensación de no ser uno mismo y de estar viviendo en una realidad paralela, como en una película.
Pues ahí es donde nos podemos preguntar si realmente este chico miente. Porque, ¿es eso lo que hace? En un primer vistazo sí, pero si vemos el síntoma a la luz de su estado, parece más un INTENTO DESESPERADO y creativo, para sostener su DIGNIDAD (yo valgo), su ESPERANZA (las cosas pueden cambiar) y su SENTIDO DE AGENCIA (soy protagonista).
Porque, a fin de cuentas, cuando el chaval miente —lo he visto con mis propios ojos—, lo que consigue es ganar la discusión confundiendo a sus padres (yo valgo), salirse con la suya (soy competente y puedo) y diferenciarse de unos adultos que todavía no están preparados para ver más allá del síntoma, al relacionarse con su hijo como mentiroso patológico, sin remedio. Por tanto, lo podemos ver, también como un intento inteligente de escapar a la profecía que se cumple, haciéndose cargo de manera plena e independiente de su propia vida.
Va a ser que no miente, sino que hace lo que puede para salir de ese estado que está tan cerca de pérdida del contacto con la realidad y, lo que es peor, de la muerte. Porque cuando uno queda atrapado ahí y, además, se siente una carga para los demás, se multiplica el riesgo de suicidio. Es legítimo, por tanto, hacer lo posible para sentirse valioso, competente y protagonista.
Y funciona. Claro que funciona.
No sé si se ve claro con el ejemplo, colegas. Pero la idea de fondo es que, en lo básico y en lo profundo, un síntoma no es nunca una forma de evitar la responsabilidad, sino de todo lo contrario: un relato de resistencia contra un mal mayor que se ve amenazante, como un cúmulo tormentoso que asoma por el horizonte.
«Evito hacerme cargo, para no sufrir un nuevo fracaso.»
«No estoy evitando el problema, sino afrontando lo que realmente siento que puedo.»
«Mientras todos orbitáis en torno al síntoma, soy el único que realmente se está haciendo cargo, como puede, del estado de su sistema nervioso.»
«Aunque todo sea una mierda, siento que soy valioso, importante, protagonista y que puedo.»
Ya sé que lo digo hasta que le echan de las discotecas, cojones de pato: el síntoma nunca debe ser nuestro enemigo, sino nuestro aliado.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
