[…] Hay que parar ya los mensajes simplistas que se reproducen en las redes y que, en la mayor parte de los casos, se identifican con una lógica lineal. […]
Me voy a arrancar los ojos con mis propias manos. Esto no puede ser.
Vale que quieras ser una o un influencer de la crianza. Rollo gurú con sotana ante el que se arrodilla todo el mundo, levantando las manos al calor de los mantras que recitan las masas. Y vale que las redes sociales te den una ventana por la que sentir que puedes llegar a serlo. Pero esto es demasiado.
Hay que parar ya los mensajes simplistas que se reproducen en las redes y que, en la mayor parte de los casos, se identifican con una lógica lineal.
Que los progenitores sobreprotectores “producen” niños ansiosos y miedosos.
Que los autoritarios “provocan” que sus hijas e hijos les oculten la verdad.
Oue si “hay” 3, 5 o 10 ideas claves para educar en el respeto, la resiliencia o frente a la adversidad.
Que la abuela fuma en pipa. O yo qué sé. Cualquier premisa simplista que establezca que hay una causa y una consecuencia lógicamente coherente con ella, como si las niñas y los niños fueran productos en una cadena de montaje, o lo que es peor, robots formados por piezas que sólo las madres y los padres pueden ensamblar.
Que me saco los ojos y me los como. Y me hago un vídeo de “yutuf” para que lo tengáis que ver.
Lo peor de todo es que hay muchas y muchos profesionales que, en el terreno profesional, transmiten este tipo de mensajes que tienen un potencial brutalmente dañino para la infancia y para las familias que les tienen que cuidar y proteger. Porque —el que es tonto es que lo es—, en demasiadas ocasiones se asocia automáticamente un síntoma (una actitud, un comportamiento o una condición llamativa), a una determinada causa, dando por hecho de que las cosas sólo pueden ser así.
A ver si se me entiende, coleguis: las hipótesis están para FALSEARLAS, no para comprobarlas. ¿O no habéis oído hablar nunca del sesgo de confirmación? A saber, esa tendencia que tenemos todas y todos a captar sólo la información que cuadra con nuestras ideas, omitiendo la que es discrepante con la narrativa que hemos construido acerca de la realidad.
Es que no es tan difícil. De verdad.
Es de primero de trabajo con personas o con familias. Si algo puede, en algún momento, explicar la realidad no es una lógica lineal, sino circular. Que vale, que la linealidad nos mola, esta guay para conectar con la gente que no sabe y necesita sentirse una buena madre o un buen padre criticando a los demás; pero la ecología relacional es infinitamente más compleja, y se basa en interacciones en las que no se puede determinar claramente cuál es el comienzo y cuál es el final. En pequeñas microinteracciones que se sienten, pero son demasiado sutiles para que se puedan ver. En metáforas que nos contamos acerca de lo que son las cosas, y que están en el subsuelo, dando consistencia o amenazando en que se hunda el terreno por el que tenemos que pasar. O en miles de otras cosas que pasan desapercibidas ante unas mentes educadas en una racionalidad casposa, que niega la fantasía y la sensibilidad.
Nuestro trabajo no va de encontrar soluciones, sino de crear las condiciones para que las personas puedan encontrarlas y confiar en ellas, a través de sus propios recursos y respetando su identidad personal y familiar.
Decir a la gente lo que tiene que hacer, lo llamemos consejo, indicación o pauta, es una forma pueril y cruel de intervenir. Pueril porque desconocemos, prácticamente siempre, lo que pasa en las casas, entre otras cosas, porque cada vez que se repite una interacción se modifica su sentido. Y cruel porque el mensaje que tácitamente se da a las personas es el siguiente: “aparta, que tú no puedes, que tú no sabes, que tú no estás capacitado, y déjame a mí”.
Os juro que elijo un palo por el ejete, antes que esa mierda. De verdad.
Y me da una grima formidable que tantas y tantos profesionales no lo vean, y sigan exigiendo a las familias que cambien desde un autoritarismo ridículo en el que se sienten las y los únicos con acceso a la verdad. Como si sólo existiera una única verdad inmutable, a modo de las creencias que en la edad media se tenían sobre la divinidad, en las que se podía aplicar sólo una lógica cercenada, censurada, para que no comprometiera los dogmas de fe que sustentaban la divinidad.
Coño, que las cosas nunca son así. Y desde allí no se puede ayudar.
Otra cosa es que la gente salga adelante a pesar de las mierdas que hacemos. Pero que salgan adelante nunca justifica estos modelos, anticuados y con olor a naftalina, de orientación familiar. Que estamos muy equivocados, colegas. Y muy equivocadas también. El mero hecho de acudir a nuestros servicios coloca a la peña en una situación de crisis. Que la resuelvan bien y a su gusto no prueba necesariamente que lo hayamos hecho bien.
Nope.
Por ejemplo, a la familia de Santi siempre le habían reprochado que eran muy autoritarios con su hijo y que, claro, por eso el adolescente les había salido así: un poco mentiroso, que iba a su pedo y rebelde, en contra del criterio de sus padres. Y ellos estaban destrozados, porque no sabían qué hacer. No funcionaba ir a hostia limpia, pero tampoco hacer caso a los profesionales y tratar de ser comprensivos con él.
Lo que nadie tuvo en cuenta, nunca, es la realidad que se dibujó tiempo después, y que tenía por protagonistas principales —no únicos— a un niño con altas capacidades, y a un padre que siempre quiso salirse de los patrones autoritarios de su familia y no repetir el daño que ésta le había hecho a él.
Un niño que se comía la cabeza a una velocidad que sus emociones eran incapaces de seguir, por lo que estaba en un perpetuo estado de lucha ansiedad: para él prever los diferentes escenarios catastróficos era algo natural, y eso, entre otras cosas que no vienen al caso ahora, era lo que me mantenía con una mirada en la que el mundo se percibía como un lugar hostil y lleno de peligros.
A este escenario se unía un padre que había soñado con tener una relación cercana con su hijo, como nunca le hicieron sentir sus padres a él. “Desde siempre tengo la sensación de que quiero acercarme a mi hijo y él me pone una barrera; y eso habla fatal de mí, porque no he sido capaz de cumplir con el principal reto que me impuse en mi paternidad”. Entraba así el padre en un estado ansioso similar al de su hijo: cuanto más deseaba acercarse a él, más señales de peligro le lanzaba, por lo que el chaval reaccionaba agresivamente, tratando de protegerse de esa interferencia que sentía como una invasión salvaje de su privacidad.
Y cuanto más se venía arriba el uno, más se venía arriba el otro. Hasta que, por fin, el padre se acababa viniendo abajo por algo chungo, muy chungo, que le decía su hijo, normalmente relacionado con un pasado que él tenía, que conocía su hijo, pero que él trataba de ocultar. Y cuando se venía abajo, el niño seguía hablando, esta vez sin las interferencias del padre, de muy mala hostia, pero con plena libertad.
Y así es como la situación se solucionaba. El chaval se sentía de alguna manera escuchado en su ansiedad y su dolor; y el padre también, porque cuando el adolescente se desahogaba, le llenaba una sensación de culpa y vergüenza terrible por lo que acababa de hacer. A los ojos expertos, eso era una buena solución o, al menos, indicaba el camino que se podía seguir: ambos necesitaban espacio para sentirse escuchados sin juicio y sin los reproches que tanto les habían hecho sufrir.
Y si algo comunicaba el síntoma (presentarse como mentiroso y rebelde) es que el chaval necesitaba, como se ve ahora, ensalzar su criterio, su autonomía y su valor. Porque era justo lo que necesitaba justo de ese padre con quien no se podía entender.
¿Se ve?
Y esos son los recursos que hay que promover. Los que de verdad funcionan para que todos se sientan un poco mejor. Pero son recursos que nunca, jamás, se pueden vislumbrar en una lógica lineal, en la que el síntoma (un chaval agresivo y que se evade) se explica por una simple conducta paterna (el autoritarismo), obviando todo lo que de interés se esconde allí.
Por favor, dejad de ser tan gilipollas en redes sociales.
Al menos, sabed que algunos nos descojonamos a vuestras espaldas, cuando no queremos daros con un palo para que dejéis de joder.
Y, si tuviera que dar un aviso a navegantes, sería que os abstuvierais de escuchar a nadie que hable de crianza. A nadie. Y me incluyo yo. Porque la norma es que sean mensajes enlatados, publicidad encubierta o autopromoción chunga, desde la más absoluta superficialidad.
Y no te valen a ti. No señora. No señor.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
