Por muy evidentes que parezcan, los argumentos en contra del voto infantil no se sostienen e implican un sustrato ideológico que legitima el maltrato a la infancia.
A ver si me explico.
El pensamiento no sólo tiene que ver con hacer un razonamiento adecuado, sino también con plantearse las preguntas oportunas.
Hace unos días, lancé un debate en mis redes sociales: Facebook, Twitter y Linkedin. La pregunta era si las niñas o niños deberían votar en igualdad de condiciones que las personas adultas. Así, a lo bestia.
He recibido un montón de respuestas, en un sentido y en el contrario. Pero me apetece centrar la atención en los argumentos EN CONTRA de su voto. ¿Por qué? Imagino que es a partes iguales, porque me gusta llevar la contraria y tocar un poco las narices 😉
El primer argumento —quizás el más evidente— es que las niñas y niños NO TIENEN CAPACIDAD para comprender la complejidad del mundo moderno, por lo que dejarles decidir sería un riesgo para la población entera.
Evidente, ¿no?
Pues no tanto.
Lo primero, es que si este argumento fuera suficiente válido, debería ser extensible a las personas adultas. Es decir, que algunas personas no podrían votar si no alcanzasen un estándar en cuanto a capacidades —cognitivas, entiendo— se refiere.
Eso dejaría sin derecho al voto a muchas personas dependientes, ancianas, con trastornos mentales, etc. O que, por la razón que sea, tienen su función ejecutiva alterada.
Por otro lado, se plantea un problema de difícil solución, que es determinar qué capacidades son las necesarias para poder votar. Las lógico-matemáticas, las lingüísticas, el pensamiento abstracto, las relacionadas con el conocimiento del medio, o qué sé yo.
Sea como sea, coartar o limitar ahora el derecho de muchas de las personas adultas que tienen garantizado su derecho a voto, sería una afrenta intolerable que, sin embargo, normalizamos en relación con la infancia, como si de una ley natural se tratase.
El segundo argumento, tiene que ver con que los niños y niñas están subordinadas al poder de las personas adultas, especialmente sus madres y padres, por lo que son especialmente susceptibles a la MANIPULACIÓN.
Y, claro, eso no pasa con las y los adultos, ¿no?
Es bien conocido el caso de personas ancianas incapacitadas acompañadas a votar por las personas que les cuidan, con un sobre bien preparadito en la mano. Y, de poner el grito en el cielo, sólo he visto cuestionar la actitud perversa de las personas que se aprovechan de su vulnerabilidad, en ningún caso he escuchado un alegato en contra de su derecho al voto.
Por otro lado, es EVIDENTE que la propoganda política de cualquier tipo, tiene [casi necesariamente] un tinte manipulatorio. Se habla de las medidas que se van a promocionar, pero rara vez de las que se pretenden cancelar para validar los presupuestos; no es ningún secreto que elegimos nuestra afinidad política, bien en relación a nuestra forma de vida, basándonos en el discurso predominante de un partido, o en nuestra afinidad con un determinado líder pero, por mucha formación que gastemos, rara vez leemos un programa a no ser que pongan un cuchillo en el pecho.
Y [casi] nadie asume esta responsabilidad, ni pone el grito en el cielo. En consecuencia, aplicamos a la infancia criterios que sólo les afectan a ellos.
Discriminación se llama.
Otro argumento, muy manido, es el de que niños y niñas no tienen suficiente CONOCIMIENTO. Claro, ni pajotera idea. No como las personas adultas, que entendemos a la perfección como funciona el mundo en el que vivimos, y tomamos decisiones coherentes con un análisis sistemático del mismo. Sí, lo digo con una sonrisilla traviesa. Claro.
No olvidemos que sigue habiendo personas, políticos incluidos, que niegan que exista el cambio climático. O que la naturaleza, los animales, el agua y el aire, están mejor privatizados y explotados como minas, en manos de unos pocos. O gente de bien, como algún cantante de renombre, que afirma que la gente no muere tanto por coronavirus. Aunque los hospitales estén a tope, las PCR sean masivas, existan los microscopios, y su madre haya fallecido con síntomas compatibles con ello. Y, lo peor de todo, es que afirman su verdad, sin dudas de ningún tipo.
Exhibiendo su prepotencia y su narcisismo. Lamiéndose el orto.
Porque, si este argumento fuera válido, habría podido servir para limitar el derecho a voto de las mujeres en la España de 1933. A fin de cuentas, muchas de ellas eran entonces analfabetas, sin estudios, con dedicación exclusiva al hogar, y poca comprensión de las cosas. Y no creo que nadie defienda ahora este argumento.
Creo que era Jacques Rancière, quién decía que no es posible hacer una filosofía política, en el sentido de buscar y encontrar las finalidades a las que debe servir, porque la política era ante todo el arte de gestionar el DESACUERDO. Y si esto es verdad, la política no está relacioanda con la racionalidad, sino con la gestión de las diferentes fuerzas que aspiran a sus cotas de poder, evitando la violencia.
Sea como sea, en contra del derecho al voto de la infacia, sólo veo argumentos CAPACITISTAS, que presuponen cierta ESENCIA relacionada con las personas menores de edad, esto es, que son inmaduros, manipulables, un poco tontos, y que deben permanecer subordinados al deseo e interés del adulto.
Callados y sentaditos, ¿os suena?
Y todo esto es, cuanto menos, muy cuestionable.
Porque los argumentos capacitistas presuponen que hay diferentes niveles de dignidad y derechos en relación a los seres humanos. De primera, y de segunda. Y que su posición en el ranking determina su condición de ciudadanía y sus derechos civiles.
Eso no sólo es falso, sino también muy peligroso.
Y, aunque compremos esas justificaciones, deberíamos asumir dos implicaciones lógicas. Que hay personas adultas sin capacidad, a las que se debería restringir el voto; y niñas y niños con capacidad, a quienes debería permitirse votar porque están al nivel de las personas que lo ejercen.
Y no hay otra.
Pero, quizás, lo más grave es lo que sigue: que se presupone que la infancia tiene una ESENCIA, o determinadas características invariables y necesarias: angelitos.
Vivimos en un contexto que idealiza a las niñas y niños y, paradógicamente, esa es la primera línea para legitimar del maltrato.
Porque los niños y niñas, con su bondad e inocencia innata, nos dan “lecciones”. Pero, al atribuirles caracteríticas propias, aunque aparentemente sean en positivo, los deportamos a la otredad, que es el primer paso para exigirles un extra, o negarles sus derechos.
No son como nosotras y nosotros, por lo que puede aplicárseles un régimen jurídico y disciplinario a parte.
Como en su día a los esclavos, a las personas LGTBIQ, o no hace mucho a las mujeres.
Quizás, el derecho al voto, no sea tanto una cuestión de eficiencia o ejercicio práctico de la responsabilidad, sino una cuestión relacionada con los DERECHOS CIVILES.
Porque una persona que vota es, ante todo, una persona legitimada en el diálogo social, a la que necesarimente se tendrá en cuenta.
Si les pedimos responsabilidad, es coherente que decidan.
No deja de ser un insulto que ocupemos los colegios para ejercer un derecho que a ellas y ellos se les veta.
Y ahora, vale. Decidme que estoy loco, que soy un jipi comeflores, o que me he pasado con los porros.
Pero con argumentos 🙃
Antítesis aquí: El gran argumento en contra del voto infantil.
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
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