—Pero no le des, que se lo va a gastar en vino —dice el señor gordo, mientras fuma un puro caro.
—Pues que haga lo que le salga del coño —le respondería con gusto yo—; me parece que todos debemos tener derecho a olvidar un rato que estamos muertos, o que estamos agonizando entre cartones.
Crecí con la idea de que no había que dar limosna a los pobres.
Primero, porque me habían asegurado que existía un estado del bienestar que garantizaba un mínimo de calidad de vida para todas y todos los ciudadanos; y luego, porque entendía que la caridad era un mecanismo que impedía el empoderamiento de las clases más bajas y promovía una relación de dependencia con las personas pudientes o poderosas.
Pero la realidad es que el estado del bienestar no existe para las clases que carecen —sí, que CARECEN— de derecho al voto, bien por no estar empadronadas, o por estar en situación irregular respecto a la ley de extranjería.
En mi provincia, las personas en situación de calle sólo tienen derecho a dos o tres días de estancia en los albergues para indigentes, y sólo las personas menos vulnerables y más “capaces” pueden acceder a un plan de inserción y una estancia un poco más larga.
Es decir, que sólo tienen DERECHO A LA INSERCIÓN las personas que MENOS LO NECESITAN.
El resto, personas con problemas de dependencia o de salud mental, no pueden acceder, en la práctica, a los recursos que les ayuden a salir de una situación tan precaria. Muchos morirán en un cajero o debajo de un puente; y sólo nuestra limosna puede aliviar un poco su hambre, su frío o su sufrimiento.
—Pero no le des, que se lo va a gastar en vino —dice el señor gordo, mientras fuma un puro caro.
—Pues que haga lo que le salga del coño —le respondería con gusto yo—; me parece que todos debemos tener derecho a olvidar un rato que estamos muertos, o que estamos agonizando entre cartones.
Quizás sí. Deberíamos dar limosna. Pero tras darla, pasarle la factura a un estado del bienestar pensado por y para las clases medias, que rara vez quedan en situación de extrema vulnerabilidad o indigencia.
Dar limosna, pero denunciar que ni el estado ni el resto de administraciones cubren las necesidades de las personas que más lo necesitan. Y crear plataformas para que las y los afectados puedan hacer valer sus derechos y reclamar la parte del pastel que se les ha robado y que es legítimamente suya.
Porque si quiénes trabajamos en esto como mercenarios a sueldo no hacemos nada, somos sin duda parte de este problema.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
«Mercenarios a sueldo»… impactada me has dejado y triste, pq creo q así es. Sin darnos cuenta, o a veces si 😦
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Gracias. Lo digo porque no hacemos nada que cuestione el sistema de poder que nos da de comer. Un saludo.
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