[…] Todo comienza cuando un entorno capacitista —profesionales incluídas e incluídos— etiqueta tempranamente a una niña como “incapaz” porque presenta evidentes diferencias respecto al comportamiento de sus iguales en el área cognitiva, afectiva o social, y a la que automáticamente se le atribuyen determinadas carencias, en un atajo heurístico garrafal. […]
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