[…] Madurar como orientador familiar es aceptar que no existe manera de guiar a la infancia ni a las familias del punto A al punto B; pero tampoco hay forma de asegurarse que ese punto B sea más deseable, porque todo lo que acontece o aparece en la vida de las personas se sitúa en un contexto ecológico relacional complejo, en el que los besos y las hostias saltan de flor en flor, como abejas puestas de LSD, o como un mapache a full de RedBull con vodka. […]
[…] —Tranqui, es una corriente de resaca —le dije a ella bloqueándola con un brazo—. Si nadamos en contra de ella nos vamos a agotar. Es mejor que nademos paralelos a la costa, hasta salir de su influencia y, luego, tratemos de llegar a tierra. […]
¿Cómo reconocer como una historia de dignidad, protagonismo y esperanza las microinteracciones que se producen a través del cuerpo?
¿Cómo unir nuestra propia historia de dolor y la de las personas a las que acompañamos en una narrativa de esperanza?
¿Cómo sostener una mejor relación con los síntomas de sufrimiento?
¿Qué pasaría si aceptásemos que formamos parte de la secuencia de interacciones que sostiene el síntoma?
¿Y qué hostias podemos hacer con eso?
Ni puta idea. Aquí no hay gurús, ni pollas en vinagre. Pero sí podemos crear un espacio que nos permita sentir más curiosidad hacia lo que acontece, maravillosa y mágicamente, en ese gran olvidado que es el sistema nervioso autónomo.
Somos un cuerpo que se protege, unido a una mente que da un sentido narrativo a esa experiencia.
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