[…] Pero el contacto con esas tinieblas no es baladí, e impone un proceso de transformación. El futuro maestro (o maestra), que ha sido forzado a vagar por ahí, se impregna del hedor de la ciénaga, se mancha con el barro pútrido, y se obliga a comer los restos de animales que se han ahogado allí. Y es esa experiencia, de contacto con las sombras, la que marca una diferencia con los demás, haciéndole sentir especial. […]
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