Acontecimiento e identidad

[…] Antes del acontecimiento, no estaba el sujeto, al menos, no en la forma como éste queda configurado tras dejarse atravesar. […]

La identidad —el sentido que una o uno se da a sí mismo— no se construye en el vacío, ni sólo en la relación con los demás, sino en la medida de que uno es fiel a los acontecimientos que le ha tocado en suerte vivir. 

El acontecimiento —un término acuñado por A. Badiou— es un evento que irrumpe en la vida, en la situación, y que no encaja con coordenadas previas intelectuales, relacionales o estructurales. Parece llegar desde la nada, desde el vacío, para hacer temblar y caer la propia historia y la historia de los grupos de los que se forma parte, de manera que nada pueda ser igual. Por eso genera resistencias y una formidable incomodidad. Frente al acontecimiento, caben dos tipos de respuesta: ignorarlo, o aceptarlo como un anclaje para reconstruir la propia subjetividad y la mirada hacia el mundo de forma radicalmente diferente. 

Antes del acontecimiento, no estaba el sujeto, al menos, no en la forma como éste queda configurado tras dejarse atravesar. Tras aceptar el acontecimiento, y hacer los esfuerzos que éste requiere, la persona puede tener la sensación de que emerge en ella algo nuevo o que “vuelve a nacer”, y suele ser frecuente que no se sienta identificado con la máscara o la versión antigua del yo que ha dejado atrás. 

Quizás por eso somos tan crueles con nuestras versiones del pasado: nuestra evolución no ocurre paso a paso, de manera paulatina y lineal, sino en la forma de renuncias abruptas que nos llevan a abrazar otras formas de ser y de conectarnos con la realidad. Así, cuando miramos hacia atrás, muchas veces observamos con sorpresa al “gilipollas que era yo”, sin reconocernos del todo en esa fase previa de nuestra identidad. 

Y está bien que así sea, porque lo contrario —-el hecho de no sentir esa disarmonía entre quién soy ahora, y quién fui en mi pasado—, habla probablemente de dificultades para aceptar los posibles acontecimientos y de transitar el propio proceso de diferenciación. 

Si te fijas, vivimos la vida entre dos fuerzas formidables. Una es la mirada del otro, que nos lleva a aceptar quienes somos tal y como nos ven los demás. No es absurda, porque necesitamos pertenecer a grupos que nos nutran y nos protejan de una realidad brutal. Pero otra es la fuerza de la diferenciación, que nos empuja hacia afuera de estos grupos, en un afán de definir quienes somos sin estar tan presionados por las etiquetas que nos colocan los demás. Pero esta fuerza no emerge del vacío sin más, sino que necesita de acontecimientos que atraviesan a las personas y les obliguen a cuestionar su realidad subjetiva y grupal, y de la decisión de tomarlos en cuenta y dejarse reconfigurar. 

Quédate un rato en esto. Y piensa en las implicaciones de lo que acabo de decir. Porque si aceptamos que nos construimos en torno a los acontecimientos que nos atraviesan, ¿qué impacto tiene en nuestra vida lo material?, ¿no estamos siendo demasiado deterministas?, ¿dónde queda nuestra fuerza de voluntad?

Piensa por un momento en una niña que en la escuela sufre un mutismo selectivo. Deja de hablar y, en consecuencia, el mundo se configura a su alrededor en torno a una narrativa preponderante: “es tímida” y necesita ayuda para lanzarse a hablar. Pasa un año así, hasta que un día, jugando con su padre, éste le devuelve que quizás ella no es tímida, sino que es una punky que se está revelando contra el maltrato que sufre allí. Un maltrato definido por la imposición de una mirada que invisibiliza las resistencias legítimas que ha tenido que levantar y mantener. El padre y la niña se sienten despertar. Esa mirada impacta tanto a la niña que, en una comida con familiares, pide expresamente que el padre diga a los suyos que ella no es tímida, sino punk como su padre, tomando parte activa en la reconfiguración de su realidad. 

¿Véis lo que quiero decir? ¿Lo véis ahora?

El acontecimiento ocurre, pero la persona puede (o no) aceptar su impacto, dejarse atravesar, reconfigurar su realidad. Y allí es donde sí que cabe la fuerza de voluntad, como un acto consciente que inicia un nuevo camino que, seguramente, todavía no se sabe dónde va a llegar. En persistir, a pesar del vacío que se abre frente a uno, en lo desconocido, como un agujero monumental. Porque, esa niña que ya no se ve tímida (pertenencia – mirada del otro), sino punk (acontecimiento – diferenciación radical), va a enfrentarse a fuerzas terribles cuando trate de salirse del tiesto, y mostrarse como se ve ella misma, fuera de la mirada de los demás. 

El acontecimiento necesita de sensibilidad para ser percibido, de educación para ser identificado como tal, de espíritu de sacrificio para dejarse atravesar, de valentía para transitarlo, y de sentido histórico para entender el impacto que puede tener en la propia existencia y en la de los demás. 

Pero nosotros, progenitores y profesionales, seguimos anclados a esa narrativa casposa, de que uno consigue las cosas sólo y exclusivamente por la resistencia de nuestra fuerza de voluntad. 

Sin entender que el síntoma, por ejemplo, no es algo a erradicar, sino algo que nos atraviesa como sujetos y como familias, como una oportunidad de reconfigurar los sentidos que damos a nuestra propia realidad. 

Andaynomejodas. Enseñemos a la infancia a detectar esos acontecimientos y a dejarse llevar por las fuerzas majestuosas, ancestrales, arquetípicas, que facilitan esa alquimia valiente, que implica dejarse atravesar: abrazar el vacío como forma de llevar a cabo un cambio radical. 

Y estad preparadas y preparados para las fuerzas de rebeldía que laten justo ahí. 

¿Será por eso que de esto no se suele hablar?

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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