[…] Si quieres, podemos hacer una cosa. Dejamos esa imagen en la cabeza, le prestamos toda nuestra atención y sencillamente esperamos a ver qué pasa. Lo importante es que sólo observemos, sin querer cambiarla de ninguna manera. ¿Te apetece hacerlo? […]
—¿Sabes, Aita? Ayer tuve una sensación muy desagradable.
—¿Cuándo?
—En mí habitación. Por la noche. Cuando me acompañaste a dormir.
—¿Y qué crees que era: miedo, angustia, ansiedad, enfado…?
Se queda un rato en silencio, pensando.
—No era ninguna de esas.
—¿Y qué sientes que era?
Vuelve el silencio:
—No lo sé. No tengo palabras.
Noto como se activa todo mi organismo, y mi mente se vuelve más lúcida. Por mi trabajo sé que esas sensaciones poderosas que no están asociadas a imágenes, símbolos o palabras pueden acabar dando guerra de muy diferentes maneras.
—Intenta encontrar las palabras. No te preocupes, tenemos un montón de tiempo —respondo, tratando de no contagiarle mi reacción somática.
Más silencio.
—Jolín, Aita, ¡no las encuentro! —responde—. ¿Me ayudas?
Siento como emerge la curiosidad hacia su mundo interno.
—Vale. Buena idea —afirmo y me reafirmo—. A veces, no encontramos las palabras porque no hay palabras que definan literalmente nuestra experiencia, pero igual sí que podemos encontrar un lugar en el mundo que represente cómo estamos. ¿En qué lugar te sientes con esas sensaciones tan desagradables en el cuerpo?
Permanece callada, pero con los ojos moviéndose. Señal de que está buscando en su interior o imaginando.
—Es un cementerio —describe—. Está en la cumbre de una montaña. A su alrededor hay acantilados.
—¿Es de día o de noche?
—De noche.
—¿Hay niebla o no?
—Hay niebla.
—Estás sola o acompañada.
—Estoy sola.
—Bien. Si quieres, podemos hacer una cosa. Dejamos esa imagen en la cabeza, le prestamos toda nuestra atención y sencillamente esperamos a ver qué pasa. Lo importante es que sólo observemos, sin querer cambiarla de ninguna manera. ¿Te apetece hacerlo?
—Sí.
Al de 20 segundos le cambia la cara, y se acerca a mí en busca de refugio.
—Vaya. Parece que ha sido muy desagradable, ¿no?
Asiente. La abrazo. El vagal-dorsal es evidente.
—¿Quieres contarme lo que has visto?
Permanece callada.
—Es sólo un sentimiento, Amara. Por muy desagradable que haya sido, no puede hacernos ningún daño —digo—. Si lo pones en palabras va a ser más manejable, te lo prometo.
—Vale, Aita, pero esto lo dice mi corazón, no mi cerebro. ¿Vale, Aita? Mi corazón, no mi cerebro.
—Estupendo. Eso es justo lo que me gustaría escuchar: lo que dice tu corazón. A veces, no le escuchamos demasiado.
—Pues es que estaba contigo en ese cementerio y, de repente, he visto como te disolvías en el aire.
Rápidamente, mi mente se va al lugar donde ella había sentido todo eso. Me veo en su habitación, durmiéndome mientras ella padece mucho dolor —acaba de sufrir una intervención quirúrgica—, y recuerdo lo que me dijo en varias ocasiones: “no te duermas, Aita, por favor, no te duermas”.
—Normal que te sintieras ayer así. Estabas dolorida y yo me estaba durmiendo… Perdona, no me dí cuenta de lo sola que te dejaba.
—¿Sabes que te dije que había ido al baño?
—Sí, lo recuerdo.
—Pues era mentira. Fuí a la habitación a buscar a Ama y ¿sabes qué? También estaba dormida.
—Qué mal, hija mía.
—
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
