Sincronicidad, magia y soluciones creativas

[…] la coincidencia de dos fenómenos no necesariamente unidos de manera causal, pero que quedan unidos por el sentido que nosotras y nosotros les damos. Un significado que, en muchas ocasiones, no es racional, pero sí simbólico, profundo, y con un gran potencial sanador, aunque se pasen por la raja del ojete lo que diga la sociedad moderna. […]

No lo voy a contar porque me da vergüenza, y porque me apura la reacción de quien lo pueda leer. 

Durante más de 30 años me he definido como ateo militante. Rollo sólo existe el mundo material, las religiones son un bálsamo para preservar las estructuras de poder, y toda esta mierda. 

Y hay partes de mí que lo siguen pensando, especialmente en lo que se refiere a las 3 grandes creencias monoteístas. 

Pero, si habéis pasado por aquí antes, ya sabréis que aquí no concebimos la mente como una unicidad, sino como una MULTIPLICIDAD de partes unidas por diferentes tipos de relaciones. Partes que se llevan bien, partes que están en conflicto, partes que se tratan de ignorar, o partes que están desconectadas hasta el punto de no saber prácticamente nada la una de la otra. Y que esas relaciones entre partes están condicionadas, en gran medida, por la NARRATIVA preponderante acerca de nosotros y de nuestra vida. 

Lo que nos contamos sobre el papel que jugamos en la vida. 

Por ejemplo, si en nuestra narrativa vital nos identificamos con el “héroe”, es probable que las partes asociadas al arrojo, el poder, el logro, sean priorizadas frente a las que contienen la nostalgia y aceptan con resignación el lugar que nos ha tocado, o lo que ha pasado, dificultando diferentes procesos básicos como, por ejemplo, los duelos. 

O si nos identificamos con una víctima, es probable que nos llevemos mejor con esa tristeza, mientras que el hecho de defender nuestros derechos y afirmar nuestro deseo, se convierta en un problema porque nos hace perder automáticamente nuestro estatus y el lugar de privilegio que éste nos otorga frente al mundo. 

Sea como sea, en todas y todos nosotros hay determinadas partes que están en un primer plano, y con las que hemos creado una relación más o menos sólida. Nos llevamos bien con ellas y, como norma general, ellas también se llevan bien, como si fueran socias o amigas. Pero, en un segundo plano, obrando de manera más o menos inconsciente, perviven otras partes que han sido desterradas porque encajan en otras historias. Historias que también son ciertas, que cubren necesidades, pero que no pueden expresarse con la libertad que desean, porque no hemos legitimado la narrativa en la que encajan. 

Vivimos bajo un episteme neoliberal y patriarcal en el que la locura —es decir, la incapacidad de producir en estructuras dominadas por la razón instrumental— es el estigma por excelencia. Y hemos terminado por creernos esa falacia de que la locura es, casi por definición, la falta de coherencia interna y la ausencia de correspondencia de la propia experiencia con la de un contexto evidentemente contaminado, identificando salud mental con la medida —fíjate que chorrada— en que una persona puede lanzar un mensaje unívoco al mundo, y que éste lo acepte de buen grado. 

Pero, quizás, la salud mental no tenga nada que ver con eso, sino con cultivar y poner en valor nuestras propias incoherencias. Paradójicamente. Porque, cuando aceptamos otros modelos de narrativa en el que, por fin pueden ser legitimadas las partes que están siendo relegadas con gran esfuerzo al ostracismo, o que permitan la expresión de las que han sido subyugadas en un conflicto, pasan cosas, y entre esas cosas que acontecen está que, igual, sólo igual, pueden empezar a reconocerse otros aspectos de nuestra vida. 

Pero, claro, es un acto sumamente valiente dar de comer a los personajes que tenemos en la cárcel, como enemigos en una monarquía autoritaria. Abrir las rejas, y permitirles que salgan por una alfombra roja creada por los relatos que también han sido subyugados, arriesgando a que cuestionen nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo. 

Porque es lo que van a hacer. No lo dudes, amiga o amigo. Es permitir que a la resistencia ilegalizada se convierta en un partido político, aceptando que puede hacerse con los apoyos necesarios para ganar en el parlamento. O que va a tener los medios disponibles para dar un golpe de estado. 

Venga. Como soy gilipollas, lo cuento. 

Hace unos días, acudí de visita a un santuario, y pedí a la Virgen —me salen los colores— una cosa muy concreta en beneficio de mi familia. La cosa es que estaba profundamente angustiado y sentí cierta esperanza en ese gesto mágico. Así que me dije, qué cojones, a la mierda con mi coherencia, lo voy a hacer, y que sea —nunca mejor dicho— lo que Dios quiera. 

La movida es que esas partes mías que todavía creen en la magia y en que hay una especie de bondad espiritual, o justicia divina, que son muy infantiles porque nadie las ha acompañado, ocuparon un primer plano. Y flipa con lo que te voy a contar, porque, de repente, sin sentido aparente, apareció un escarabajo que —te lo juro— sentí que era mágico. Era del tamaño de un ciervo volador, gigante, con todos los colores del arcoiris. Y no es el resultado de una alucinación, ni del LSD o la ayahuasca, porque lo tengo grabado en vídeo. 

A mi hija casi le da un chungo —no lleva bien lo de los bichos—, y yo casi me cago en los calzoncillos, porque os juro por Espinete y Don Pimpón que nunca había visto uno. 

Y para más cojones, para complicar más las cosas, y para que se me enrede el hipocampo, una semana después se me concede de manera casi mágica mi deseo. Un deseo que llevaba casi 3 años anhelando, con un sufrimiento sordo, pero constante y profundo. Y a mí, ahora, lo que me pide el cuerpo no es ir a los libros y estudiar qué ha pasado, sino darle de corazón las gracias a la Virgen como si fuera el adolescente de 12 años, que todavía albergaba ciertas confianza un Dios, y en que existe la justicia en el mundo. 

Y he hecho más mierdas, pero me las guardo para la intimidad, que ya veo a mis enemigos descojonándose juntos. 

Pero, venga, nos salimos de lo místico, que me va a explotar la cabeza, y os digo por qué os cuento esto. 

Porque, en nuestra vida y en nuestro trabajo se dan muchos fenómenos como éste. Son lo que C. G. Jung llamó “sincronicidad”, es decir, la coincidencia de dos fenómenos no necesariamente unidos de manera causal, pero que quedan unidos por el sentido que nosotras y nosotros les damos. Un significado que, en muchas ocasiones, no es racional, pero sí simbólico, profundo, y con un gran potencial sanador, aunque se pasen por la raja del ojete lo que diga la sociedad moderna. Y que, normalmente, tiene que ver con un mensaje que no viene de un universo paralelo, sino de una experiencia inconsciente, necesaria, que ha sido acallada porque necesitamos encajar en el modelo de relaciones que impone una sociedad corrupta, enferma de ambición, y desconectada de la verdadera vida. 

Y estas son experiencias muy significativas, verdaderas y reales, que acontecen, también, en muchas personas y familias; pero que nadie nos va a comunicar a no ser que, con nuestras preguntas honestas y curiosas, legitimamos que se hable de ellas. Porque la norma compartida es que de eso “no se habla”, porque son “chorradas sin sentido”, cuando la persona que las experimenta y las encarna sabe, a ciencia cierta, que están abriendo un universo de posibilidades, otras oportunidades de narrar lo que pasa, y otros significados alternativos. 

Pero no vas a entender su valor, si no te implicas tú también en este tipo de experiencias. 

No es patraña, sino la sabiduría de las partes exiliadas. 

Grabároslo a fuego: 

Una experiencia inusual no es una patología, sino un recurso extraordinario para enfrentar la vida. 

E Israel es un estado genocida. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

4 comentarios en “Sincronicidad, magia y soluciones creativas

  1. Avatar de noisilyjoyous9a55fca71d noisilyjoyous9a55fca71d

    y que importante escuchar, desde el respeto y no juicio, el significado que le dan las personas a esas experiencias significativas que tienen. Genial leer tus momentos mas alla de la ciencia 😉 por cierto, reafirmo tu ultima frase

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  2. Avatar de ElenaMaria Martín-Vivaldi Martínez ElenaMaria Martín-Vivaldi Martínez

    Ganas de ir a grabar a fuego en algunas puertas del Servicio de Protección de Menores (y de algunas,muchas en realidad, supuestas personas especialistas … ellas sabrán en qué), tus dos últimas frases «Una experiencia inusual no es una patología, sino un recurso extraordinario para enfrentar la vida. 

    E Israel es un estado genocida. «

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