Carta a un adolescente que va a tomar medicación

[…] Digo “ofrecerte” y no “recetarte” porque la toma de medicación psiquiátrica no puede ser una imposición. Debe ser algo sobre lo que puedas sentir que tienes el control. […]

«Valorando la información que tenemos, a saber, lo que nos has contado tú —sobre todo—, lo que nos han contado tus padres, y lo que nos dice el centro escolar, hemos decidido ofrecerte esta medicación.

Digo “ofrecerte” y no “recetarte” porque la toma de medicación psiquiátrica no puede ser una imposición. Debe ser algo sobre lo que puedas sentir que tienes el control. 

Tómatela si lo consideras oportuno, y ten por seguro que, si en algún momento decides dejarla, vas a tener todo nuestro apoyo. Eso sí, es importante que nos comuniques tu decisión para que podamos orientarte para que la dejes de manera segura, porque hacerlo de manera repentina o inadecuada puede tener efectos adversos. 

Por otro lado, hay una serie de cosas que debes saber antes de consumir la medicación. La primera, es que con ella no pretendemos, en ningún caso, modificar tu comportamiento, incidir sobre tus defensas, o cambiar tu identidad. La medicación es una ayuda temporal para reducir tus niveles de sufrimiento, y que tu organismo pueda volver a aprovechar los recursos que tiene para regularse de manera natural: el descanso, el sueño, las relaciones que te ofrecen bienestar, el ocio, los deseos que te resulten significativos, etc. 

Es importante que, en las propias sesiones, vayamos hablando de cómo afloran estos recursos, porque van a tener en tu un impacto incluso mayor que las pastillas, y sería francamente injusto que sientas que todo lo que estás mejorando es consecuencia de la alteración de tu bioquímica cerebral. 

Puede ser que la medicación provoque en ti cambios que agraden a tu entorno como, por ejemplo, que tengas un comportamiento más tranquilo en casa; pero también puede ser que provoque alteraciones en tu conducta que preocupen más a tu adultos referentes o amigos. Es importante que sepas que el principal criterio para mantener la medicación no va a ser, en ningún caso, qué conductas expreses, sino cómo éste afecte a tu bienestar interno, es decir, que te haga sentir un poco más seguro, con más control, más competente, más digno y con mayor protagonismo para tomar las decisiones que te competen. Y sobre estas sensaciones subjetivas, el único competente para comunicar cómo estás, eres tú. 

A pesar de todo lo que has podido escuchar, ten por seguro lo que a ti te pasa no se explica exclusivamente mediante la alteración de la bioquímica o la arquitectura cerebral. Por muy mal que lo estés pasando, por muy angustiado que estés, quiero que sepas que no hay nada, absolutamente nada malo dentro de ti. El sufrimiento es la consecuencia lógica y coherente con las circunstancias que te tocaron vivir, que estás padeciendo o que temes tener que sufrir. 

Por eso, desde el mismo centro de salud mental, vamos a tratar de ayudar a las personas que te quieren, o tienen el deber de cuidarte y protegerte, a gestionar mejor esta realidad. Porque no es extraño que, cuando las personas sufren mucho —como te pasa a ti— su entorno (familiar, escolar, las amistades, o las figuras profesionales) reaccione y tome decisiones que, lejos de ayudar, empeoran la situación. De hecho, damos por hecho que esto es así. Por eso, te pedimos que, en el tiempo que estemos juntos, hagamos un esfuerzo para nombrar estás reacciones y decisiones que, sólo tú, tienes autoridad para señalar. Ten por seguro que lo tendremos en cuenta y le daremos importancia porque es lo que explica, en gran medida, tu sufrimiento interno, y los comportamientos que, como no puede ser de otra manera, son coherentes con él. 

No te podemos prometer que haya cambios en tu entorno que te beneficien, porque la gente no siempre está en condiciones de poder hacer las cosas de manera diferente, pero es justo que nombremos y pongamos en valor las cosas que te hacen daño, para que entiendas, aceptes y construyas un relato en el que tu sufrimiento no es sólo responsabilidad tuya, sino también de un entorno que, a veces, no responde bien. No sé cómo te llega este mensaje ahora —quizás no te lo creas del todo—, pero creéme, por favor, si te digo que es verdad. Tú cerebro, como el de todo el mundo, no funciona en el vacío, sino en un lugar en el que siempre están presentes e influyendo las relaciones con los demás. 

No te voy a ocultar que la medicación que vas a tomar tiene efectos secundarios, tanto sobre tu cuerpo, como sobre tu conciencia. Y que estos efectos, muchas veces, no los podemos prever o prevenir. La mayoría de ellos son reversibles cuando se deja de tomar la medicación, y dependen, en gran medida, de las dosis recetadas, que podemos modificar. Te explico ahora, tranquilamente, con qué te puedes encontrar, para que puedas decidir con plena consciencia si quieres iniciar el tratamiento, pero también para que no te asustes si alguno de dichos efectos aparece en ti.

Debes saber, también, que tras tomar la medicación seguramente observes cambios en la gente que te rodea, y es muy posible que estos cambios sean para bien. Pero no te confundas con eso: no te creas, jamás, que esos cambios responden exclusivamente al efecto que la medicación tiene en ti. No es extraño que la medicación psiquiátrica afecte, primero, al estado de ánimo de las personas que te son cercanas, dándoles la esperanza de que las cosas van a ir bien. Y esa esperanza, a menudo, invita a poner la atención en todas esas cosas que habían invisibilizado la angustia, la preocupación, la impotencia, la desesperación y el deseo de control de las figuras adultas, pero que siempre estuvieron allí: tus deseos, los esfuerzos que haces para que las cosas vayan bien, tus momentos en paz, tus intereses o los actos de bondad. 

Para eso también sirve la medicación: para que los adultos vuelvan a sentir competencia (podemos hacer algo para que esté bien), dignidad (somos valiosos como padres), esperanza (las cosas están cambiando ¡qué bien!) y agencia (nuestra decisión tiene un claro impacto en nuestro hijo y su bienestar), cosas todas ellas que merecen y nunca tuvieron que perder. 

Por favor, quédate con esto: la medicación no va a hacer aflorar una mejor versión tuya. Tampoco te va a curar. No señor. Sólo va a ayudarte (directamente o a través de tu entorno) a que te encuentres un poco mejor, es decir, a que sufras menos. Pero lo que te pasa no se va a resolver o pasar con medicinas, sino con las decisiones que tú tomes o que tome tu entorno para que todos estéis mejor. 

Te digo esto porque no es extraño que la medicina se siente, a veces, como una solución. Y eso es muy peligroso, porque nos hace dependientes de la química, y dificulta que confíemos en el impacto que nuestras decisiones —puede que incómodas, difíciles o dolorosas— puede tener en nuestra realidad. A fin de cuentas, ¿para qué cambiar nada si la medicación me hace sentir bien?

Este es el motivo por el que vamos a ajustar muy bien la dosis. No queremos anular tu incomodidad, pero sí que dejes de sufrir a unos niveles que te reportan niveles de estrés que te pueden dañar directamente (la tensión sostenida tiene un impacto brutal en el cuerpo) o indirectamente (a través de las reacciones de los demás). 

Es importante que sepas que vamos a tener mucho cuidado en no anular tus defensas, es decir, esos recursos que, por incómodos que resulten al entorno, sabemos que te protegen o cubren tus necesidades esenciales. Repito, nuestro deseo no es que cambie tu comportamiento —cuando pensamos así casis siempre causamos daño— sino que puedas retomar los recursos que te son naturales, y que te ayudan a regularte emocionalmente sin la medicación. Y para ello es muy importante que te sigas sintiendo por dentro, que sigas sintiendo el impacto que tiene en ti el comportamiento, las actitudes o la mirada de los demás. 

Consideramos que una parte del efecto que tendrá la medicina en ti y en tu entorno, tiene que ver con cómo las diferentes personas implicadas —especialmente tú, claro— se relacionen con la medicación, es decir, de qué capacidades proyecten sobre ella, pero también de lo dispuestos que estén, una vez rebajado el estrés, a tomar decisiones valientes que marquen la diferencia respecto a lo que has vivido hasta ahora. Pero no confíes en que estos cambios se van a producir ahora. Lo normal es que la gente necesite tiempo para relajarse un poco y empezar a confiar en que las cosas pueden ir bien. 

Debes saber que, seguramente, pasen todas estas cosas con la medicación que te ofrecemos, y que puedes, o no, tomar. Porque sería muy injusto que creas que todos los beneficios (o perjuicios) que ésta te reporta pasan por alterar tú bioquímica cerebral. Tiene un impacto en tu cerebro, es verdad, pero sería demasiado injusto que ahora te creas y luego confirmes que es sólo y exclusivamente tu cerebro el que anda mal. 

La medicación es sólo una ayuda para restablecer un equilibrio y que tú, como persona, puedas volver a disfrutar de tus propios recursos y, de paso, para que tú familia, tus iguales, la escuela y los profesionales puedan volver a mirarte como te mereces, sin la máscara que impone el sufrimiento psicosocial. Por eso, no dejes que, jamás, nadie te convenza de que eres un problema, una carga, o de que hay ninguna mancha en ti. Las personas sufrimos por nuestras circunstancias, y ser especialmente sensible a determinadas violencias no implica que éstas no estén allí. 

La medicina debe ser una burbuja de aire fresco en la que puedas, de nuevo, respirar; no una muleta en la que apoyarte cuando algo en tus piernas anda mal. 

Sé que ahora te cuesta procesar todo esto. Sé que el sufrimiento te está nublando la mente y que va a dificultar que recuerdes esta conversación. Pero también sé que el hecho de que ahora estés pasándolo tan mal no te hace incompetente para procesar estas palabras. Por eso, quiero darte esta carta por escrito, para que la puedas leer y releer a tu tiempo, y para que, si algo no queda suficientemente claro, sepas que en posteriores sesiones lo podemos hablar. Porque tú eres la persona más competente —incluso por encima y delante de mí— para gestionar tu sufrimiento relacional e interno. 

Pasarlo mal no te vuelve, en ningún caso, incompetente para tomar decisiones sobre tu realidad. 

Lo dicho, date un par de días, te lo piensas bien, y si quieres, empezamos con el tratamiento. Durará lo menos posible, porque sabemos que, cuando la persona y su entorno recobran la conexión con sus recursos, la medicación sobra. Y no queremos que la utilices ni un minuto más de los estrictamente necesario. Os ayudaremos a prescindir de ella. Ya verás. 

Por cierto, no estoy de acuerdo con esto pero es obligatorio que te adjudique una etiqueta diagnóstica para iniciar el tratamiento farmacológico. Esto es muy injusto porque las etiquetas diagnósticas hablan de cómo se expresa el dolor, pero nunca hacen referencia a lo que nos hace sufrir. También parece que te colocan en el mundo como a una persona “enferma”, y eso es justo lo que no te mereces, y lo que no debemos hacer. ¿Qué te parece si te pongo “trastorno adaptativo”? Describe tu sintomatología, y parece que es la que mejor describe tu realidad. A fin de cuentas, nadie debería adaptarse del todo a un contexto que le está resultando francamente hostil. 

Tú decides. Nosotros creemos que puede ser para bien.»

* Vaya por delante que sólo es un texto reflexivo. No es aplicable para todos los casos, ni mucho menos. Cuidado con llevártelo a tu caso particular. Pero creo que necesitamos referencias como ésta para que no se nos vaya la castaña a la hora de medicar. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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