[…] Reconozco que respondí de manera provocativa. La pregunta llevaba implícito que las familias tendrían que hacer algunos ajustes significativos, pero, como me gusta tocar un poco las pelotillas, lo dije así: “bueno, lo primero que pasaría es que los profesionales perderíamos nuestro estatus y que no cobraríamos por nuestro trabajo, ¿verdad?” […]
Ayer, al finalizar una conferencia sobre adopción —gracias, Apananá—, me hicieron esa pregunta reflexiva que, a veces, explica tantas cosas: ¿qué pasaría si el síntoma desapareciera?, es decir, ¿qué ajustes se tendrían que dar?
Reconozco que respondí de manera provocativa. La pregunta llevaba implícito que las familias tendrían que hacer algunos ajustes significativos, pero, como me gusta tocar un poco las pelotillas, lo dije así: “bueno, lo primero que pasaría es que los profesionales perderíamos nuestro estatus y que no cobraríamos por nuestro trabajo, ¿verdad?”
Claro, hostia. Tienes razón.
Menudo melón acabas de abrir.
Porque no es extraño que las y los profesionales de la psicología alarguen indebidamente los procesos, a veces, debido a una mala praxis profesional —que pasa incluso por la patologización del sufrimiento que es coherente con los avatares de la vida cotidiana—, y otras veces debido a presiones por parte de las empresas —gabinetes los llaman, para que no percibas esta realidad— que necesitan sostener unos ingresos para hacer viable su actividad, o proporcionar a los jefes ingresos para sostener renting del mercedes, o el chalet en la sierra. Qué sé yo.
Porque, no te engañes, Manolo, si alguien te va a decir que no necesitas terapia, sino, por ejemplo, un sindicato, es probablemente un servicio público de salud mental. El privado va a priorizar cobrar.
Que yo no señalo a nadie, válgame dios. Pero no podemos negar que tras cualquier etiqueta diagnóstica existen intereses creados y sostenidos por determinados grupos de influencia: intereses que tienen que ver, en la mayor parte de las ocasiones, con la economía y el poder. Y la psiquiatría, la farmacología, la psicología, el trabajo social y la educación social no están libres de toda esta mierda, claro que no, sobre todo, cuando estamos consolidando, cada vez más, una red de subcontratas privadas que se benefician de la perpetuación del sufrimiento humano.
Dicen que así sale más económico, y se hace el trabajo mejor.
¡Ja!
Lo que se hace es mucho negocio con la angustia y la desesperación.
Y, en paralelo, señalamos a las niñas y niños adoptadas como defectuosos, o como si fueran los únicos responsables de su sufrimiento, porque han sufrido adversidad temprana, tienen una herida primaria, un trauma, o qué sé yo. Porque es más cómodo —ojo con la “comodidad” de las personas que, como los profesionales, ocupan una posición de poder porque suele ser el origen de demasiadas violencias— decir que la niña o el niño está jodido, que reconocer las violencias que sufre por parte de la escuela, la familia que nos ha contratado, los servicios sociales, o el sistema de salud mental.
«No me jodas que tengo que ir a decirle ahora a esta escuela tan cañera, que están haciendo las cosas mal.»
Que, cuando uno pertenece a una subcontrata no está en posición de señalar determinadas realidades, porque se le ha arrebatado cualquier tipo de status y de pode; y puede ser aplastado como una mosca en caso de que su narrativa no se corresponda con la de la gente que le paga, porque no nos engañemos: las administraciones nos pagan para que hagamos un trabajo, pero, también, para que les evitemos problemas, es decir, para no molestar. Y eso, aunque no está escrito en el pliego de condiciones, lo sabe todo dios. Tú molesta, pásate de la línea que todos conocen, y fijo que el contrato no se va a renovar.
Y lo mismo pasa cuando uno dice a las familias —que también pagan— lo que no desean escuchar: puede cerrarse el grifo, y te largas con esa sensación horrible de que has hecho las cosas mal.
Debemos ser conscientes de esto. A las y los profesionales nos interesa, de alguna manera, que se sostenga la sintomatología asociada al sufrimiento psicosocial de las personas a las que atendemos, porque, si ésta desapareciera, quizás podrían narrar más y mejor las violencias que padecen —por parte del entorno y de nuestra parte— y no tendríamos nada para poderlas ignorar.
A veces, con malas intenciones; otras veces, por no cuestionarnos lo suficiente; otras, por hacer lo de siempre o por comodidad; pero lo cierto es que hay fuerzas muy potentes que nos llevan a cierta connivencia con las condiciones que generan y sostienen el sufrimiento psicosocial.
Yo, sin ir más lejos, no me podría haber comido el sushi que me pagué con la conferencia de ayer.
Es bastante perverso.
Pero, en demasiadas ocasiones, es sumamente real.
—
Gorka Saitua | educacion-familiar.com

🥰🌹
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