Profesionales que crean “trastornos de la personalidad”

[…] Si es posible que ese camino se resuma en objetivos, mucho mejor. Así se vuelve más rígida la actuación profesional, y se ocultan más las necesidades de la persona en favor de lo que se desea conseguir. […]

Os voy a contar cómo hacemos las y los profesionales del sistema de protección a la infancia y de justicia para crear un “trastorno de la personalidad”. Que somos expertos en eso. Resistiré las pedradas, a ver si alguien, por fin, se da por enterao. 

Nótense las comillas, por favor. Ya sabéis que aquí no creemos en la ontología de ese tipo de trastornos, sino que los entendemos como rigideces en el funcionamiento coherentes con la respuesta del contexto psicosocial. 

Lo primero que se necesita es una chica o un chico en un sistema más o menos cerrado como puede ser, por ejemplo, un centro de protección o justicia. Cuanto más cerrado, mucho mejor. Eso nos facilitará, sin duda las cosas. Ya veréis. 

Es importante que ese chico o esa chica traiga de casa o de la calle un síntoma que nos llame mucho la atención y que nos preocupe. Yo que sé, que no cumpla ni de coña las normas, que agreda, que se raje, que escuche voces, o que se inhiba para cubrir sus necesidades en la cajita negra de la disociación. Eso ayudará a que todo el equipo ponga la atención en ella o él, e ¡importante! coordinen su respuesta de lucha contra el síntoma. 

Ya sabes, rollo seguir el manual y los protocolos: lo primero es una respuesta informada y coherente del equipo educativo, ¿verdad?

Lamadrequemeparió. 

Pues bien, si queremos tener éxito, es importante que el equipo se reúna, a veces ellas y ellos solos, otras veces con un maravilloso “supervisor” —me reservo la mala baba para hablar de estas figuras en otro momento—, y que se acuerde una determinada “línea de actuación” como solución mágica y maravillosa para el problema que hay que resolver. También ayuda seguir uno de esos maravillosos “programas basados en la evidencia”, cuya evidencia sólo se aplica a un determinado porcentaje de la muestra, normalmente aquél que no ha puesto en marcha recursos o ajustes para cubrir sus necesidades que sobrepasan al personal. 

Si es posible que ese camino se resuma en objetivos, mucho mejor. Así se vuelve más rígida la actuación profesional, y se ocultan más las necesidades de la persona en favor de lo que se desea conseguir. Además, luego podremos certificar nuestro fracaso con criterios de evaluación. 

Es importante que en el equipo profesional haya personas con mucho ego y, a ser posible, que sostengan un rol autoritario e inflexible —si es en la coordinación, mejor— o de salvadora o salvador. También nos sirven lamebotas de su empresa o de la administración. Esos son los perfiles que, además de tener poder, más les va a interesar mantener esa línea de respuesta. 

Gracias a todos estos esfuerzos, observaremos como la chica o el chico se ancla más en su síntoma o, con suerte, desarrolla otro u otros más preocupantes. La que se raja empieza a drogarse, el que se opone a las normas agrede a una educadora, y el que se disociaba tiene un brote que le lleva al hospital. Es lo lógico cuando todo el equipo educativo se alía contra el síntoma que le ofrecía seguridad. 

Seguimos una buena temporada así, en esta dinámica en la que, poco a poco, dejamos de ver a la chavala o al chaval y sólo vemos la sintomatología. Y empezamos a relacionarnos con ella o él como si fuera un problema, como si el problema fuera el tema de su vida, o como si ese síntoma formara parte del núcleo de su personalidad. Empezamos a repetir frases del tipo “es que es así”, “tiene un trauma severo o complejo”, “traía mucha mochila de casa”, “tiene que tocar fondo”, “nos quiere manipular” o “sólo quiere llamar la atención”. Frases todas ellas que mantienen la rigidez al alimentar los mitos de armonía (el equipo está bien), expiación (la culpa es del chaval, de los padres, de la escuela, etc.) y salvación (todo mejorará si va a un recurso especializado, recibe atención psiquiátrica, toca fondo, o qué sé yo). 

Es importante que, llegados a este punto, tratemos de confirmar nuestras hipótesis con la información disponible. Ya sabes que, si los buscamos, siempre encontramos argumentos que alimentan el sesgo de confirmación. Para ello, es importante que se callen las voces disidentes, con argumentos ineludibles del tipo “qué sabrá ésa” o “ya me gustaría a mí verle currando aquí”. 

Todo esto, nos ayudará no sólo a seguir dando la misma respuesta rígida y estereotipada al supuesto problema, sino a que la persona afectada sienta la desesperanza asociada al hecho de estar atrapada en un modelo de relación en el que casi siempre emergen las mismas partes protectoras (porque siempre se enfrenta a las mismas respuestas), o están presentes los mismos estados de ánimo (porque siempre se presentan los mismos gatilladores), como si otro tipo de realidad o relación no pudiera ser. 

Con suerte, y con el apoyo de todo el equipo, la chavala o el chaval empezará a creerse que es verdad lo que le dicen sin palabras, a saber, que ella o él ES ASÍ. Que el síntoma forma parte de su identidad. Y que esa identidad está mal. 

En ese momento, el triunfo es absoluto. Porque la chica o el chico empezará a relacionarse con su propia identidad desde la exigencia y el control, porque, claro, debe ser diferente a lo que es. E irá cosechando fracasos, uno detrás de otro, que harán que emerja una vergüenza traumática y visceral. Una vergüenza insoportable que le diga y le repita que no es digna o digno de amor, que no va a poder integrarse o pertenecer, y que lo mejor es dejar de existir. 

Y cuando ese sufrimiento se vuelva insoportable —no hace falta demasiado para eso—, mandará a tomar por culo todos sus esfuerzos por cambiar, y se identificará con su síntoma o su respuesta, asumiendo que ella o él es así, que esa es su identidad. 

Y así, amigas y amigos, es como los profesionales creamos los fantásticos y maravillosos “trastornos de la personalidad”. 

Así que, antes de etiquetar a una niña, niño o adolescente como “trastorno de la personalidad”, pregúntate si no te estás relacionando con él como si tú y tu equipo también tuviérais un “trastorno de la personalidad”.

¿Se ve?

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

Deja un comentario