[…] —Cuando estamos nerviosos, esas palabras que se sienten en el cuerpo son tan fuertes que la mente acaba creyéndolas. Pero, cuanto más esfuerzo hacemos para quitarnos los nervios de encima, más fuertes se hacen, porque nos quieren proteger. […]
—Jolines, Aita, no puedo dormir —se quejó, mientras se revolvía en la cama.
Habían dado ya las 23,00 h y era evidente que la cosa no iba bien.
—¿Qué te pasa?
—¡Estoy nerviosa! —dijo enfadándose consigo misma.
—Vaya, qué faena. No hay cosa más desagradable que estar nerviosa justo cuando te vas a dormir.
Golpeó el colchón con las piernas, como si diese la razón a su padre.
—¿Te apetece hablar de ello? —preguntó su padre, entendiendo que, si descargaba tensión poniendo palabras a lo que le sucedía, se podría relajar mejor.
—¡No! ¡Déjame en paz!
No parecía dispuesta a recibir ayuda.
«Claro», pensó su padre, «seguramente intuya que poner la atención en sus nervios va a hacerla sentir peor». Entonces, tuvo una idea:
—Vale —le dio la razón—. No vamos a hablar sobre ello.
Ella cruzó los brazos y se sentó.
—Puedes permanecer callada. Me parece bien, pero también quiero que sepas que aquí, dentro de mi cabeza, puede haber algo bueno para ti. Es un secreto —continuó, sabiendo que esa palabra iba a captar su atención— que poca gente conoce y que, si quieres, te puedo contar.
—¿Qué secreto? —se interesó, todavía molesta.
—Es un secreto que se puede contar.
—Pero, ¿qué secreto, Aita?
—Cuando tenemos muchos nervios, en el pecho, en la tripa o en las piernas —a su padre le resonaba que los de ella debían andar por ahí—, es como si todo el cuerpo gritase tanto que la mente se ve obligada a escuchar. Y, ¿sabes lo que suele gritar el cuerpo?
—No sé.
—Igual es mejor que no te lo diga, y que lo descubras tú. Si pones atención en esas sensaciones tan desagradables, seguramente lo puedas escuchar.
—¿En la tripa?
—Por ejemplo, sí.
—A ver…
—Date un tiempo. A veces, el cuerpo necesita paciencia para empezar a hablar.
Se hizo un breve silencio.
—Creo que ha dicho algo.
—¿Te apetece compartir? —preguntó su padre con evidente ilusión.
—Ha dicho que tengo que dormir. Y que me tengo que dormir ya.
—¡Qué bueno! ¿Algo más?
—Sí —bajó la mirada—, que no puedo seguir así.
—Cuando estamos nerviosos, esas palabras que se sienten en el cuerpo son tan fuertes que la mente acaba creyéndolas. Pero, cuanto más esfuerzo hacemos para quitarnos los nervios de encima, más fuertes se hacen, porque nos quieren proteger.
—Proteger, ¿de qué?
—No lo sé —reconoció su padre—. Y dudo de que ellos lo sepan, también. Pero no importa. A veces, no se necesita saber de dónde vienen los nervios para sabernos reconfortar.
—¿Qué es “reconfortar”?
—Cuidarnos y darnos cariño para volver a estar a gusto, hija. ¿Te apetece que nos reconfortemos?
—Sí, pero no sé si va a funcionar.
—Podemos explorar a ver qué pasa. Lo peor que puede suceder es que nos quedemos igual.
—Vale.
—Lo primero que hay que saber es que los nervios duran poco en el cuerpo si no hacemos algo que los retenga allí, como, por ejemplo, luchar para no sentirnos así —puso énfasis en eso—. Lo que pasa es que los mismos nervios nos invitan a hacer cosas con ellos que, lejos de ayudar, suelen empeorar la situación.
—¿Qué hacemos entonces? —preguntó con curiosidad la niña.
—Podemos probar haciendo lo contrario a lo que sabemos que empeora la situación.
—¿Lo contrario? ¿No me sentiré peor?
—No sé, ¿qué sería lo contrario para ti?
Se quedó pensando un ratito.
—Tengo una cosa, pero seguro que no es.
—Anda, dila —le animó su padre.
—Intentar permanecer despierta.
—¡Buena idea! —exclamó él— ¿Probamos?
—No va a funcionar.
—No lo sabes.
—¡Que no va a funcionar!
—Prueba.
—Vaaale.
—Es sencillo. Voy a poner una alarma. Tienes que estar 5 minutos sin dormirte, ¿de acuerdo? Yo controlo el tiempo. Cuando pase el tiempo, vemos qué ha pasado. Pero, durante esos 5 minutos es obligatorio mantenerte despierta. ¡No te puedes dormir!
—Pon la alarma.
—La acabo de poner.
A los 3,35 minutos empezó a roncar plácidamente. El experimento había fracasado con éxito. Como debe ser.
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
