[…] Pues porque la lealtad a cualquier grupo humano lleva implícita la aceptación de una serie de valores y elementos culturales. La asimilación de unos cuentos tabúes, y la adhesión a una determinada forma de entender las relaciones y la vida. Son lo que llamamos Lealtades, a saber, una amalgama de significados que no se deben transgredir a riesgo de ser severamente sancionado, incluso con la expulsión del grupo. […]
Hay una parte dentro de mí a la que voy a llamar “A Tomar por Culo”.
“A Tomar por Culo” es una de las razones que explica que nunca, jamás, voy a salir de la pobreza, porque me impide permanecer en ninguno de los grupos de poder que dominan el cotarro.
Sencillamente, no puedo. Estoy atrapado en un círculo vicioso en el que digo lo que me parece sin filtro alguno; eso llama la atención y me contratan para que hable sin filtro alguno; voy donde sea que haya que ir y expongo sin medir mis palabras; entonces, daño sensibilidades clave; nunca jamás me vuelven a llamar; me siento pequeño, estúpido; me digo que tengo que controlarme más; eso me hace sentir más estúpido si cabe; y eso me lleva a decir, de nuevo, las cosas sin filtro para afirmar mi identidad, mi valor y lo que queda de mi postura.
Imagino que hay razones profundas para que me pase esto. Cada vez que me vinculo a un grupo profesional siento como si un pulpo enorme me atrapara entre sus brazos. Veo como se hace la oscuridad a mi alrededor y como se acerca su pico ensangrentado. Entonces, aparece “A Tomar por Culo” como un fuego interior que me da una fuerza sobrehumana y hace algo muy bestia e inadecuado, que me saca de sus brazos.
¡A tomar por Culo!
Pero, ¿por qué os hablo de esta vaina?
Pues porque la lealtad a cualquier colectivo humano lleva implícita la aceptación de una serie de valores y elementos culturales. La asimilación de unos cuentos tabúes, y la adhesión a una determinada forma de entender las relaciones y la vida. Son lo que llamamos Lealtades, a saber, una amalgama de significados que no se deben transgredir a riesgo de ser severamente sancionado, incluso con la expulsión del grupo.
Y es una de las cosas que más comprometen la autonomía y la libertad individual. Por eso afirmarse a uno o exponer cierta “verdad” que comprometa las Lealtades del grupo, implica, casi siempre, un acto decisivo brutal, en el que debe emerger una necesidad muy poderosa que priorice esa afirmación respecto al calorcillo y la seguridad que da al sentimiento de pertenencia.
“A Tomar por Culo” tiene mucho que ver con eso. Con mantener las distancias y no casarme con nadie. Con mantener una posición que me permita ver lo que pasa en la calle desde la azotea, sin pisar las mierdas de la acera. Pero, a cambio, me sitúa en muchos lugares como una persona incómoda, que no se adhiere a las reglas, o que puede sacar los ojos a quien le da de comer.
Pero no penséis que “A Tomar por Culo” es una decisión que he tomado de manera consciente. No señor. Es una respuesta ante el trauma. Es una protección ante personas que en mi pasado no supieron, no pudieron o no quisieron respetar mis límites, y que me obligó a elegir de manera radical entre perder mi identidad en el grupo, o autoafirmarme y quedarme solo. Sin que quepan decisiones intermedias.
Y, spoiler que ya intuías: me quedé más sólo que la una.
Porque es lo que tienen estas movidas de las Leltades: no dejan espacio para soluciones intermedias. Por eso son tan potentes y efectivas: es todo o nada, estás conmigo o eres mi enemigo, estás dentro o fuera. Con el añadido que operan al margen de lo explícito y, a veces, incluso del código: no se puede hablar porque el mero hecho de hacerlas explícitas implica comprometer la esencia del grupo.
Por eso tenemos que ser tan cuidadosos cuando tocamos estos temas en sesiones de familia. “Lo que somos” en esta familia, no se cuestiona. A lo sumo, se pone en valor, entendiendo que igual hay un ajuste mejor que no lo comprometa.
Me explico.
Hace años trabajé con una familia que, de manera implícita, trasladaba a la chavala adolescente que tenía que tener una carrera de éxito, en concreto, la abogacía, porque tanto su padre como su madre habían estudiado mucho para conseguirlo, pero no lo habían logrado. Era como si la adolescente hubiera vivido toda su vida en un entorno en el que “somos estudiosos”, “somos inteligentes”, “aspiramos a una mejor vida” eran señas de identidad, por lo que salirse del tiesto, resistirse, se interpretaba automáticamente como un atentado contra la esencia de la familia. Y eso le llevaba a la chica a estar sufriendo un huevo para conseguir una nota casi imposible, desmotivándose en los estudios.
En ningún caso cuestioné estas lealtades —miento: sí que las cuestioné, pero reculé a la vista de la reacción que había provocado—, sino que seguí por otro camino. Traté de conectar de la manera más honesta posible con los valores de la familia, cosa un tanto difícil viendo lo que estaba sufriendo la chica —”A Tomar por Culo” andaba por ahí, haciendo de las suyas—, y les hice una devolución que, resumidamente, era algo así:
«En esta familia existe la idea de que es muy importante tener una carrera de éxito. Y esto es muy importante. Unos buenos estudios no sólo facilitan un buen nivel económico, sino también cierta estabilidad laboral y en la vida. María ha vivido en estas ideas durante toda su escolarización, y las ha aceptado como suyas, hasta el punto de que para ella sería un tremendo fracaso no lograr ser abogada. Ella quiere seguir los pasos de su padre y de su madre, porque es lo que le da la seguridad que necesita. A fin de cuentas, si mis padres pudieron, yo también puedo. Y eso es una maravilla.»
«Pero hay un reverso tenebroso para esa moneda. Si sus padres lo intentaron y fracasaron, puede que ella también sienta cierta seguridad en repetir el mismo camino. Intentarlo y fracasar es una buena forma de cumplir con las expectativas de la familia, sin enfrentarse a la inseguridad del éxito, que le llevaría a un territorio completamente desconocido, porque ni su madre ni su padre han estado nunca en ese mundo. Del mismo modo que desea llegar a ese destino, puede resultarle demasiado abrumador lograr ese objetivo. Y eso podría explicar, al menos en parte, su desmotivación en los estudios.»
Era una familia inteligente y no estaban en un mal momento, por lo que tanto el padre como la madre se vieron rápidamente reflejados en este relato, como los adolescentes que un día fueron. Y entendieron que estaban reproduciendo en la niña los patrones que a ellos mismos les habían hecho daño: “nosotros también fracasamos porque el éxito estaba demasiado lejos de lo que se esperaba de nuestra familia”. Eso les permitió tomar la decisión de tratar, con la debida sinceridad y profundidad, el tema con su hija, que finalmente apostó por otra carrera menos dura, pero más adecuada a sus intereses, en la que espero que le haya ido bien y le haya reportado la felicidad que, sin duda, se merecía.
Y pudo hacerlo porque su familia tuvo el valor y el coraje de romper el techo de cristal que les oprimía. Porque, esto es lo más interesante, las Lealtades (familiares o de cualquier grupo) no sólo oprimen a quien le suda la frente y aprieta los puños, sino que son una losa que pesa en todos los miembros y, a veces, es necesario que alguien entre en conflicto para que el grupo certifique que puede seguir unido aunque se comprometan sus valores, porque, a fin de cuentas, son lo vínculos de calidad los que sostienen a las personas juntas.
Y cuando los vínculos decaen, cobran fuerza las Lealtades para sostener a la familia.
«Ahora somos la familia que sabe romper el techo de cristal, y que sabe liberarse de las cadenas de nuestros ancestros.»
Se me pone la carne de gallina.
Ojalá a “A Tomar por Culo” le llegue algo de esto. Tengo la intuición de que le vendría bien escucharlo.
—
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
