[…] Las respuestas traumáticas suelen aparecer en respuesta a algún tipo de violencia. Grábatelo a fuego. Ya. […]
Las respuestas traumáticas suelen aparecer en respuesta a algún tipo de violencia. Grábatelo a fuego. Ya.
Sí, es una de las cosas que quise señalar ayer.
Hemos crecido con la idea de que el trauma se evidencia ante estímulos neutros, pero la mayor parte de las veces, no es así. Lo que pasa es que no es extraño que los perpetradores —a mundo figuras profesionales que supuestamente tienen y aceptan el mandato de cuidar y proteger— utilicen las reacciones traumáticas, demasiado potentes, imprevistas o exageradas, para obviar la violencia que existe o han ejercido, y también toda responsabilidad.
Porque, coño, si la niña o el niño tiene un trauma, ¿qué puedo hacer yo?
Las personas que sufren trauma no están enfermas, no tienen un trastorno —¡coño con la jerga médica!—, no están jodidas de la cabeza. Sencillamente son más sensibles a las terribles modalidades de violencia que, por desgracia, les ha tocado padecer.
Cómo cambian las cosas si las miramos desde ahí.
Es urgente que entendamos de una vez y para siempre que el trauma, la afectación del sistema nervioso autónomo que se ha vuelto demasiado reactivo o hipoactivo, se produce casi siempre por la exposición a la violencia. En primer grado, porque alguien agrede, y en segundo grado, porque nadie quiere o puede proteger, o dar una respuesta mínimamente contingente con el sufrimiento que padece la persona. Y esto es justo lo que se repite sistemáticamente cada vez que alguien responde desde ése SNA que ha quedado marcado para que eso tan terrible no vuelva a suceder o para minimizar los daños en caso de que vuelva a pasar:
Nadie se percata de la violencia, y el daño se vuelve a repetir. Porque no hay nada peor para una persona violentada como que se ignore que sus respuestas son coherentes con la violencia recibida y la que pudo sufrir. Es la parada en el hematoma, que te tira al suelo y te desmotiva para ponerte en pié.
Por eso dije que ojo con eso de “mirar hacia dentro”, que era el lema del congreso. Mirar hacia dentro está guay, mola protones y neutrones, pero siempre debe estar ligado con una mirada hacia el exterior, porque, si no, estamos haciendo el juego a la violencia y las personas que la ejercen, aplastando la cabeza a las personas afectadas una vez más.
Y por ahí, no.
Reconozcámonos como profesionales violentos, coño. Tengamos o no las ganas o la voluntad de joder a los demás. Asumamos que ese título que tenemos colgado en casa o en el despacho, no es sino la prueba de que el estado nos cede parte de su monopolio del poder, habiendo demostrado durante un montón de años el sometimiento a una serie de contenidos. En plan, muy bien, pavo, eres de los nuestros. Muy bien. Aceptemos que tenemos el cometido implícito de que las cosas no cambien, y de que, gran parte de las cosas que hemos estudiado y nos hemos creído, no son sino artimañas para justificar la violencia que se ejerce desde las instituciones a un precio demasiado alto para las personas que, por el motivo que sea, no pueden encajar en ellas.
Y la teoría sobre el trauma no es ajena a toda esta parafernalia. No señor. Al omitir que somos, en esencia, profesionales violentas y violentos, que responden a sus intereses y los de sus superiores por delante y por encima de las personas violentadas, estamos preservando nuestras cotas de poder. A saber, nuestra capacidad para ejercer la violencia que contento esfuerzo nos hemos ganado, y que tanto gusto nos reporta..
Recuerda, las respuestas traumáticas son, casi siempre, una respuesta a una violencia que existe. Es la forma que tiene el cuerpo de poner en evidencia, reaccionar, protegerse y pedir ayuda ante algo que nadie se atreve a nombrar.
Es un intento legítimo de hacer justicia.
¿Pica? Pues a rascar.
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
