[…] Pero, de lo que habitualmente no nos percatamos es de que, una psicopatología centrada en lo que está presente —y que, al final, nos comemos casi todas y todos—, omite o excluye otro modelo de psicopatología basado en otros parámetros como, por ejemplo, en lo que está ausente, es decir, en lo que ha sido suficientemente violentado para que no pueda aparecer. […]
A ver, yo qué sé. Igual digo una bobada.
No sería la primera vez que pasa, así que, si pensáis que estoy haciendo el gilipollas, decídmelo, no vaya a ser que me crea el cuento y la lie más parda.
Uno de los principales problemas de la psicopatología dominante, mainstream, es que se basa en indicadores o síntomas positivos, esto es, que están presentes. Tú miras el DSM-V, o cualquier mierda similar, y rápidamente te percatas de que, para que te coloquen en una determinada categoría diagnóstica hay varios elementos que deben estar. Al menos unos cuántos de ellos, ¿no?
Esto les gusta mucho a algunos profesionales, claro, entre otras cosas turbias, porque así es muy fácil colocar una etiqueta a alguien, y fidelizar un cliente a medio-largo plazo, porque, oye, si tienes un “trastorno” o determinada condición, claro que vas a tardar un huevo en “adaptarte” o “curar”.
Pero, de lo que habitualmente no nos percatamos es de que, una psicopatología centrada en lo que está presente —y que, al final, nos comemos casi todas y todos—, omite o excluye otro modelo de psicopatología basado en otros parámetros como, por ejemplo, en lo que ESTÁ AUSENTE, es decir, en lo que ha sido suficientemente violentado para que no pueda aparecer.
Coño, colega, lo que acabas de decir.
Porque, en el desarrollo de cualquier persona (o familia) que sufre, no sólo se producen síntomas, sino también pérdidas. Pérdidas que, en muchas ocasiones, tienen que ver con las formas con las que antes contaba la persona (o la familia) para satisfacer sus necesidades de manera natural. O, lo que es más complicado, pueden existir ausencias relacionadas con actitudes, comportamientos o respuestas que deberían haberse instaurado en un periodo crítico del desarrollo de la persona, o de la evolución de la familia, y que algo pudo doblegar, coartando su emergencia o su desarrollo.
Por ejemplo, no es lo mismo considerar que una familia discute mucho, que les está haciendo daño la desconfianza, o entender que, por el motivo que sea, sufren de soledad al haber perdido la facultad de sentirse acompañados por los pequeños gestos cotidianos. En el primero de los casos, resulta muy complicado plantear un itinerario, y en el segundo es mucho más fácil acompañar y actuar de una forma que esas personas puedan disfrutar.
Pero, claro, en nuestro maldito inconsciente sigue presente la maldita idea de que lo importante son los síntomas positivos —los que están presentes—, descuidando la falta y el daño que ésta puede causar.
Porque, amigas y amigos, todo síntoma —o, mejor dicho, casi todo, que no me quiero columpiar— cumple también con la función de encubrir y satisfacer una falta, una carencia, o un comportamiento saludable que, por los motivos que sean, no ha podido aparecer o no se ha podido respetar. Y cuando entendemos este pequeño detalle, cojones, que nos cuesta un rato, estamos normalmente en mejores condiciones para relacionarnos con el sufrimiento intra o interpersonal.
Con el sufrimiento que parte tanto de la carencia como de la respuesta que la persona o la familia ha tenido que articular para suplir esa carencia, y de las hostias que le dan.
Pero, ahora, date 5 minutos para pensar.
Porque, yatusabe, todo síntoma cumple una función. Y que hayamos construído —no descubierto, porque no hay nada que descubrir— una psicopatología basada en LO QUE ESTÁ, no es baladí…
¿Qué pasaría si ahora todas y todos nos adhiriesemos a una PSICOPATOLOGÍA DE LA FALTA o de LA CARENCIA?
¿Qué mierdas imaginas que podrían pasar?
Por de pronto, estaríamos obligados a renunciar, en muchos casos, al modelo biologicista que tanto mola por ahí, y que tantos intereses cubre recetando y recetando medicación. Porque, oye, si el problema es la carencia, no se trataría tanto de “domar” el síntoma, sino de atender a lo que pasó, y a lo que la persona, ahora, en sus circunstancias, pueda necesitar.
Muchos profesionales se tendrían que caer de un guindo, jajaja, porque ya no serían expertos en nada, sino que la única persona legitimada para indicar qué necesita su sufrimiento sería la persona que lo padece.
Y eso, a muchas, a muchos, no les iba a gustar.
Necesitamos ya una revolución que ponga en el centro las violencias que las personas padecen, y que no patologice sistemática y brutalmente los intentos legítimos que éstas pueden hacer y hacen para sobrellevarlas, sobreponerse y mantener su protagonismo, la esperanza y la dignidad.
Buah. Te cagas con la frase final.
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
