La persistencia natural del síntoma: una falacia a evitar 

[…] En la psiquiatría y en la psicología se tiende a considerar los síntomas —unos más que otros— como algo que padecen las y los pacientes; y, con suerte, algo relacionado con su entorno relacional cercano (familia, escuela, etc.), pero rara vez se dice que están íntimamente relacionados con la actitud, estado basal y actuación de las personas que tienen asignada la función de cuidar a las personas afectadas. […] 

Sea cual sea el síntoma, es íntimamente dependiente de las figuras profesionales que están en relación con él. 

No te hagas las orejas.  

En la psiquiatría y en la psicología se tiende a considerar los síntomas —unos más que otros— como algo que padecen las y los pacientes; y, con suerte, algo relacionado con su entorno relacional cercano (familia, escuela, etc.), pero rara vez se dice que están íntimamente relacionados con la actitud, estado basal y actuación de las personas que tienen asignada asignada la función de cuidar a las personas afectadas.  

Y hasta cierto punto lo entiendo.  

Lo entiendo porque los síntomas parecen tener un “conato”, una especie de fuerza vital, que les lleva a perseverar en su identidad y su ser. Hacemos cosas, programamos intervenciones, y rara vez se mueven, como si fueran una entidad real e independiente a nosotras y nosotros, ¿verdad? 

Pero, ¿qué pasaría si, de alguna manera, ligásemos el síntoma a nuestra forma de funcionar y proceder? 

Es decir, ¿si dejara de ser una cosa interna a la persona que atendemos, sino un fenómeno relacional? 

Ya te lo digo yo, lo primero es que tendríamos que desprendernos un montón de ego profesional. De esa actitud sobrada y prepotente que nos coloca como algo superior y ajeno a la realidad de las personas a las que atendemos. Porque, si somos nosotros quienes también sostenemos los síntomas, ¿qué dice eso de nuestra calidad como profesionales y de las organizaciones a las que pertenecemos? 

Y, sabiendo eso, ¿qué cambios profundos deberíamos hacer? 

Vale, da pereza. Pero eso no es motivo para negar la realidad. Nos pongamos como nos pongamos, los síntomas son un fenómeno interpersonal, en el que tiene un impacto profundo nuestra actitud y nuestra mirada. No lo vemos, porque la tendencia natural de los problemas que imponen los “atascos” del sistema nervioso autónomo, es a invitarnos a articular el mismo modelo de soluciones que familiares, amigos y otras personas cercanas han intentado, perseverado, y visto que no funcionan. Es decir, lo natural, lo habitual, lo esperable es que entremos en resonancia con la situación, relacionándonos con el síntoma de forma que, a largo plazo, lo hacemos perseverar.  

No es el “conato” de B. Spinoza, amigas y amigos, es nuestra incompetencia y, a veces, estupidez.  

Y te digo otra cosa, mariposa: vas a caer en la trampa por mucho que leas, por muy lista que seas, por mucha formación que tengas y por mucha terapia que hagas.  

Vas a putocaer.  

Te vas a hostiar de morros, porque las cosas que pasan a nivel del sistema nervioso autónomo no ocurren al nivel de la consciencia, sino a niveles que operan subrepticiamente y a la velocidad del rayo, sin dar tiempo al cortex prefrontal para procesar la información.  

Por eso, a la segunda o tercera sesión, te toca parar. Meditar. Ver qué se está activando en tus tripas y determinar qué patrones de relación estás reproduciendo, porque lo normal es que estés haciendo lo mismo que la madre que jodió la vida a tu cliente, o ese hermano mayor. Quizás en menor grado, pero a fin de cuentas prácticamente lo mismo, porque los problemas llevan asociados tácitamente determinados modelos de soluciones condicionados culturalmente, y tú, por muy cachas que estés, no vives en un limbo en el que todo eso no afecta.  

Así que no vayas de guay.  

Que, en estas profesiones, en las que todas y todos somos incompetentes, el imbécil es el que va de sobrao.  

Ya sé, te han venido algunas caritas a la cabeza, ¿verdad? 

Pues eso, que igual no podemos evitar ser incompetentes; pero sí la imbecilidad. Es decir, esa actitud que implica rechazar la propia incompetencia, resaltar el propio orgullo, y que dificulta el giro mágico de la reparación.  

Porque cuando un profesional repara, amigas y amigos, ¿qué es lo que pasa? 

Muchas cosas, seguro, pero no es extraño que los problemas que, hasta la fecha, eran irresolubles, se vuelvan abarcables. Y, con suerte, que se tenga una experiencia cercana de que lo que tanto tiempo le ha jodido a uno, se puede superar.  

Es la esperanza, amigas y amigos.  

Una esperanza que implica asumir el papel activo, central, que tiene la actitud que el profesional tiene en el sostenimiento del síntoma.  

¿Se ve? 

Pues de esto, justo, va el cursito ese de “Aplicaciones sistémicas de la teoría polivagal”, que pronto propondré en formato abierto y OnLine.  

Es eso… sí: 

Quiero revolver para esperanzar.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

2 comentarios en “La persistencia natural del síntoma: una falacia a evitar 

  1. Avatar de victoria Ghibaudi victoria Ghibaudi

    Hola Gorca quería saber tu opinión tratando el tema de los apegos . Yo creo que los niños institucionalizados deben formar vínculo estable y fuerte con sus cuidadores, sin embargo se los lleva de un lugar a otro porque según quien está a cargo del servicio local los niños no deben apegarse a las cuidadoras, para que en su probable adopción sea más fácil formar este vínculo con los padres adoptivos. En mi opinión debería ser una transición de una figura a otra.ve atroz el que ningún N, N o A pueda apegarse a las cuidadoras.

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